1 . Hegemonía.
Mucha gente se pregunta cómo puede ser que con la arrogancia de Rajoy, habiendo fracasado en dos intentos de formar gobierno, exhibiendo un espectáculo interminable de corrupción estructural y con las fracturas que han dejado unas políticas de austeridad expansiva nada equitativas, el PP aún vaya por delante en las encuestas. Basta mirar el entorno. En el conjunto de Europa, la derecha, en todas sus decantaciones, está mucho mejor posicionada que la izquierda. El argumento recurrente de aquellos que quieren regímenes políticos bien domesticados es que la socialdemocracia no ha sido capaz de leer los cambios del mundo. Es decir, que no ha asumido suficientemente la interpretación neoconservadora, como si no fuera evidente que cuando lo hizo -con el thatcherismo de rostro humano de Tony Blair- se hundió definitivamente. Si la derecha aguanta y la izquierda no levanta cabeza es porque la primera ha ganado la hegemonía ideológica. El poder económico se ha convertido en la principal fuente de los criterios de comportamiento social: las desregulaciones masivas, la competitividad como horizonte ideológico de nuestro tiempo, la desocialización (la sociedad no existe, sólo existen los individuos), el desprestigio sistemático de todo lo público, el mito del emprendedor individual, el dinero como medida de todas las cosas, la sociedad como mercado, el reformismo como desmontaje de las políticas sociales, y un largo etcétera, han configurado la falsa verdad del momento, el marco mental de referencia, con la plena complicidad de una izquierda que nunca se ha planteado la lucha por la hegemonía ideológica. Si añadimos los tres instrumentos básicos de toda dominación -el miedo, el hábito y el sistema clientelar-, se entiende perfectamente por qué la derecha tiene un voto cautivo que le garantiza la primacía y la izquierda no.
En la lucha por el poder la batalla ideológica es capital. Buena parte de la solidez del independentismo viene de ahí: sobre la dialéctica Cataluña-España, el soberanismo ha sido capaz de captar el malestar que comienza a desencuadernar los regímenes europeos, y dotarse de una hegemonía ideológica que la ha convertido en primera fuerza política del país y le ha dado la capacidad de marcar los hitos referenciales del espacio social catalán. La izquierda debería aprender esta lección: la batalla ideológica es determinante en política. Lo intentó Podemos con mucho empuje, pero le ha faltado grosor y perspectiva. Lo intentan los comunes. Veremos a dónde llegan. La izquierda se sorprende de la resistencia de la derecha; y el nacionalismo español, de la fuerza del independentismo. Pasar por Gramsci es útil en los tiempos que corren. Quien logra la hegemonía ideológica, gana.
2 . Impostura.
«De una crisis se sale, un ataque terrorista se supera, la disolución de España es absolutamente irreversible». Esta es la frase del ministro Margallo que provocó indignación y mofa en la Diada. Margallo es uno de los miembros del gobierno con fama de tener la cabeza mejor amueblada. Pero hay temas que obnubilan el entendimiento. Y la independencia de Cataluña es uno de ellos. ¿Por qué? Porque es muy difícil para sus adversarios hablar de algo cuando se le niega la posibilidad de ser. De entrada, negarse a reconocer un fenómeno que existe plantea problemas conceptuales serios. Como no se puede decir que no existe, hay que decir que la ley no lo permite, dando a la ley una dimensión fundamentalista impropia de la democracia liberal. Desde el principio Rajoy dejó llevar el peso de la lucha ideológica contra el soberanismo al ministro de Exteriores. Un acto fallido que situaba implícitamente la cuestión catalana en el área de la política internacional y denotaba una preocupación manifiesta por la imagen del independentismo en el extranjero. La frase de Margallo es una excursión a los tiempos premodernos. La comparación con el terrorismo es ofensiva (para las víctimas y para los catalanes). Pero sobre todo es relevante la idea de nación que contiene: los perdedores de la crisis o las víctimas de un atentado son accidentes en la larga historia de la patria. Lo que no tiene retorno es que la patria se vea rota, mutilada, en su sagrada condición. Margallo expresa la gran impostura nacionalista: hacer de la patria un trascendental más allá de la voluntad de los ciudadanos.
ARA