El nombramiento de Plácido Garcia-Planas al frente del Memorial Democrático me ha sorprendido. Garcia-Planas es coautor con la historiadora Rosa Sala Rose de El Marqués y la esvástica un libro muy polémico sobre el escritor español César González-Ruano, que hizo negocios manchados de sangre en el París ocupado por los nazis. Es un libro de saludable democracia, para una memoria democrática. En un momento en el que Cataluña se esfuerza por una liberación nacional que significa y debe significar también revolución, Garcia-Planas lidera el Memorial Democrático que se encargará de construir la memoria y la identidad de un futuro país libre. Para remachar este proceso, sólo nos faltaría que Quim Torra volviera al Born, el mayor ‘lieu de mémoire’ catalán junto con el Fossar de les Moreres; entonces tendríamos el equipo perfecto.
Los historiadores, gremiales de base como somos, siempre hemos querido apropiarnos la memoria como una disciplina en exclusiva. Garcia-Planas es periodista, de los de verdad, todo terreno y de pelea. Como todos los buenos periodistas, ha acabado haciendo historia. Rara vez encontramos a los historiadores haciendo periodismo. Justamente nosotros, que somos una especie de periodistas del pasado. En cualquier caso, Garcia-Planas llega al Memorial Democrático con una teoría y práctica muy bien definidas. Su idea de memoria es europea: construye identidad europea, aquella idea que tantas veces las élites intelectuales y políticas catalanas han querido lograr y siempre se les ha escapado. Garcia-Planas viene de los conflictos, de las guerras, de la memoria y la identidad que estas modelan mediante el trauma y de la resolución del binomio vencedores y vencidos. Por mucho que se quiera negar -gran pulsión española-, Cataluña y España en ellas y entre ellas responden básicamente al producto de vencedores y vencidos. Somos los vencidos de dos horas cero, del 1714 al 1939 . Sólo nos queda la democracia y la revolución.
A pesar de los esfuerzos de los últimos años por romper la dinámica de una sociedad de nula democracia en la memoria y la identidad, continuamos parados, estancados. Ni la memoria ni la identidad podrán liberarse hasta que no haya una liberación política radicalmente democrática y revolucionaria. En Cataluña esto implica forzosamente una liberación nacional. No se podrá hacer mientras tengamos lo que con evidente placer furtivo llamé en un diario judeoamericano las ‘identity wars’ en España y su bloqueo antidemocrático, autoritario, monolítico. El intelectual español orgánico, en su esencialismo, reivindica el vencedor, el poder fuerte y arrogante, el discurso introspectivo de plañidera al estilo de Teresa de Jesús o Juan de la Cruz. España es el orgullo herido, la unicidad identitaria de hierro, la aversión a la pluralidad democrática y a la pasividad, el odio de la incómoda memoria y la nostalgia de «lo-que-pudo-ser». Cataluña, aún hoy, es víctima y partícipe de esta picaresca trágica.
No puedo desear con más intensidad una transformación radical de esta España imposible y condenada. Para hacerlo posible, hace falta su desmenuzamiento como Estado y nación. Es por ello que su revolución española pasa por nuestra liberación nacional -y nuestra revolución catalana-. La memoria nunca es fuerte, única y confortable. Es híbrida y contradictoria, escandalosa. Una Cataluña que lleve al consciente sus traumas debe aceptar que no habrá ni transición, ni conciliación, ni olvido, ni perdón. Habrá, quizás, comprensión. Así, Cataluña hará memoria del P. Ignacio Casanovas -gran jesuita catalanista asesinato en 1936 y curiosamente nunca beatificado-, de Andreu Nin, del gran talmudista de Barcelona Salomón ben Aderet (Raixbà), de Buenaventura Durruti, de los exiliados de Argelès y de Viena, o de la Cataluña islámica. No pondremos vencedores y vencidos al mismo nivel, ni verdugos ni víctimas. Primaremos lo que es y puede ser democrático y popular. Porque será democrática, la memoria dará voz a los que murieron por los valores de la democracia popular. Apartaremos el vencedor de democracias no natas: a los antiguos vencedores del fascismo y autoritarismo españoles, a las monarquías heredadas de dictadores. La memoria es débil, pasiva, frágil y perdedora; pero también es rompedora. Solo así se puede construir una democracia fuerte, que puede y debe ser un poder fuerte, siempre que sea popular. En el fondo, en nuestra memoria está nuestro futuro y también nuestra supervivencia.
Si nuestra memoria no alcanza esta meta significa que algo se ha torcido en nuestra independencia.
ARA