Las organizaciones públicas y privadas de las democracias (partidos, grandes corporaciones, etcétera) presentan a menudo facciones internas, “guerras externas” con otros actores y un discurso sencillo, a veces demagógico. Tienen un aire de República romana.
Y aquí aparece un nombre: Shakespeare. Sus obras de temática romana, especialmente Coriolano y Julio César, ofrecen elementos para entender las relaciones de estos actores políticos y sociales con la ciudadanía. Ambas obras muestran cómo el dirigente político necesita obtener la estima del pueblo, pero eso no se obtiene por medio de los méritos o de las virtudes morales del líder, sino más bien a través de la adulación y la promesa de recompensas a los intereses más inmediatos. Ni los hechos ni las virtudes públicas son suficientes. La corrupción y la demagogia populista son dos componentes constantes de la vida política a lo largo de la historia.
Shakespeare muestra, como antes lo hizo Maquiavelo, que la república no es nunca un cuerpo único, sino una contraposición de intereses, básicamente, entre ricos y pobres. Hay siempre dos ciudades en tensión, dos maneras generales de entender las instituciones y la ciudadanía. Hay dos repúblicas. Cuando se rompe el equilibrio entre estas dos ciudades, la república está en peligro.
Estas son ideas que ya encontramos en la Grecia clásica: en las críticas de Tucídides al funcionamiento de la democracia de Atenas, en la importancia de las clases medias para la estabilidad política destacada por Eurípides en Las , o en la insistencia de Aristóteles en un equilibrio de poderes que evite los daños de la aristocracia y de la democracia.
Coriolano es quizás la obra más compacta de Shakespeare. T.S. Eliot y H. Bloom mantienen que es su tragedia mejor construida. La obra nos muestra algunos lados oscuros del “pueblo”. Lejos de una imagen idealizada e ingenuamente romántica, en Coriolano el pueblo es descrito como un colectivo que, a pesar de tener miedo de la tiranía, es “el monstruo de muchas cabezas”. Sus defensores, los tribunos de la plebe, son presentados como dirigentes centrados en sus propios intereses. Dotados de habilidades retóricas, engañan fácilmente a un pueblo siempre movido más por las emociones que por la racionalidad. La democracia no está en peligro sólo por fuerzas externas, sino que lleva en su interior el germen de su propia destrucción. Este es el mensaje político de Coriolano. Una idea políticamente potente.
En Julio César el personaje central es Bruto. Sabe que la acción de matar a César va contra sus principios éticos, pero las circunstancias hacen que finalmente justifique el asesinato en nombre de la pervivencia de las virtudes públicas y de las instituciones que las amparan. Ser virtuoso, nos viene a decir Bruto, es una condición pública, no sólo privada. No se puede ser buen ciudadano, ni tan sólo se puede ser feliz, lejos de la virtud. Cree que la apelación a los valores romanos republicanos tradicionales es más que suficiente para legitimar el tiranicidio ante la asamblea de ciudadanos. Basa su discurso en las virtudes cívicas, en la libertad colectiva y en el orgullo de pertenecer a una república de ciudadanos. Es un discurso sobrio, en prosa, de carácter estoico y racional que no ofrece nada material al pueblo. La virtud ya es bastante recompensa. Es un discurso que margina el papel de las emociones y de los fuegos artificiales de la retórica. Estos dos elementos distorsionan poder saber aquello que es correcto.
Error político. El discurso posterior de Marco Antonio combina una retórica exuberante en verso con la apelación a la satisfacción inmediata de los intereses materiales del pueblo. No hay virtud. Más bien hay una acomodación a los vicios. César no podía ser un peligro porque amaba al pueblo. Es un discurso que muestra que la eficacia práctica de un razonamiento no se encuentra en su lógica interna, sino en el poder de las palabras que utiliza. Una idea defendida por Gorgias siglos antes. En la asamblea, Marco Antonio desvanece el miedo a la tiranía y se impone por goleada.
César ha sido asesinado, pero al final el objetivo último de la conspiración fracasa. El imperio acabará sustituyendo a la República. Y es el pueblo el que colabora a laminar las instituciones republicanas cuando percibe que a pesar de que el poder lo ejerza un tirano se satisfarán sus intereses inmediatos. El poder del pueblo será suprimido en nombre del pueblo. El pueblo contra la República. Otra idea potente.
Mientras Coriolano cree que los hechos son suficientes como fuente de legitimación del poder, Bruto cree que lo son las virtudes públicas y las instituciones que la defienden. Ambos se equivocan. Y eso los conduce a sus respectivas tragedias.
Creo que tanto los analistas de la democracia como todos los demócratas tendrían que entender bien qué nos dice Shakespeare sobre el papel que desempeñan las emociones, la retórica populista y la racionalidad estratégica en la vida política de las colectividades humanas. La corrupción y la demagogia no se combaten con apelaciones a los valores éticos, sino con instituciones, procedimientos y reglas eficientes de control.
LA VABGUARDIA