En particular, sorprende la extraordinaria facilidad con que se ha impuesto un relato mediático que podríamos calificar de escándalo retrospectivo. Veámoslo. El señor Rato se había caracterizado por su dureza en la condena del fraude fiscal y contra de las amnistías fiscales de los gobiernos socialistas. Por eso, a partir del conocimiento de las acusaciones al antiguo ministro, las hemerotecas empezaron a echar humo en busca de sus antiguas declaraciones para contrastarlas, después, con la denuncia de la fiscalía. Y, a partir de la inconsistencia entre aquello que había sido su posición anterior y la presunta conducta actual, se ha generado una gran indignación social. El relato que justifica la indignación viene a decir: “¿Como se ha atrevido este corrupto a darnos lecciones de buena conducta fiscal?”.
La cuestión que aquí interesa es la inversión temporal sobre la que se construye la indignación. Es decir, nadie ha demostrado que cuando el señor Rato se mostraba feroz contra la defraudación fiscal, en el gobierno entre 1996 y 2004 y antes en la oposición, no fuera un contribuyente aplicado y coherente con lo que predicaba. Más bien, por lo que se ha escrito, los hechos que ahora se investigan podrían estar vinculados a su paso reciente por Bankia -del 2010 al 2012- y al intento de zafarse de posibles pérdidas patrimoniales a raíz de la cuestionada gestión del banco. La pregunta es: ¿una conducta impecable anterior puede ser juzgada por un comportamiento supuestamente delictivo posterior? ¿Se puede considerar que los hipotéticos delitos fiscales actuales se agravan precisamente por el hecho de haber tenido un comportamiento ejemplar -también supuestamente- antes de cometerlos?
En la tan impresionante como poco conocida obra de Theodore Plantinga, How memory shapes narratives: a philosophical essay on redeeming the past (1992), el autor analiza los principios sobre los que se construye toda memoria social: el anacronismo, el antropomorfismo, la polarización y la integración. Pues bien: el caso Rodrigo Rato los ejemplariza a la perfección. Y para empezar, el del anacronismo del cual ya he hablado: una circunstancia posterior atribuye significación a hechos anteriores, de manera que aquellos hechos -la persecución del fraude- causan indignación no por ellos mismos, presuntamente honestos, sino por una deshonestidad posterior.
Con respecto al antropomorfismo, el profesor de la Redeemer University de Ontario -nacido en 1947 en los Países Bajos y fallecido en Canadá el 2008- se refería al recurso a la propia experiencia para explicar la de los demás y hacerla comprensible. Y, ciertamente, las actuales circunstancias experimentadas por la mayoría de ciudadanos determinan una mirada especialmente agravante para una conducta que en otros momentos probablemente no habría suscitado tal interés público. También es sugerente el mecanismo de la polarización: sin conflicto, no hay historia que narrar. Y el caso Rato ofrece la posibilidad de confrontar su -presunto- comportamiento con todos los intentos -fallidos- de los responsables de su partido para demostrar que no forman parte de una organización corrupta. Particularmente, la tensión entre Rodrigo Rato y su discípulo y ahora ministro Cristóbal Montoro, hace las delicias de cualquier relato informativo. Y por esta misma razón, el propio partido ha acabado poniendo el acento en este conflicto para mostrar que es implacable incluso con los suyos.
En relación con el principio de la integración, Plantinga se refiere a la necesidad de todo proceso de construcción de una memoria social de integrarla en una historia general. Y cuando el actual partido en el Gobierno de España se ve acosado por todo tipo de casos de corrupción -Gürtel, Bárcenas…-, las sospechas sobre Rato, ni que en este caso se trate de un asunto estrictamente personal y al margen de la actividad del partido, se integran en el relato general que convierte toda la política en un pozo de corrupción, y ganan un plus de verosimilitud.
La memoria personal y social no es nunca una simple sucesión cronológica y exhaustiva de hechos ya que, por ellos mismos, no permitirían construir un relato con sentido. La memoria social se teje con algunos recuerdos, pero también con muchos olvidos y, sobre todo, de la constante reinterpretación del pasado en función del presente vivido y de un futuro imaginado. Un proceso al que el sociólogo Peter L. Berger llamaba alternación, y que recordando a Bergson -“la memoria es un acto reiterado de interpretación”- mostraba hasta qué punto el pasado es maleable y flexible. Plantinga consideraba que todo ejercicio de memoria era un intento, poco o muy exitoso, de redimir el pasado. El drama llega cuando es el presente el que condena a un pasado que hasta ahora se había juzgado impoluto y, además, fulmina el futuro. Sea el de Rodrigo Rato, sea el de Jordi Pujol.
La Vanguardia