Gerard Horta
Can Vies: potencia simbólica y enmascaramientos del poder
Cuatro noches de represión y barricadas en Sants convocan la atención de los tertulianos en los espacios radiofónicos y televisivos del país, públicos y privados. La superficialidad analítica se corresponde con la moralina bienpensante que, homogéneamente, embadurna el discurso dominante a la hora de tratar los sucesos ocurridos tras el desalojo de Can Vies. En el trasfondo está el abanico de enmascaramientos inherentes al desarrollo ideológico y material de los poderes políticos y económicos.
De entrada, todo símbolo significa mucho más que las maneras como se representa: esto sirve tanto para Can Vies -de la autogestión vecinal hasta las barricadas- como para TV3 -de medio público defendido colectivamente herramienta histórica de reproducción política burguesa, especialmente explícita cada vez que los abogados de este canal abren la boca en juicios a sindicalistas-. Querer totalizar explicativamente la realidad social en el blanco o el negro no conduce a ninguna parte.
La historia de las sociedades humanas es la historia de sus grupos colectivos. La contemporaneidad urbana occidental y cada una de las conquistas sociales alcanzadas por las clases subalternas son el fruto del encuentro de la gente en la calle, y eso -guste o no- implica represión y respuestas en forma de barricadas y fuego. Lo que resulta significativo es saber qué se quema. Para el contexto barcelonés, recomiendo la investigación que un grupo de antropólogos del Instituto Catalán de Antropología llevaron a cabo hace años (‘Carrer, festa i revolta. Els usos simbòlics de l’espai públic a Barcelona’ (1951-2000) (‘Calle, fiesta y revuelta. Los usos simbólicos del espacio público en Barcelona’) , editado en 2003 por la Generalitat de Cataluña. El análisis de la apropiación popular de las calles de Barcelona por motivaciones digamos políticas, cívicas, religiosas, deportivas, etc., llevó a los autores a, por ejemplo, establecer una correlación directa entre presencia policial en las calles y generación de violencia. La misma violencia con que los medios de comunicación y consumo nos adoctrinan a convivir en ella y, cuando conviene, a justificarla.
Dentro de la sopa conceptual con que las élites públicas y los tertulianos «expertos» adornan los relatos entorno de Can Vies, se mezclan sin tapujos las nociones de poder, autoridad, dominación, fuerza y violencia, y de negociación, legitimidad, legislación y mediación, sin atender a cómo todo se expresa a través de relaciones profundamente jerarquizadas. Que la cantinela del coste de los contenedores supere la atención sobre la situación de precarización extrema de una tercera parte de la sociedad catalana; que se niegue el reconocimiento de que amplios sectores sociales llevan décadas organizando desde la autogestión vecinal su propia cotidianidad colectiva, al margen de las instituciones administrativas; que se apele a la biologización de los procesos sociales («convulsión», «agitación», «tumor», «enquistamiento») a costa de silenciar el sufrimiento de tanta gente tirada en un presente sin esperanza y en un futuro inexistente para sus hijos; y que se acepte como normal una distribución de la riqueza completamente desequilibrada, bajo la cobertura política dominante, todo ello oscurece la apelación a interrelacionar el espectro amplio de procesos que confluyen en la respuesta popular en más de 60 barrios, pueblos y ciudades de los Países Catalanes en solidaridad con Can Vies -el viernes 30 ya contamos 63 detenidos, incluidos los 4 de Palma-.
Políticos profesionales y tertulianos mediáticos habitan un mundo -por las condiciones materiales y las representaciones ideológicas desde las que interpretan los fenómenos sociales- muy distinto del que vive la gente de la calle. Si toda forma de desigualdad implica un grado de violencia, no debería sorprender que el objetivo principal de la acción se centre en las agencias bancarias. Esta impugnación simbólica del estado de las cosas es confrontada desde los medios de comunicación -los privados, sostenidos por los grupos bancarios correspondientes; los públicos, por los poderes políticos de turno- aireando las apocalípticas maldades de conductas colectivas vehementes en su respuesta a modelos de relación clasistas. Sin embargo, convendremos en que simplificar el debate político con excavadoras y ocupaciones paramilitares no resulta del todo convincente.
Un sector amplísimo, creciente, de la sociedad catalana concibe la necesidad imperativa de desarrollar un modelo de sociedad en el que el reparto del trabajo y de la riqueza y que genera nuestra sociedad sea justo, o, cuando menos, mucho más equitativo. Bajo el falso paraguas de la palabra «crisis» asistimos a una reconcentración de poder y capital que, añadida al contexto colonial español de expolio fiscal, hace pagar a las clases populares catalanas el encaminamiento hacia órdenes pretéritos: los datos sobre suicidios, malnutrición, desahucios, coberturas públicas, precarización de sueldos y de condiciones de trabajo y servicios públicos son demoledores. La fuerza masiva del proceso independentista bebe, y mucho, de la necesidad colectiva de replantear este estado de cosas.
Jueces que acucian desalojos negando las lógicas sociales que fiscalizan, alcaldes y concejales incluidos en acomodadas torres de marfil, mafiosos que saquean millones de euros de los recursos públicos y que nunca pisarán la cárcel mientras los fiscales de turno piden cinco años de condena por romper cuatro cristales de un banco en jornadas de huelga general: demasiadas paradojas frente a demasiada gente al borde del abismo. Entonces, ¿dónde situamos las dimensiones empíricas de la violencia y de su alcance? Apresurarse a derribar Can Vies porque el edificio, dice el alcalde, estaba dañado, mientras en un Raval rebosante de gente hay 800 edificios en condiciones deplorables con el vecindario malviviendo en él, muestra el descaro cínico de un poder que se esconde en el coste de los contenedores. He aquí el capitalismo y su homenaje intemporal a la basura.
La Brigada Móvil, la Brigada de Información y el aparato político de los mossos, con sindicatos, abogados y redes implicadas, ejercitan actuaciones que sirven… ¿a la estrategia del Estado?, ¿al odio social perpetuo de los guardianes de las élites económicas contra la gente humilde?, ¿a qué? Perseguimos vergonzosas denuncias por malos tratos, muertes cada año bajo custodia policial, dispositivos en las calles que siguen los parámetros de la terrorización franquista, ocultación mediática del alcance cuantitativo real de las personas heridas porque sí en la represión, sentencias firmes por palizas y abusos que terminan sistemáticamente en absoluciones, manifestaciones reprimidas… con el visto bueno de los gobiernos pasados y presentes.
La gente está harta de tanta impunidad estructural. Y la desesperación, el miedo y la ansiedad colectivas son dolorosas. Can Vies sintetiza un pequeño fragmento de un proceso social: quizás la cuestión es que cuando un sujeto político colectivo exige respeto es porque no recibe ninguno.
VILAWEB
Pompeu Fabra en Sants
Francesc Canosa
Es evidente que nos estamos equivocando. Las cosas deberían hacerse de otra manera. Hay que apostar. Hay arriesgarse. Estos días son un buen momento. ¡Anda!. ¡Respira fueeeerte!. Te pegas al sofá con pegamento industrial. Inyectas una tila intravenosa. Y te clavas diez barritas de incienso en la nariz. Dejas que todo fluya. Degustemos el silencio. ¿Notas cómo llega la energía con paloma mensajera por la ventana? ¡Catacrac! Tranquilos. Es un cristal. Nada, nada. Continúas vibrando como una libélula bimotor. ¡Patapam! ¡Ah! No pases angustia. Es un contenedor. ¡Anda!, ¡vé entrando en calor1. Dejas hacer. ¡Xssssss!. Nada, es fuego, para calentarsos. Se siente mejor, ¿verdad? Pues todos quietos. Que nadie se mueva. Acción. Comienzas por una bocacalle. Cristales rotos. Que la policía se quede inmóvil y cante «Clavelitos».
Avanzad. Quemad los contenedores, los bancos, los árboles… Adelante. Los bomberos congelados que coreen «La barbacoa» . Puertas reventadas. Agitad a la gente. ¡Arriba!. Las ambulancias paralíticas que entonen «Vivir así es morir de amor». ¡Luz, fuego, destrucción! La paz en todo el universo ha de nacer, debemos hacer un mundo mejor…. Sí, el ‘Son Goku’ también me lo aso a la parrilla con unas alcachofas. Deflagrad la calle. Abrasad distrito a distrito. Flambead Barcelona. Incendiad toda Cataluña. Destruid, destrozad, trocead, desbaratad, arrasad, borrad, líquidad… Con todos dentro. Sí, claro, también a los que se les vuelven los ojos blancos mientras se masturban en las redes sociales y tienen sueños húmedos de violencia. Mmmmm… Desde casa, y con pantufla. Todos. Todos unidos. Lo haremos porque hay que hacerlo. Hiroshima mon amour. Por una nueva civilización dejemos paso a la devastación. Por un nuevo orden mundial quemad todo lo que hay. ¡Au!, ¡ya está!. Ha ido rápido. Ahora quedamos en el planeta… ¿Cuántos somos? ¿50? ¿100? ¿300? ¿500? Ha valido la pena. Nos hemos salvado. Siempre lo hemos hecho. Preguntadle a Pompeu Fabra.
Pompeu Fabra no es un nombre de calle, es un filólogo. ¡Ah!. También le llegó el calorcito de la calle. El hombre veraneaba en Sant Pere de Vilamajor. Un día de julio de 1936 estaba en casa limpiando los dientes a un arcaísmo cuando le avisaron que venían unos que estaban haciendo una carrera contra reloj para quemar iglesias patrocinada por la marca de bebidas refrescantes del momento: «La Revolución». Fabra se quita las zapatillas. Sale a la calle y les intenta convencer de que no quemen la iglesia: que hay obras de arte, documentos de valor… que todo esto es patrimonio cultural, de la comunidad, patatín, patatán. Que tiene un significado. Le miraban extrañados. Y estaban como medio convencidos de sus palabras. Más rápidos que un gerundio con hambre llegan otros con nuevas palabras y encienden la cerilla del presente: lo queman todo. Todo el mundo lo tomaba por loco. Pero él creía que cumplía con su deber de ciudadano intentando hablar.
Imagino ahora a Pompeu Fabra en Sants. El maestro sacando brillo a un tecnicismo. Y le dicen que llegan unos para quemar la calle. Baja y les dice: «chicos, no queméis contenedores, porque esto es de todos, patatín, patatán…». ¡Ojalá que no lo asaran a la parrilla con salsa chimichurri!. Diría que no entenderían las palabras de Pompeu Fabra. No le harían ni caso. Bueno, el caso carbonizado, sí. Curioso. Porque él es el único. No hay otro como él. Como dijo Josep Pla: «Es el único catalán a quien todos los catalanes han obedecido plenamente. Él es el único que ha visto realizada la noble ambición de toda su vida, el único que a la hora suprema habrá podido decir: «De mi trabajo, nada ha sido en vano». Sí, Fabra, ordenó la lengua. La normativizó, normalizó. Gracias a él todos tenemos un catalán para todos y para todo. Una sola voz para todas las voces: del rico al pobre, del abogado al obrero, del literato al mangui, de mi gato al canario… Nos dio la ortografía, la gramática, el diccionario de la lengua… Todo. Pero ahora, el problema es que nadie lee el diccionario. Nadie sabe qué significan las palabras. Esto quiere decir que no se conoce el mapa de la realidad. Ahora para algunos romper un cristal no es romper un vidrio. Romper un vidrio es liberar la uniformización opaca de la sociedad en mil voces que claman disparadas contra el rostro del opresor que nos vigila a todos después de habernos colocado obligatoriamente allí. Quemar un contenedor tampoco es quemar un contenedor. Quemar un contenedor es deshacer las diferencias sociales del materialismo compacto a la mínima expresión de la nivelación con los pies en el suelo de una calle que es el gobierno del pueblo. Y así, id sumando. Nadie sabe qué quiere decir nada. Ni los intelectuales de la confusión que afilan definiciones ni los que sólo fabrican onomatopeyas: ergggg, ecccsss, ajssssss… Es como un juego. Una ludoteca de violencia. Hay de todo: odio, analfabetismo, exhibicionismo, desorientación, engaño… Todo y más. Siempre a escondidas. No dando la cara. Bueno… a no ser que colgamos la foto rompiendo algo en las redes sociales (¡están llenas de estos casos!). La visibilidad para unas cosas, la invisibilidad para otras. Pero la paradoja lo explica todo: quemar tapado y que te vea todo el mundo. Definición: No entender el significado de las cosas que haces. En medio, en casa, delante de las pantallas, otros aplaudiendo. Existen muchos sabios. Muchos. Por eso nos dicen qué significa todo. Aunque no tengan diccionario. No es necesario.
Porque si estos días hubiera bajado un Pompeu Fabra a la calle a decir que no quemaran, que no rompieran… Unos lo arrollarían en directo y otros en un directo virtual del insulto. Una microminoría nos está haciendo un diccionario sin ninguna entrada. Unos pocos quieren explicar a unos muchos. Sí, a los Pompeu Fabra que lo han construido todo, a los que lo han dado todo, ahora les destruirían lo que expresa el pensamiento, lo que nos hace comunicar, lo que nos hace ser: las palabras.
EL SINGULAR DIGITAL