Señor Navarro, sobre todo, no dimita

La tesis según la cual la independencia dinamitarà el mapa de partidos catalán actual es bien sabida. La desaparición del eje llamado ‘nacional’ (soberanismo frente a unionismo) debe deshacer algunas lealtades electorales de los ciudadanos, que pasarán a priorizar el voto más ideológico o práctico. E, incluso, puede hacer perder el sentido de algún partido fundado con el objetivo prioritario de recuperar la nación (Convergencia, por ejemplo). Es lógico pensar que el mapa político de una Cataluña independiente y democrática estará formado por partidos de carácter netamente ideológico (comunistas, liberales, socialdemócratas, conservadores, verdes, etc.).

 

Los partidos actuales, conscientes de esta posibilidad, han movido ficha y han tenido que tomar posición en un sentido o en otro. Los que sepan adaptarse a los nuevos tiempos quizás sobrevivirán e irán haciendo la metamorfosis correspondiente. Los que se resistan al cambio tienen mala pieza en el telar y, si no llegan a desaparecer del todo, pueden convertirse en puramente residuales.

 

Los resultados de las elecciones europeas apuntan de una manera más viva que nunca a estos cambios que anteriormente comentábamos. Se han dibujado dos grandes fuerzas situadas en puntos diferentes del eje ideológico: una ERC de izquierda generosa (desde presuntos revolucionarios a liberales compasivos) y una CiU de centro-derecha también generosa (desde socialdemócratas a conservadores). Y, aparte de estas dos fuerzas centrales -ambas soberanistas-, un puñado de propuestas complementarias. Por un lado, los que sólo tienen sentido en el resistencialismo españolista (PP, PSC-PSOE y Ciudadanos); por otra, los que presentan propuestas ideológicas diferenciadas o que transitan entre la Cataluña autonómica y la soberana (ICV-EUiA y Podemos). Es una pena que la CUP no se haya presentado y haya dejado el espacio a formaciones con candidatos del estilo de Jiménez Villarejo. Esta ausencia no nos permite analizar una foto más fiel a la realidad que la que obtuvimos el domingo.

 

Bueno, esta es la situación: nos normalizamos. Dos grandes familias en el centro-derecha y a la izquierda (para usar los términos clásicos, en proceso de revisión) y algunas formaciones que aspiran hacer decantar las mayorías a corto plazo y a crecer a medio y largo plazo. Y, en medio de todo este panorama, lo tenemos en él. Valiente como pocos, emergiendo entre las masas que se habían congregado en la sede para seguir la noche electoral, el señor Pere Navarro. La gloria hecha persona. Su partido -o lo que queda- acababa de recibir una bofetada (ahora, sí) sideral y democrática. Ignoro si era un cachete fruto de la crispación o de la tensión ambiental. Pero una bofetada como pocas las ha visto nunca nuestro país milenario. Y él, a solas, con ese rictus serio, encara el micrófono y pide al presidente Mas que asuma la derrota (110.000 votos más que en las últimas europeas) y que sea consecuente.

 

Cataluña, pasmada. El silencio se apoderó de todos los hogares de la Cataluña marítima y de la Cataluña interior, sin excepciones. Ahora sí que la tensión ambiental se podía cortar con cuchillo. Ninguno de los más de siete millones de ciudadanos que de una manera u otra contribuyen a pagar el sueldo al señor Navarro osaba hacer ruido. Los que habían cogido un puñado de palomitas -los más aficionados a las noches electorales- las dejaron caer y se quedaron prácticamente agarrotados. Todos, sin excepción, esperaba la frase que debía decir aquel hombre a continuación. Iceta, Zaragoza, Lucena, Balmón y Corbacho también se habían quedado petrificados y expectantes. Pero Navarro no lo dijo. Un 63% de los telespectadores había aguantado la respiración esperando aquella palabra. Y no. Navarro no dimitió.

 

‘Dimisión’ es una palabra demasiado fuerte. Origina demasiado malestar. Es crispadora por definición. Si tiene que dimitir alguien, que sea de los soberanistas, debió pensar el buen Navarro. Son ellos los que crispan la sociedad. ¿Has perdido la mitad de los votos? ¡Y qué! ¿Se ha ido medio partido? ¡Y qué! ¿Has perdido toda centralidad política? ¡Y qué! ¿Has perdido el apoyo del cinturón rojo? ¡Y qué! ¿Algunos de los que te cedían el paso ya te ponen zancadillas? ¡Y qué! ¿Ya no defiendes un principio democrático elemental como la autodeterminación? ¡Y qué! Pues nada… Abrimos un periodo de reflexión y abajo que toca bajada. Nunca mejor dicho. Al señor Navarro, desengañémonos, le gustan las emociones fuertes. ¿Y me puede decir a qué desventurado se le ocurriría saltar del Dragon Khan a medio descenso? Piense que la cosa va a 110 kilómetros por hora en aquellos cuarenta metros…. ¿Ustedes bajarían, a medio trayecto? Pónganse en su lugar… miren, miren:

 

Emoción colosal, ¿verdad, señor Navarro? Ya lo entendemos. Sería peligroso. A usted le gustan las emociones fuertes. Situarse en el límite de sus posibilidades. Experimentar. Es valiente. Y quizás también le gustan los filmes y vio aquel gran éxito que fue Titanic. ‘My Heart Will Go On’, piensa, usted. Y claro… recuerda que el capitán es siempre el último que debe abandonar un barco cuando se hunde. Y no está dispuesto a abandonar a la tripulación y a los pasajeros… Usted no quiere ser el Costa Concordia de la política catalana. Si es necesario, se hundirá con el barco. ‘¡Primero los niños y las señoras!’, gritó el domingo, desde el puente de mando. Su valentía es admirable. En serio. Tiene una misión y la quiere seguir al pie de la letra. Bien hecho, señor Navarro. Le dejo una canción a continuación por si quiere poner más dramatismo. Pero usted, sobre todo, no dimita.

 

‘La aventura puede ser sonada, pero el aventurero debe ser cuerdo’ (Gilbert Keith Chesterton).

 

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