Ayer, el amigo Ferran Sáez, en el diario Ara, se preguntaba: «Y si no somos un sujeto, ¿qué somos?», haciendo referencia a la última sentencia del TC sobre la declaración de soberanía de Cataluña.
Se me ocurrió hacer un tuit diciendo que: «Para España no somos un sujeto, somos un complemento indirecto», más que nada, porque algo debemos ser. Inmediatamente, Jordi Corrond y Màrius Serra replicaban que más que «indirecto» éramos un complemento circunstancial (Quim Vendrell todavía afinaba más: «complemento circunstancial de lugar»). Jaume Aulet, por su parte, afirmaba que «somos una oración subordinada. Y de las relativas, no de las explicativas». Sin embargo, para Gabriel Salvadó somos un «adverbio de negación», en lo cual Xavier Fähndrich, puntualizaba que más bien lo éramos de «posesión» (y aún había quien añadía que «subordinadas adverbiales, que son las más prescindibles») … Ángels Folch, enérgica, lo rechazaba con argumentos gramaticalmente impecables: «para ellos somos un objeto directo (la acción recae directamente sobre el objeto)». Coral Romà intentaba una transacción «o más bien la cláusula subordinada de un complemento de régimen constitucional». Y mientras Silvia Sáez apuntaba que no había duda, somos «una oración subordinada sustantiva», llegaba una respuesta definitiva: la de Beton Comín, para quien, sencillamente, «no somos».
La respuesta, amigo Ferran, ya ves que te la podemos ofrecer en fórmulas diversas, pero que se acaba resumiendo en una: para España, no somos. Cosa que ya sabíamos y que hemos celebrado estos últimos días de manera espectacular con la subida a los altares de la transición española. Medio escondida en la sentencia del TC está la clave de todo, cuando los magistrados de este tribunal, unánimemente, es decir, con el voto a favor también de los magistrados catalanes, afirma: «autonomía no es soberanía». Esta es la clave de bóveda sobre la que se edificó la transición española.
A menudo no hacen falta ni grandes decisiones de Tribunales Constitucionales ni abracadabrantes artículos de la prensa española en Cataluña para darse cuenta del pozo provinciano en el que (mal)vivimos. Para mí será siempre un misterio por qué compatriotas míos prefieren ser mandados a mandar. No entenderé nunca cómo alguien prefiere ser español y miembro de una provincia, en lugar de catalán y parte de una nación.
Pero es que el problema no soy yo, el problema es la Constitución española, la transición, la negación del juicio al franquismo -y por tanto la negación de la memoria-. Por ello, el fascismo no terminó con la transición, sencillamente se transformó, como la energía, y sólo con la independencia acabaremos con él.
Cualquier hipótesis de que busque un encaje en la Constitución es continuar promoviendo el provincialismo en su estado más puro y obsceno. Recuerdo unas declaraciones de hace unos años del entonces ministro de Trabajo e Inmigración, Celestino Corbacho, cuando afirmaba que «la España federal que defiende el PSC no ha quedado cuestionada por la sentencia del Estatuto. Es más: sigue totalmente Vigente» y que el futuro de Cataluña «está ligado con España, y para que España no retroceda, se necesita a Cataluña». Allí se ha quedado el PSC. ¿Qué vamos a hacer?; hay gente para todo, ¡incluso para ser federalista en España! Pero esto nos conduce a la provincia, a no ser, a ser un complemento indirecto, circunstancial o de posesión.
«Si somos, seamos y, si no somos, dejémonos de sueños, de recuerdos y de locuras». Siempre me han gustado estos versos de Climent Forner, de su Lamento por Cataluña, y me parecen hoy más vigentes que nunca. La vía constitucional ha quedado, en Cataluña, sin relato, por más que los autodefinidos como moderados nos pinten un escenario futuro digno del Armagedón. Tan moderados, ellos, pero que cuando se trata de prever qué pasará se travisten de Aramis Fuster apocalíptica. Ahora bien, no hay que preocuparse demasiado, es la consecuencia de encontrarse en falso, de haberse quedado sin argumentos, de ver, ellos también, los barrotes de la jaula.
Si somos, seamos, y salimos de la inmensa telaraña constitucional. Nos debemos convencer de que vamos a declarar la independencia y no a regular la pesca de la anchoa; debemos pensar fría, maquiavélicamente, para que la próxima jugada pueda ser jaque mate. La «autonomía no es soberanía». El TC nos marca el camino.
EL SINGULAR DIGITAL