La cuestión navarra de nuevo
Es probable que un escenario de inestabilidad en Navarra sea lo último que desee el gobierno hispano, que vigila de reojo los acontecimientos de este año en Cataluña
La reciente polémica a cuenta de la enésima evidencia de corrupción en las instituciones forales ha tenido como consecuencia desacostumbrada un torrente de declaraciones insólitas. Podemos afirmar que las acusaciones de Idoia Nieves contra la vicepresidenta Goicoechea han abierto la caja de los truenos. La posibilidad de una moción de censura a la presidenta Barcina, el consiguiente adelanto de elecciones y un previsible cambio en las sillas del gobierno, todo muy precario todavía, ha sacudido los nervios de las autoridades españolas, que han corrido a tirar del freno a su correveidile en el aparato del PSN.
Es probable que un escenario de inestabilidad en Navarra sea lo último que desee el gobierno hispano, que vigila de reojo los acontecimientos de este año en Cataluña. Sólo faltaría que se le alborotase el gallinero del Norte, y precisamente en su cuestión más delicada. Más estratégica. En la cuestión navarra.
Conste que no lo decimos nosotros; que no es una expresión grandilocuente que sacamos de la manga para aumentar la tensión del momento con retóricas de cartón o artificios de pose melodramática. Que lo dice el propio gobierno del Estado, por sus diversos portavoces, para llamar a sus filas a la disciplina. Que nadie se mueva, que la barca peligra.
Desde hace mucho tiempo Navarra es una cuestión de Estado. Lo ha sido desde que Fernando el Falsario ocupó lo que en 1512 quedaba de Navarra independiente. Su objetivo era aislar a la monarquía francesa. A ello apuntan tanto la conquista de Navarra como los conflictos en la península italiana.
Pero esta dimensión ‘estratégica’ reaparece, tras la derrota de las guerras carlistas, cuando el conflicto entre el Estado y la sociedad vasca se define, con Sabino Arana, en términos de lucha por la independencia. La agitación ‘bizkaitarra’, el ‘Hirurak bat’, etc., son florituras regionales. Que esa reivindicación nacional se enuncie en torno a Navarra se convierte en una cuestión de Estado. Porque Navarra ha sido reino, Estado, hasta ayer; y sus reclamaciones contienen esa dimensión; población sometida, territorio, cultura propia, historia, reconocimiento internacional, memoria, instituciones… un perfil de Estado que ni Euzkadi ni Bizkaia representan.
Que salga la vicepresidenta del gobierno, Soraya Saenz de Santamaría, y explique que ante esta crisis el Gobierno tiene una política antiterrorista “clara” que es “de Estado”; o que lo ratifique el ministro del Interior, no debería sorprendernos. Lo que sí nos descoloca es que la otra “parte”, las fuerzas del país, que se proclama heredera de la doctrina o la querencia de Sabino Arana, no sabe/no contesta. No entienden nada. Por la evidencia del día a día, los conflictos de la Alta Navarra, aunque emplazados en esta política que describe el gobierno Rajoy, apenas se valoran o consideran como temas menores, sin relieve ‘estratégico’, como si no fuera más que la cuestión regional de una zona de segunda. Como si para nosotros Navarra estuviera en el plano de Cantabria, Extremadura o Murcia para España.
Navarra es una cuestión de Estado. Para unos y para otros. Nuestra reclamación nacional exige una acción acorde con los tiempos. Una apuesta por la paz y la democracia en forma de Estado propio. Son tiempos de independencias y no de andar mareando una perdiz basada en acuerdos y componendas con quienes forman parte de ese bloque nacional hispano que tiembla ante la posibilidad de una reactivación navarra. Saben que es la clave de la “cuestión vasca”. ¿Lo sabemos nosotros? ¿Somos capaces de valorar la trascendencia política de la “cuestión navarra”?
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