La conferencia de la vicepresidenta de la Comisión Europea Viviane Reding hace exactamente una semana en la Pedrera de Barcelona, que en largo e intenso turno de preguntas se centró en el derecho a decidir de Cataluña y su futura permanencia en la Unión Europea en caso de independencia, ha dejado huella. Tanto es así, que un grupo de asistentes a la conferencia, entre los que se encuentran Muriel Casals, Miquel Strubell, Ángeles Folch y Simona Skrabec, entre otros, han promovido la Declaración de la Pedrera. Se trata de un manifiesto que llama a la comunidad internacional para que atienda las demandas de Cataluña, es decir, de siete millones de europeos. El texto pone el acento en 7 puntos: la voluntad de diálogo de los catalanes, la inversión de energías para encontrar un encaje dentro de España que ha sido desoído por los diversos gobiernos españoles, la vocación europeísta de Cataluña, los principios de la Unión Europea, las aspiraciones democráticas de los catalanes y la falta de confianza por parte de España.
He aquí el texto, íntegro, dirigido a la misma Reding:
«Declaración de La Pedrera
Barcelona, 28 de febrero de 2014
El 23 de febrero la Comisaria de Justicia, Derechos Humanos y Ciudadanía y Vicepresidenta de la Comisión Europea, madame Viviane Reding, ha tenido la amabilidad de visitar Barcelona, para exponer, de primera mano, algunas de las líneas prioritarias y principales preocupaciones de la Unión Europea, en un momento especialmente delicado de su historia.
En este documento queremos hacer unas precisiones para su reflexión y la de la ciudadanía en general, reflexiones suscitadas por diferentes intervenciones del público durante el debate.
1. La voluntad de diálogo de los catalanes
• Los catalanes somos, desde la edad media, lo que más tarde Napoléon diría, refiriéndose a los ingleses, «une nation de boutiquiers». Siempre hemos estado dispuestos a sentarnos, a negociar, a pactar, lejos de posiciones maximalistas. Los últimos decenios se han caracterizado justamente por una política de «pájaro en mano», la voluntad de «ir consiguiendo cosas concretas de un proyecto global». Pero para pactar, hace falta la voluntad de los dos bandos.
• En cuanto a nuestro futuro, los Parlamentos de Cataluña y España han evidenciado posiciones totalmente contrarias. En las Cortes españolas, el 26 de febrero de 2013, una moción instando al Gobierno «a iniciar un diálogo con el Govern de la Generalitat en aras a posibilitar la celebración de una consulta a los ciudadanos y ciudadanas de Catalunya para decidir su futuro» recibe (dejando de lado los votos de los diputados catalanes) el voto contrario por parte de 274 de los 303 diputados: el 90%. El 27 de febrero de 2014, nuevamente, una moción en sentido similar es tumbada por 187 votos en contra, 43 votos a favor y 103 abstenciones (del PSOE).
• En sentido más constructivo, el 13 de marzo de 2013 el Parlamento de Cataluña votó a favor de una moción idéntica, con 104 votos de un total de 135 escaños.
• La respuesta española a las aspiraciones políticas de la mayoría del país no ha sido sólo de rechazo. Su falta de voluntad de diálogo se evidencia en la negativa a reducir la salida neta de fondos públicos de Cataluña a un ritmo anual equivalente a un 8% de su PIB. Este hecho, que se ha mantenido durante décadas, reduce en forma persistente y acumulativa la competitividad y el crecimiento de las empresas implantadas en Cataluña, y explica la caída de posiciones en el ranking de comunidades autónomas, en cuanto a la renta per cápita. Además Cataluña tiene una grave carencia de infraestructuras modernas (como los retrasos en el corredor ferroviario mediterráneo y la principal autovía de conexión con Francia).
• También es evidente en cuanto a la ofensiva legislativa, jurídica y política contra la lengua catalana, en todos los frentes y todos los territorios, culminando en una ley orgánica de educación impuesta en contra de todo el resto del arco parlamentario, y también de los sectores directamente implicados. Todo esto sólo puede tener una lectura: una obstinada negativa a dialogar.
• Esta ofensiva también se manifiesta actualmente en iniciativas legislativas estatales para reducir las llamadas competencias autonómicas, en campos tan variados como la administración local, el comercio, las telecomunicaciones, incluso para proteger por completo las corridas de toros (prohibidas por una ley del Parlamento de Cataluña).
• Y también se manifiesta en el amplio abanico de recursos interpuestos por el Estado ante el Tribunal Constitucional en contra de la legislación catalana, en muchas materias, incluyendo otras cruciales como la educación y la inmigración.
2. La inversión de energías
• Los catalanes hemos invertido grandes energías, con laboriosos consensos políticos y promesas incumplidas por parte de dirigentes españoles, para obtener un Estatuto más moderno, que quería conseguir un reconocimiento y acomodación de la personalidad catalana en el seno de la España. Estas han sido en buena medida inútiles, por el «cepillado» (recorte del contenido) llevado a cabo en el Congreso de Diputados, y por la ofensiva (para muchos) sentencia del Tribunal Constitucional de 27 de junio de 2010, que provocó la mayor manifestación de la historia de Cataluña, hasta ese momento. El incumplimiento de diferentes disposiciones de este Estatuto recortado, por parte del Estado, así como la desaparición de las competencias exclusivas de las comunidades autónomas y una política recentralizadora en muchos ámbito, aumenta la sensación de frustración.
• Sectores importantes de la sociedad española también han dedicado grandes energías en contra de la voluntad expresa de los catalanes, por ejemplo, recogiendo millones de firmas en contra de un Estatuto que todavía tenía que tramitarse en las Cortes españolas. Actualmente gastan ríos de tinta para hacernos creer que se están produciendo «fracturas sociales» debido a un tema que, por primera vez en la historia contemporánea, vuelve a ser motivo de debates, formales e informales, por todo nuestro país. Las únicas «fracturas» detectables han sido algunas acciones violentas por parte de grupos ultranacionalistas españoles, que queremos pensar que son incontrolados. La sociedad catalana es madura y democrática, mal que les pese a algunos.
• Ahora mismo, y a pesar de una depresión económica sin precedentes en la historia contemporánea, en ningún sitio como en Cataluña hay tantos miles de profesionales especialistas, diseñando desde cero lo que será nuestro nuevo Estado. En el seno del Consejo Asesor para la Transición Nacional, de Òmnium Cultural, de la Asamblea Nacional Catalana, esta energía, voluntaria, sin contraprestaciones, es fruto de la misma energía que la que reunió en el centro de Barcelona, el 11 de septiembre de 2012, una manifestación, esta vez nítidamente a favor de la independencia, aún mayor que el anterior (de 2010). Es la misma energía que agrupó, más de un millón y medio de catalanes, de orígenes diversos, a lo largo de los 400 kilómetros de la Vía Catalana, el 11 de septiembre de 2013, igualmente a favor de la vía democrática hacia la independencia. No son energías inútiles: el pueblo catalán -que todos los regímenes han querido que fuera muy consciente de las muchas derrotas que ha sufrido a lo largo de la historia- ha recuperado, finalmente, su autoestima.
3. La vocación europeísta de Cataluña
• Pocos lugares muestran una tradición tan proeuropea como Cataluña. Hay diferentes elementos que nos habrían podido justificar una posición refractaria de nuestro país en relación con Europa. En efecto, Inglaterra abandonó Cataluña a su suerte con el Tratado de Utrecht (1713), incumpliendo el Pacto de Génova de (1705). Todavía se recuerdan los destrozos patrimoniales causados por la tropas franceses al cabo de un siglo, durante la guerra napoleónica. Y todavía un siglo más tarde, la política de «no intervención» de los aliados durante la guerra española de 1936-1939 (no respetada por los regímenes totalitarios de entonces), y durante la posguerra, posibilitó una larga y feroz dictadura que heredó la vieja aspiración de asimilar Cataluña a la nación castellana. Pocos años antes un admiradísimo filósofo español había afirmado con contundencia que «España es una cosa hecha por Castilla, y hay razones para ir sospechando que, en general, sólo cabezas castellanas tienen órganos adecuados para percibir el gran problema de la España integral”. Este espíritu asimilacionista, por desgracia, aún perdura.
• Como también persiste la exclusión de los catalanes de los primeros puestos de mando militar y civil. Para encontrar un presidente catalán del Gobierno hay que mirar 141 años atrás (el federalista Francisco Pi y Margall), a diferencia de la activa participación de quebequenses y escoceses, por ejemplo, como primeros ministros canadienses o británicos.
• Por ello, quizás, y pese a lo que podría parecer, los catalanes siempre hemos mirado a Europa -empezando por Perpiñán y, más allá, París- como marco más natural para nuestro libre desarrollo. Se alistaron miles de voluntarios catalanes a luchar junto a los aliados en las dos guerras mundiales, y hemos sido siempre muy mayoritariamente favorables a la Unión Europea y al proceso de integración europea. Al menos, hasta ahora.
4. Los principios de la Unión Europea
• Los catalanes sabemos bien que sólo en épocas de libertad democrática nuestro pueblo ha sido respetado, aunque fuera parcialmente. Compartimos, pues, plenamente los valores que sustentan la Unión Europea, y celebramos como los que más el larguísimo período de paz que ha permitido -salvo lamentables conflictos locales- compartir un proyecto de progreso basado en el respeto y la colaboración mutuos.
• El pragmatismo histórico de los catalanes reconoce sin rodeos el valor de la integración y la cooperación, para hacer frente a los retos de una economía mundializada. A la vez, muchos queremos participar activamente de las grandes decisiones del continente, queremos poder aportar nuestro grano de arena a los procesos de toma de decisiones, decisiones que se toman en mesas de Consejos donde no tenemos asiento, y en un Parlamento donde no tenemos representación al no ser ni siquiera circunscripción europea.
• Escandaliza a muchos catalanes el uso instrumental que se hace de la Unión Europea, como amenaza si nuestro pueblo vota y decide, pacífica y democráticamente, incorporarse a la comunidad internacional como un Estado más. Nos indigna que se dé por segura una decisión -la expulsión «inmediata» de Cataluña de la Unión Europea- que no se estipula en ninguna parte en los Tratados. Nos negamos a creer que puede interesar a la Unión hacer caso de aquellos que, con el desprecio propio del colonizador (como usted, señora Reding, pudo comprobar durante la sesión por parte de la persona que «la vino a controlar») defienden el destierro -en esta ocasión- del pragmatismo que ha caracterizado la integración europea hasta ahora.
• Y también preocupa a muchos catalanes la total impunidad con que, desde determinados (pero numerosos) medios de comunicación, no todos privados, y desde tribunas políticas diversas, nos tacha de insolidarios e incluso de nazis. Y las apelaciones a la Comisión Europea y al Parlamento Europeo no han tenido, hasta ahora, ningún efecto para reducir estas constantes acusaciones vejatorio, injustas e indignas.
5. La aspiración de los catalanes
• En un entorno mundializado, muchos catalanes creen firmemente que sólo disponiendo de las herramientas propias de un Estado podremos seguir generando riqueza, creando puestos de trabajo para nuestros hijos, y profundizando en el bienestar y felicidad de nuestro pueblo. Se ha dicho a menudo que no es que Cataluña no tenga un Estado propio, sino que tiene un Estado en contra, y sólo porque nuestro proyecto es de futuro, es de aspiración, dejamos de mencionar las muchas pruebas de esta afirmación.
• Durante más de un siglo y medio, Cataluña ha querido modernizar y federalizar España. El fracaso del movimiento federalista se ha debido, varias veces, a la ausencia de interlocutores en el resto del Estado: y sólo se pueden federar pueblos con acuerdos entre iguales. Pero es de toda evidencia que España sigue siendo un país de funcionarios, con una cultura económica especuladora, con un sistema judicial a menudo mediatizado por otros poderes, siempre ralentizado y poco eficaz, con una casta dominante secular que ha sabido siempre adaptarse al régimen de turno, y que ha velado por sus propios intereses y los de sus amistades, como se puede comprobar con cualquier repaso de los casos de corrupción abiertos actualmente.
• En este contexto «Es catalán quien vive y trabaja en Cataluña y quiere serlo» y «Somos una nación» han sido consignas políticas y cívicas desde hace muchos años, como reacción y afirmación del pueblo catalán de su voluntad de existir. Es más: en varias ocasiones, en 1989, 1998 y 2010 el Parlamento de Cataluña ha manifestado que no renuncia al derecho a la autodeterminación. Por voluntad claramente mayoritaria, ha llegado el momento de ejercer ese derecho. Incluso personas sensatas y respetadas que han ejercido altas responsabilidades políticas en Cataluña dicen que el país está ante una histórica disyuntiva: la independencia o la definitiva asimilación. Y optan abiertamente por la supervivencia, la independencia.
• El día que Cataluña proclame su emancipación política, en el marco de un mundo caracterizado por la interdependencia, no querrá romper los siglos de lazos de tipo familiar y de todo tipo con el resto de la península. La independencia no será un gesto en contra de ninguno de los pueblos de España. Será para poder decidir, como cualquier Estado, todas las cuestiones que afectan al pueblo catalán que no pacte libremente ceder competencias a instancias internacionales, como actualmente la Unión Europea.
• No seremos nosotros quienes, con la independencia, queramos levantar fronteras o crear aranceles. Al contrario, esperamos que nuestra soberanía permita colaborar con más intensidad, sobre todo con nuestros vecinos hermanos de lengua y cultura. Esperamos que nuestras vías de comunicación transeuropeas sean aprovechadas en beneficio de todos.
• No queremos imponer la nacionalidad a nadie. Los catalanes no queremos que ningún ciudadano sea privado de su nacionalidad española en contra de su voluntad. La historia nos ha enseñado muchas veces que las imposiciones acaban volviéndose en contra de quien las promueve. Queremos construir una sociedad tolerante, abierta, donde el bienestar de todos los ciudadanos sea un objetivo primordial. Los que se oponen a nuestra emancipación basan buena parte de su argumentación a favor de la continuidad de Cataluña dentro de España en cuestiones sentimentales e identitarias, muy respetables y legítimas, pero que no hacen nada por resolver ninguno de los problemas que tiene y tendrá la sociedad catalana.
6. La falta crónica de confianza
• Escuchamos voces -lo sabe muy bien, señora Comisaria- que piden que nuestros problemas se resuelvan mediante el diálogo y la negociación. Es lógico y normal. Pero una negociación (como ya hemos dicho) requiere la voluntad de las dos partes. ¿La tenemos, todavía hoy, los catalanes? Las «líneas rojas» que el Estado español ha atravesado en tantas ocasiones en los últimos años (llevando, por primera vez en la historia, un Estatuto de Autonomía validado en referéndum -aunque previamente rebajado-, al Tribunal Constitucional; haciendo lo mismo, también por primera vez, con una Declaración política de nuestro Parlamento; invadiendo competencias de nuestro Parlamento con total desprecio y tantas promesas estatales incumplidas) explican por qué buena parte de la población de Cataluña haya llegado al punto de no retorno. Aunque el Estado nos prometiera una «tercera vía» no sería creíble por la mayoría, debido a una desconfianza basada en un cúmulo de hechos incontrovertibles. Y está a la vista de todos que en los casi dieciocho meses que han pasado desde la gran manifestación del 11 de septiembre de 2012, España no ha dado ni un solo paso, ni un solo gesto, que no haya sido de atrincheramiento obstinado en contra de las pretensiones catalanas. Todo lo contrario, la recentralización avanza cada vez más rápido.
• Es más: todas las encuestas en España indican que si, en respuesta a algunas voces catalanas que todavía verían una salida al conflicto, se procediera a una reforma de la Constitución, lo más probable sería que la reforma recentralizara el Estado y quitara competencias actualmente en manos, nominalmente, de Cataluña y las demás comunidades autónomas. Creemos firmemente que sólo la independencia de nuestro país ofrece la posibilidad de seguir existiendo, y prosperar como pueblo.
7. En conclusión
• Por todo ello, los relacionados abajo, que asistimos al debate antes mencionado, hacemos un llamamiento a la Unión Europea y a la comunidad internacional en su conjunto, para que velen por el cumplimiento efectivo de lo que los siete millones de europeos que vivimos y convivimos en Cataluña hemos pedido a nuestros representantes políticos: poder decidir libre Y democráticamente, y sin más amenazas apocalípticas ni dilaciones -y como han hecho cientos de otros pueblos del mundo antes que nosotros-, nuestro futuro como pueblo, y recuperar nuestra independencia.»
Suscriben este documento los siguientes asistentes al debate:
• Anna Balcells
• Lluís Bonet y Coll
• Muriel Casals
• Ángels Folch
• Ricard Gené
• Elena Jiménez
• Miquel López
• Isabel-Helena Martí
• Sergi Mir
• Carme Miralda
• Ricard Olivella
• Xesca Oliver
• Albert Poblet
• Robert Sabata
• Joan Sanchez
• Simona Skrabec
• Miquel Strubell
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