Los Estados Unidos Interesados

Viviane Reding habrá vuelto a casa con la cabeza como un bombo. Abrumada por el roer de los demócratas -queremos votar, queremos votar, queremos votar-, a la vicepresidenta de la Comisión Europea sólo le habría faltado caer de rodillas mientras suplicaba: ‘¡Por el amor de Dios: dialogad, encontrad un camino sin dividiros!’, que, siguiendo las nuevas acepciones de la RAE, significa: ‘Por el amor de Dios: callad, renunciad a hacer vuestro camino y dejad de tocar los cojones de una puñetera vez’.

La suerte de Reding no la tiene Margallo, que cada día se ha de inventarse una nueva historia para invitarnos al ‘diálogo’. Ayer mismo, el ministro español de Asuntos Exteriores amplió el radio de alcance de la catástrofe y ahora augura que la independencia ‘alteraría la posición de la UE en el mundo’, el paso previo, supongamos, a invertir los polos terrestres y conducir el planeta a la novena glaciación. Y, por si fuera poco, le añadió la amenaza burocrática: más de 14.000 tratados internacionales que dice que la Cataluña independiente debería renegociar. Qué suerte hemos tenido hasta ahora, pues, que la UE haya despachado toda esta papeleo por nosotros, no quieras más dolores de cabeza.

En esto de Europa hemos caído de cuatro patas. De tanto insistir que no nos van a echar, que estemos tranquilos, que no cunda el pánico, calma a la población, hemos asumido la falacia dependentista del abismo fuera de la Unión, que es como asumir la del abismo fuera de España. Un debate, este de España, que ya ha sido superado entre los indecisos, mientras que al de Europa no hemos sabido darle la vuelta con la misma lógica. Y mira que era fácil, porque fuera de la UE ya hemos estado, nuestros padres han prosperado, y muchos de nosotros crecimos despreocupados y confortados por una esperanza de futuro.

Sirva como metáfora la unión monetaria: una buena mañana, tú y yo, sin pensarlo ni votar, nos levantamos, abrimos el monedero y nos encontramos la misma divisa que en Alemania. Salimos a tomar un café para celebrarlo, y lo pagamos un 30% más caro. Así comenzó nuestro día a día de ser europeos: pagando el precio de serlo, redondeado al alza. En Alemania, el café les costaba igual, y el negocio, ya de entrada, se les presentaba más prometedor. Pero es igual, nuestro monedero era europeo -¡eu-ro-peo!-, Y si la UE no nos había pedido la opinión era porque sabía mejor que nosotros qué nos convenía. Con el lenguaje del dinero es más fácil de entender que la Unión Europea es, ante todo, unos Estados Unidos de los Intereses. El amor ya irá llegando, si es que viene.

Pues éste es el poder falaz del discurso pro-dependentista: la UE sabe qué te conviene más que tú, y si lo que quieres no conviene a los Estados miembros es que tampoco te conviene a ti. Fin de la discusión. Sistemáticamente, caemos en la trampa de dar estas reglas de juego acríticamente por buenas, haciendo que los indecisos también las tengan por buenas acríticamente. En cambio, no insistimos con que el debate de la independencia nos ofrece a todos los catalanes -a todos- la oportunidad única de cuestionar estos Estados Unidos Interesados y de decidir hasta qué punto nos interesan, o no, los mismos intereses. Porque, que a la UE les interesamos nosotros, sólo es cuestión de tiempo.

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