El tabú del extremismo

Detener el proceso catalán hacia la independencia se ha convertido, finalmente, en la principal cuestión de Estado. Usan el disfraz triunfalista a propósito de la crisis. Dicen que la marca España es sólida y que «España ha vuelto», con espíritu y sonrisa renovados. Ahora, afirman, es tiempo de unidad, de firmeza y de poner en marcha una nueva fase de crecimiento. El derecho de autodeterminación «no existe en ninguna parte». El derecho a decidir, por supuesto, no quiere decir nada, porque no hay democracia -sentencian- fuera de la legalidad establecida. Hay que desactivar, en consecuencia, las «aventuras» secesionistas, que sólo pueden conducir al ostracismo, el empobrecimiento y la marginalidad. Es tiempo, pues, de cerrar filas en torno al Estado y la Constitución. El PP y el PSOE coinciden sustancialmente. Y los restos de las desplazadas élites catalanas, inspiradoras de sucesivas apelaciones al diálogo, a la negociación, a la cooperación, a la resurrección del pacto fiscal, a las más imaginativas terceras vías, o al ¡ay, ay! que nos haremos pupa, se han añadido con entusiasmo.

El intento más reciente y más elaborado de dar cobertura argumental, todavía, a un hipotético pacto in extremis entre España y Cataluña es el de señalar los perjuicios -allá y aquí- que conllevaría la asunción mutua del discurso del todo o nada. Según esta posición hay dos extremos peligrosos: el de una Cataluña descontrolada que lo quiere TODO (independencia) contrapuesta a un Estado que le niega el elemental potestad y se mantiene clavado en su convicción de inmutabilidad y perdurabilidad, mientras gesticula, amenaza y no propone NADA. Entonces, la autoproclamada voz de la cordura -el centro ponderado-, para evitar las calamidades que afectarían a ambas partes en caso de separación, vuelve a sugerir la negociación interminable. El Estatuto sin Estatuto.

¿Pedir pacíficamente la celebración de un referéndum es extremismo? Se trata de una trampa discursiva inaceptable. La mayoría del país, la ANC o la Vía Catalana, no están en un extremo. Están en una posición. Una posición mucho menos extrema que la de los ventrílocuos que piden diálogo con el muñeco de la mano izquierda mientras con el de la derecha enarbolan el látigo.

Extremismo es amenazar sistemáticamente a la gente con el apocalipsis. Extremismo es no dejar votar. Extremismo es ocultar y manipular los datos económicos a conveniencia. Extremismo es incumplir sistemáticamente lo acordado. Extremismo es la corrupción. Extremismo es laminar los derechos laborales. Extremismo es engañar clientes con «preferentes». Extremismo son los desahucios a los más afectados por la crisis. Extremismo es gravar más la remuneración del trabajo que los beneficios del capital especulativo. Extremismo es subvertir la ley y adaptarla al propio interés. Extremismo es favorecer el incremento de las desigualdades. Extremismo es menospreciar una lengua y una cultura para minorizarlas. Extremismo es adjudicar la identidad a los otros, imponiéndosela desde el Estado. Extremismo es mentir. Extremismo es la prepotencia fatua que se pretende más allá de cualquier argumento. Extremismo es la violencia del abuso de poder en sus diversas formas. Extremismo es ignorar la voluntad de la gente y fijar, sin fundamento y de manera definitiva, los marcos de soberanía. Extremismo es atribuirse una legitimidad providencial para disponer de los recursos y los derechos y libertades de los demás. Extremismo es la insoportable subordinación de ahora mismo.

Querer la propia libertad, la capacidad plena de decidir sobre los propios asuntos; elegir el modelo social y gestionar los propios recursos; querer el reconocimiento homologado de tu lengua y cultura; aspirar al mismo rango institucional que los pueblos emancipados del mundo; querer proclamar la propia mayoría de edad; afirmar valores como la justicia, el respeto a la diversidad, el pluralismo, la igualdad de oportunidades; comprometerse con la democracia… Esto no es extremismo. Esto es el corazón central de una sociedad desacomplejada, que confía en sus posibilidades. Querer la propia independencia no es una actitud extrema sino la normal de cualquier sujeto social y político. Acceder democráticamente a la independencia se ha convertido en un anhelo mayoritario porque es la expresión colectiva del mismo impulso que mueve a las personas a querer tomar el control de su futuro. El extremismo real, más bien, es empeñarse en negar este impulso de libertad a personas y pueblos, subordinándolo a una negociación sin fin con un Estado que podrá imponer siempre su criterio. Defender democrática y pacíficamente la libertad y la justicia no es ningún extremismo. Basta de este tabú.

ARA