¿No es formidable?
A mí uno de los fenómenos que más me apasionan de nuestro país es la convivencia que padecemos con los cosmopolitas de salón. En un país con una lengua y una cultura propias hay quien se pasa toda la vida sin interesarse en lo más mínimo, como si fueran las bolsas de basura del vecino. Viven en un país del que lo desconocen todo: su cultura, las tradiciones, la historia, el folklore -les pone de los nervios, pobre gente, cualquier mínimo contacto con las expresiones más populares de la tierra: ven un ‘castell’ (castillo humano) y se dan la vuelta; escuchan una sardana y se tapan las orejas; miran una bandada danzando y su cara es una mueca. Es un caso de indigencia cultural absoluta, total. Les crea urticaria su propia historia -quiero decir, la historia de las bolsas de basura-, su literatura, su patrimonio cultural. Se llaman cosmopolitas y todo lo que hacen es pasarse horas ante el Youtube y meter en Google Translator cualquier texto en un idioma que no sea su castellano de la zona alta de Barcelona.
Es un fenómeno relativamente reciente. No hay nada más triste que un catalán intentando hacerse pasar por español. Desde la Renaixença a nadie mínimamente civilizado se le habría ocurrido nunca algo parecido. Cualquier otra opción habría sido rechazada por provinciana, mesetaria y rancia. Por eso Cataluña vive en el primer tercio del siglo XX, cuando reencuentra su alma, la explosión de arte y civilización más extraordinarias de su historia. Por ello, el ultralocalismo puede ser, probablemente, el «ismo» que nos permite conectar con la tradición rota por el franquismo y que nos lleva, rejuvenecido y oreado, a seguir la cadena del modernismo y el novecentismo y, por tanto a una nueva explosión de creatividad y excelencia. Si vale la pena luchar por la independencia es por lo que puede suponer como nuevo renacimiento.
Para producir una obra universal hay que estar arraigado en algún lugar. Sólo hay una vía para llegar al auténtico cosmopolitismo: crear un mundo mágico y universal a partir del trozo de tierra donde se vive. Josep Pla o Joan Miró o Lluís Domènech i Muntaner o Eduard Toldrà. O Pujols o Deulofeu, claro. Es precisamente cuando se juega la carta española, cuando se abdica de la lengua y la cultura de tu país para coger las de otro, cuando lo pierdes todo, porque es imposible crear nada si no perteneces a ninguna parte.
«Ser ultralocal es creer que la cultura propia puede trascender de manera universal» afirmaba Oscar Sánchez en una entrevista al Punt Avui. Lógico y normal: si los catalanes podemos aportar algo a la humanidad sólo lo podemos hacer como catalanes, como radicalmente catalanes. Lo dijeron hace años Josep Pla y Eugeni Xammar: «Todo lo que puede ser un catalán es ser catalán».
Quim Torra
EL SINGULAR DIGITAL