Ante el año político que se nos viene encima, y ante el impulso de hacer una breve recapitulación de los argumentos expuestos en varias ocasiones, es necesario constatar que alrededor de las dos grandes cuestiones de actualidad -crisis y gestión de la independencia- ha aparecido una nueva casta: el opinador indiscriminado y omnisciente, individuos semiprofesionalizados (de hecho, diletantes con ínfulas de sabios) que rondan por tertulias, periódicos y redes sociales perorando y pontificando con rigor y memoria más que discutibles, y que sólo se escuchan a ellos mismos. Hay alguno razonable y solvente, pero la reiteración, el alboroto y el olvido de lo que se dijo hace cuatro días hace imposible distinguirlos de oportunistas postizos y vendedores de jarabes. Crisis e independencia: ante la primera, paciencia y paliativos. La solución no la tienen ni los políticos. La segunda da más juego dialéctico, con posibilidades de éxito ya es otra cosa. Abordemos ésta.
Me reafirmo en la convicción de que el principal obstáculo para la independencia de Cataluña no está ni en España ni en Europa, sino entre los catalanes mismos. La falta de valentía y la falta de unidad y de cohesión en un proyecto compartido son los males mayores. Hay otro de fondo, más ambiguo y opinable, menos vistoso, pero anterior y causa de todo: la falta de un auténtico proyecto articulado en torno a una idea identitaria, lo que en sí es un pueblo, el autorreconocimiento de una tradición y una esencia, sólo posible gestionado desde el conocimiento, la ciencia y la cultura. Me reafirmo en la convicción de que los grandes cambios políticos se han hecho contra la ley vigente, que ninguna nueva institución se ha construido a partir del respeto a la ley. Cuando oigo decir «dentro de la legalidad», pienso que no vamos a ninguna parte. La República francesa, los Estados Unidos de América, la Iglesia católica, la Unión Soviética -y la Rusia actual-, incluso la discutible democracia española, se proyectaron contra la ley. Las leyes sirven a las personas, no las personas a las leyes. Cuando una ley va contra el sentido de la comunidad, es lícito y conveniente que la comunidad vaya en su contra. Me reafirmo en la convicción de que es mejor no tener ninguna confianza en Europa. La categoría política y moral de Europa, su peso en el mundo y el respeto que merecen, son nulos. Europa no se mueve por otra cosa que por el interés económico. Recordemos el vergonzoso papel en el conflicto de los Balcanes, y qué hicieron en la Guerra Civil española. Europa mantuvo sin problemas a Franco en el poder cuarenta años. Ni Billy Brandt ni Olof Palme, modelos de ética mundialmente homologados, héroes del pensamiento alternativo dentro del sistema, se plantearon apartar a Franco del poder. ¿Que en aquel tiempo había unos dirigentes y ahora hay otros? Por supuesto: los de ahora son peores.
¿Que nos echarían fuera de Europa? Muy bien. No sólo no sería perjudicial, sino que convendría hacer la transición y la adecuación de las nuevas estructuras administrativas fuera del corsé de la comisión, sin someterse a directrices y normas que serían más corsé que ayuda. Permitiría, por ejemplo, una política fiscal conveniente para los trabajadores y atractiva para las empresas, que sería ventajoso en segunda instancia, y la política monetaria capaz de agilizar el comercio exterior y evitar empobrecimientos incontrolables de la población (el caso actual). Si se hicieran bien las cosas, sería la comunidad internacional la que reclamaría la presencia de Cataluña.
Para terminar, lo he dicho más de una vez y lo reitero: si hay que ir a Madrid a cargarse de razones, es mejor olvidarse de pedir a Rajoy o a las Cortes permiso para hacer la consulta sobre la independencia. Ya han dicho que van a decir que no. Hay que pedir a las Cortes un referéndum en toda España, que pregunten si autorizan al gobierno a transferir a Cataluña temporalmente y a tal efecto la capacidad para convocar la consulta. También dirán que no, pero ya tendrá un peso objetivo sustancial el presentarse ante la comunidad internacional con el agravio de un gobierno que niega la democracia a su propio pueblo, a la totalidad de su pueblo. Hay muchas más cosas. Seguiremos hablando de ellas.
Miquel de Palol Muntanyola
EL PUNT – AVUI