Entrevista al sociólogo y miembro del CATN, que ha teorizado sobre la eclosión independentista: ‘Tomar conciencia de la humillación despertó al independentismo’
No hace muchos años que el independentismo era un movimiento minoritario y perseguido. Era imposible imaginar cientos de municipios desafiando la legalidad y haciendo un referéndum, decenas de miles de ciudadanos exigiendo la independencia en el centro de Barcelona y más de un millón y medio dándose la mano en una hilera de 400 kilómetros con el mismo objetivo. La fuerza creciente del independentismo ha empujado a los principales partidos a comprometerse a hacer posible una consulta para que los ciudadanos se pudieran pronunciar, y según las últimas encuestas votarían mayoritariamente a favor de la independencia. ¿Qué ha desencadenado este movimiento popular? El sociólogo Salvador Cardús, miembro del Consejo Asesor para la Transición Nacional, lo ha teorizado y sostiene que la humillación a la que España ha sometido a los catalanes a raíz de la derrota de la reforma del estatuto ha originado la eclosión independentista. De todo ello hablamos detalladamente en esta entrevista, en la que también valora la pregunta de la consulta y que podría pasar estos próximos meses.
Cardús reflexiona sobre las teorías de la humillación: ‘Para que haya un desencadenante en un cambio tan significativo como el que ha habido en nuestro país, debe haber algún elemento nuevo que produzca este cambio de orientación. Y la novedad es que a la derrota que representó la reforma del estatuto se añadió una especie de animadversión por parte de algunos dirigentes españoles, que luego se fue extendiendo tanto en los medios de comunicación como en actitudes algo más generalizadas. Había una voluntad de humillación ante la derrota que había representado aquella reforma’.
– Ponga algún ejemplo de esta humillación de que habla.
– Uno popular y visible fue la intervención de Alfonso Guerra en abril de 2006 al reírse de haber pasado el cepillo al estatuto y de haberse cargado el plan Ibarretxe. No sólo certificaba que había habido un recorte muy duro al estatuto sino que, además, había animadversión y un reírse de la derrota. Todo esto fue seguido de muchas otras declaraciones, y en particular, la campaña que hizo el PP. Finalmente, y quizás de manera aún más dura por la relevancia que tuvo, fue la actitud del Tribunal Constitucional y su sentencia final. Sobre todo fueron las formas en que todo esto se produjo. Una actitud humillante que provocó una reacción diferente a la previsible: Esta vez, en vez de conseguir un doblegamiento final, sin querer provocaron todo lo contrario.
– La actitud humillante ¿no ha estado siempre presente?
– Ha habido voluntades agresivas y de desprecio, pero creo que se superó la barrera que va del desprecio a la humillación. No era sólo menosprecio sino voluntad de aprovechar una derrota muy sustantiva. Porque no olvidemos que la reforma del estatuto era un propósito asumido por una gran mayoría de las fuerzas políticas, y por tanto, los catalanes. Se habían puesto unas esperanzas muy altas, de modo que la derrota fue muy dolorosa. Había habido grandes tensiones en Cataluña mismo, basta recordar la campaña por el referéndum del estatuto, que fue durísima incluso entre los mismos actores soberanistas: había quienes encontraban que era mejor votar que sí porque si no el país entraría en una depresión profunda, y los que decían que no porque el estatuto, tal como había quedado, era inaceptable. En otro plano, pensemos en cómo quedaron los que habían intentado hacer este cambio: Maragall no ni siquiera agotó la legislatura y acabó fuera del partido, desautorizado y traicionado por los suyos en Madrid; Mas tuvo una reunión con Zapatero que fue humillante en la forma y también en las consecuencias, y luego lo pagó políticamente durante un tiempo largo, y Josep Lluís Carod-Rovira también acabó fuera del partido y dejando prácticamente la política. Es decir, hubo humillación a todos los niveles: entre los dirigentes que emprendieron la reforma del estatuto y en la sociedad civil que se había comprometido.
– Según sus hipótesis, la gente tomó conciencia de esta humillación a través de la popularización del principio del derecho de decidir.
– Ante otros episodios de cierta intensidad de voluntad humillante o de menosprecio, aquí estábamos acostumbrados a reaccionar con sentimiento de víctimas. Aceptábamos la derrota, generalmente nos autoculpábamos por no haber sabido hacer las cosas bien, y aceptábamos con resignación esta situación. La novedad es que esta vez se reaccionó de otra manera: se decidió pasar página. Probablemente ayudó mucho a esto esa idea del derecho a decidir, que hace tomar conciencia de que no tenemos porqué aguantar la humillación. Se notaba en todos los actos públicos, donde de repente el independentismo dejaba de ser una actitud malhumorada, lo que Enric Juliana había calificado como ‘catalán cabreado’, y te empezabas a encontrar, a partir de los años 2007-2008, con perfiles nuevos de participantes. Gente con la sensación de que se había quitado un peso de encima y había pasado página. Siempre digo que una de las cosas que para mí fueron más indicativas de que pasaba algo, de que había novedad en la reacción, era que en estos actos empezaba a haber gente mayor y más joven y sobre todo mujeres, algo que no había pasado antes.
– ¿Cómo explica el que esta vez fuera diferente?
– La toma de conciencia. Es una manera de simplificar mucho, pero por poner un ejemplo, es lo mismo que puede pasar con una relación personal, donde uno va aguantando o resistiendo una situación de humillación, e incluso puede acabar interiorizando que la merece, hasta que un día toma conciencia de que no tiene porqué aguantarlo. Y el principio del derecho de decidir, el hecho de pensar que tienes derecho a tomar decisiones, es lo que desemboca en esta toma de conciencia. Hay humillación, pero ésta por sí misma no explica la reacción. La reacción proviene de la conciencia de que tenemos derecho a escapar de esta situación. Siempre recuerdo el artículo -para mí decisivo- de Joan Solà ‘Plantemos cara’, publicado el 28 de diciembre de 2006 en el Avui, y que era la respuesta a la decisión del gobierno español de obligar a hacer una hora más de castellano en todas las aulas del país, después de todo el debate que había habido con el estatuto sobre competencias. Aquel ‘plantemos cara’ era un decir ‘se ha terminado, esto es la gota que colma el vaso, no tenemos porque aguantar una situación como ésta’. La idea del derecho de decidir prendió muy fuerte, aunque jurídicamente fuera un principio débil, porque desde el punto de vista de la toma de conciencia tiene unos efectos impresionantes, revolucionarios.
– Si la humillación a raíz del fracaso de la reforma estatutaria fue la gota que colmó el vaso en el Principado, ¿los ataques a la lengua y el desprecio a la cultura propia pueden ser la gota en el País Valenciano y las Islas?
– Tiene un cierto paralelismo, pero habrá que ver cómo evoluciona el proceso. La reacción se produce cuando hay una chispa que hace saltar la movilización. En las Islas han sido los ataques a la lengua, y podría ser el principio de una reacción de más larga duración. En el País Valenciano, el cierre de RTVV es otro de esos comportamientos que decíamos, un exceso con componente de humillación, de sensación de fracaso y de aprovechamiento de éste, y que puede generar una reacción de alcance importante. Habrá que ver. Aquí nadie pensaba que aquellas primeras manifestaciones que se sumaban al malestar de los trenes, cortes eléctricos y debate estatutario terminarían como han terminado. Y allí está el origen, el germen de todo lo que vino después. Todo dependerá de hasta qué punto la sociedad civil en las Islas y el País Valenciano sepa generar un movimiento similar al que se generó aquí, sobre todo alrededor de las consultas por la independencia, que desde el punto de vista simbólico fue la manifestación de este desacomplejamiento. Un decir ‘¿Y qué pasa si votamos por la independencia? No pasa nada’.
– Llegaron las consultas, la manifestación de la Diada del 2012, la Vía Catalana… Una bola de nieve a favor de la independencia que fue creciendo a la velocidad de la luz, y ahora ya tenemos fecha y pregunta. Sin embargo no es el enunciado que había propuesto el CATN.
– El CATN había dicho que había una pregunta -la más clara- que planteaba menos problemas de interpretación, tanto por parte de quien debía responder como por las consecuencias que pudiera tener, aunque el informe ya sugería otras posibilidades, como preguntas en forma de árbol. Pero el CATN es un órgano técnico, trabaja en un laboratorio. Y los políticos llevan mono de mecánico y se ensucian, porque se han de arrastrarse por el suelo. Deben pactar, hacer política. En este sentido, yo no creo que el CATN pensara que la política nos tuviera que hacer caso en el sentido literal. Los consejos que damos sirven para orientar pero luego esto se debe discutir en el parlamento. Allí están los intereses y equilibrios que hay, y esto lleva a tomar decisiones que ya no son técnicas sino políticas. No es la pregunta que me habría gustado pero entiendo que es buena porque consigue ser representativa de un grueso muy importante del parlamento, casi los dos tercios. Quizás al final serán dos tercios enteros. En este sentido, a mí, a título personal, me parece una buena pregunta. Ahora hay que concretar las reglas del juego para que no haya todo este batiburrillo de interpretaciones sobre cómo se deberá calcular o interpretar el resultado. Entiendo que en un primer acuerdo no fuera conveniente entrar en este debate, pero ahora sí que se debería hacer y considerar todas las dificultades concretas. Yo tengo la confianza de que, si es verdad que hay una mayoría de catalanes que quieren la independencia, esta pregunta pueda reflejar perfectamente, y si no hay esa mayoría, pues como somos demócratas, aceptaremos con toda deportividad que no había o que no hemos sabido conseguir la mayoría.
– Ahora que ha habido acuerdo, ¿qué escenario se abre ante nosotros?
– Lo previsible es que en el terreno más estrictamente político la tensión crezca y sea muy alta. Que el Estado y sus instituciones se muestren cada vez más abiertamente desafiantes, intentando responder provocando temor y amenazas a lo que se haga aquí. Por una parte, Cataluña deberá demostrar la capacidad de tomar buenas decisiones y no cometer errores que desde el punto de vista internacional nos pudieran descalificar. Y de otra parte, el mundo soberanista en conjunto deberá adoptar una actitud de resistencia para evitar la desmoralización o el echarse atrás. Tendremos que ser capaces no sólo de resistir en el sentido de aguantar sino de mantener la moral de victoria. Comienza un combate que no conllevará un choque frontal sino que es una lucha de resistencia. Quien aguante más sin cometer errores, o cometiendo los mínimos, es quien va a ganar esta guerra.
– ¿Cree que el Gobierno acabará cediendo y se dispondrá a negociar?
– Para que esto ocurra, probablemente primero cometerá algún error ante el que desde la comunidad internacional se le fuerce a abrir negociaciones para subsanarlo.
¿Qué clase de error?
– Por ejemplo, suspender unas elecciones. O con una acción directa que impidiera por la fuerza la consulta, como que la guardia civil se llevara las urnas. Pueden cometer algún error de este estilo que violente la conciencia democrática de nuestro entorno político. Hay límites difíciles de traspasar sin crear o provocar una reacción negativa desde el punto de vista internacional.
– ¿Se llegará a hacer la consulta?
– Espero que sí. El compromiso de hacerla es total. Hay un elemento muy significativo, que es la fecha elegida para hacerla, una fecha que permite tener tiempo de hacer una campaña electoral adecuada, que no coincida con agosto. La decisión está tomada contando que se hará. A la velocidad en que se producen los cambios políticos, once meses dan para todo. Dan para que haya errores, correcciones, diálogo, tolerancia para hacer la consulta… Hay tiempo para que pueda pasar de todo. Si al final no se hiciera la consulta, debería ser no porque nosotros no queramos hacer sino porque hubiera algún impedimento de fuerza mayor. Pero la duda de si haremos la consulta casi ya tiene funciones saboteadoras sobre la posibilidad de hacerla. Para mí, hasta que no haya alguien que lo prohíba o lo impida, debemos hacer la consulta.
– ¿Aunque el gobierno español no la permita? ¿En este caso, la haremos en base a la ley catalana?
– Hay que hacer según una legalidad democrática, que puede residir en el Parlamento de Cataluña. Y lo que vendría bien que hiciera España es, si no la quiere bendecir, como mínimo dejarla hacer, ignorarla y dejar actuar.
– Una manera de no dejar actuar sería llevando la ley de consultas al Tribunal Constitucional. ¿Cómo se debería actuar ante este escenario?
– En situaciones como ésta uno no puede decidir cuál será el siguiente paso que hará sin saber qué hace el adversario. Una guerra política no la decides tú, se hace sobre el terreno, y aquí debe haber una gran inteligencia política capaz de ir reaccionando y controlando los tiempos, pero sin que haya de tenerlos establecidos. Puedes marcarte el horizonte final, pero cómo llegarás es una decisión que se tendrá que ir tomando sobre el terreno, en función de cuáles sean las posiciones del adversario, y también de tus fuerzas. Para que esto no dependa sólo de los adversarios, sino de qué hagamos los catalanes. Si nos arrugamos antes de tiempo no habrá consulta. Pero no será por el adversario sino porque nosotros mismos no habremos tenido la capacidad de resistencia para llegar al final. Yo no me atrevo a estas alturas a decir qué habrá que hacer dentro de dos meses porque no sé ni cómo estaremos en enero.
– En todo caso, ya se ha apuntado a unas elecciones si el Gobierno impida la consulta.
– Es una posible salida, pero sería precipitado contar con el plan B antes de haber agotado las posibilidades de hacer una consulta. La especulación sobre la no consulta es una especulación legítima. Desde una perspectiva crítica y analítica, seguramente se debe hacer y los que gobiernan deben tenerla pensada, pero desde el punto de vista del combate político es una alternativa que de momento no se debería considerar. Yo únicamente considero la consulta. Ahora tenemos fecha y pregunta, ahora hay que poner toda la energía en conseguir este objetivo. Es precipitado empezar a especular sobre qué haremos si no hacemos la consulta porque debilita la convicción con la que tenemos que ir al combate para hacerla.
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