Del viejo orden y del nuevo

El entusiasmo que ha suscitado la fijación de las dos preguntas de la consulta y de la fecha en la que se celebrará la misma por parte de la mayoría conformada por CiU, ERC, ICV-EUiA y la CUP no oculta que en este acuerdo aún están muy presentes rastros del viejo orden autonómico que han llevado al país al callejón sin salida donde estamos.

La primera pregunta, «¿Quiere que Cataluña se convierta en un Estado?», Es un tributo a sectores políticos y círculos de poder económicos y mediáticos catalanes que rechazan la ruptura con España y que aún aspiran a una transformación de la misma. La cesión del independentismo a estas demandas ha tenido un coste muy alto si consideramos que el requisito previo para poder votar «sí» a la segunda pregunta relativa claramente a la voluntad de convertirse en un Estado independiente pasa por votar también «sí» a la primera que, con todos los problemas de falta de concreción (¿un Estado no independiente es un Estado miembro de una federación? ¿De qué? ¿O un Estado asociado?) parece que todavía supone apoyar una idea de mayor autogobierno dentro de España.

Al independentismo se le obliga, pues, a votar por lo que podríamos llamar «la tercera vía», de modo que esta opción siempre acabe teniendo más votos que la de la independencia y se muestre con una representación muy por encima de la que reuniría con una pregunta con tres respuestas. Además, y lo que es peor, la mediación de la primera pregunta podría ser determinante para que la independencia no superara el 50 por ciento de los votos emitidos, que es la mayoría que conferiría la plena legitimidad de la voluntad de secesión de cara a la comunidad internacional.

La primera pregunta también refleja las servidumbres con el pasado en la medida en que propone una solución que, como cualquier deseo de transformación de marco político en el Estado actual, requiere implicación de las instituciones españolas y reforma de la Constitución. Un camino ensayado muchas veces en el catalanismo de los últimos ciento cincuenta años y que tuvo su punto culminante con el fracaso de la reforma estatutaria de 2006. En este sentido, es incomprensible que todavía no se quiera entender por los supuestos federalistas o confederalistas que no se puede obligar a España a convertirse en lo que no quiere ser.

De hecho, la escenificación del acuerdo del 12 de diciembre de 2013 también participa en las formas de un cierto regusto de aprobación estatutaria en el Parlamento el 30 de septiembre de 2005: supuesta máxima apuesta de los partidos catalanes en un gesto de unidad y fantasía (a pesar de la hostilidad inicial de Madrid) de un resquicio de negociación con el Estado. En este sentido, cabe recordar que en los próximos días se planteará la transferencia de la competencia en materia de autorización de referéndums vía 150.2 de la Constitución y que CiU ya ha descartado la organización de una consulta unilateral sin el consentimiento del gobierno español incluso votando en contra de una resolución presentada por la CUP en el Parlamento hace unas semanas. Los intereses del sistema de siempre siguen apretando muy fuerte.

Pero, a la vez, en el pacto por las preguntas también se capta el destello de los nuevos tiempos. La posibilidad de votar por primera vez por el Estado independiente y verbalizarlo con estas palabras ya ha significado cruzar el Rubicón para la mayoría de agentes del estamento político que hasta ahora permanecían a la expectativa, o directamente ajenos al clamor de la ciudadanía expresado en las manifestaciones del 11 de Septiembre de 2012 y de 2013. Y con este paso, y como consecuencia de una presión popular que ya dispone de una palanca institucional, la clase política se encuentra definitivamente comprometida a llegar hasta el final a pesar de la violencia verbal y las coacciones que se desencadenen desde el Estado español y las maniobras siniestras que ejecuten sus sicarios en Cataluña.

Los representantes de los intereses del autonomismo quizás están satisfechos pensando que la primera pregunta funcionará como una válvula de seguridad contra el vendaval. Pero, como lo ha manifestado la reacción visceral de los medios y de las instituciones españolas, ahora sí que el proceso no se detiene. Alea iacta est.

EL PUNT – AVUI