Antoni Furió: ‘Quieren acallar la historia’
Roger Cassany
VILAWEB
Entrevistamos al catedrático de historia medieval de la Universidad de Valencia, ponente del simposio España contra Cataluña’· Responde con contundencia a los ataques de los partidos españolistas y repasa la represión que han vivido los Países Catalanes estos últimos trescientos años
El catedrático de historia medieval de la Universidad de Valencia, Antoni Furió, es uno de los ponentes del simposio ‘España contra Cataluña: una mirada histórica (1714-2014)’ (programa: http://www20.gencat.cat/docs/chcc/0-WEB_AEC_CHCC/CHCC/03_Web_Simposi_Espanya%20contra%20Catalunya.pdf), que se inaugura hoy y que es organizado por el Centro de Historia Contemporánea de Cataluña. Un simposio que, inesperadamente, se encontró rodeado de una gran polémica, hasta el punto de que, antes de empezar, el PP, Ciudadanos y UPyD han anunciado que lo denunciarían a la fiscalía por ‘incitación al odio’. Ayer el PP valenciano criticó duramente a Antoni Furió, por la ponencia que hará mañana a las seis de la tarde titulada ‘España contra el País Valenciano’. En esta entrevista en Vilaweb, Furió contesta con contundencia a los ataques del PP, partido al que acusa de tener miedo y de querer enmudecer la historia. También habla de su ponencia, de la represión que han tenido que soportar los Países Catalanes, de la pérdida de libertades y de mecanismos democráticos y, en definitiva, del modelo de España que se instauró a partir de la guerra de Sucesión y que es la base de la España actual.
– ¿Cómo entiende la reacción de UPyD, Ciudadanos y el PP, que incluso llevan el simposio a la fiscalía?
– Siempre he pensado que la historia, justamente porque no apela a la emoción, sino que habla desde una perspectiva científica o académica, desde la razón, resulta mucho más subversiva y peligrosa para todos los que construyen su fundamentación ideológica sobre una tergiversación o manipulación de la realidad histórica. No me extraña, por tanto, que les pueda resultar más engorroso, irritante o peligroso un simposio científico y académico que cualquier otra manifestación que apele más a las emociones o a las banderas. Aquí hablamos de conocer de una manera científica la relación entre España y los Países Catalanes a lo largo de un período de tiempo. Nada más. Y eso les da miedo.
– El PP valenciano ha criticado justamente su ponencia, titulada ‘España contra el País Valenciano’, diciendo que es una intromisión en los signos de identidad de los valencianos y que se ha de decir ‘Comunidad Valenciana’ porque el ‘País Valenciano’ no existe…
– En primer lugar, no es necesario que sufran, porque en el simposio no se analizará la ‘Comunidad Valenciana’, sino el País Valenciano. Y como no existe, que estén tranquilos, que no hay problema. En segundo lugar, la contundencia de su reacción es una nueva falta de respeto a la historia de los valencianos y también a la academia y a la ciencia. Es un congreso científico de historia y el conseller Castellano no es nadie para responder a cuestiones de investigación en historia. Dentro de poco nos podremos encontrar que ponen en duda la teoría de la evolución de Darwin y que hablan de creacionismo. Y en tercer lugar, el PP se encuentra tan desacreditado en el País Valenciano que lo que pueda decir, nuevamente, no tiene nada de valor. A mí no me afecta.
– Dicen que tan sólo el título del simposio ya es una incitación al odio…
– El título lo encuentro correcto, teniendo en cuenta que el simposio se refiere a Cataluña. Podía tener un título diferente, y podemos discutir si podía tener algún matiz, como por ejemplo añadiendo una interrogante. Pero, en cualquier caso, sorprende que las reacciones airadas se hayan suscitado a partir de la convocatoria de un coloquio. ¡Es decir, que todavía no ha comenzado el coloquio y menos se saben los resultados! ¡Nadie sabe qué dirá cada ponente! Por tanto, todo lo que se dice se basa en prejuicios. Los ponentes son de reconocido prestigio. Por tanto, dudar que abdicarán de su prestigio y de la manera en que siempre han estudiado y realizado la investigación, sólo mirando los nombres de los participantes, ya se ve que no puede ser. Y, dicho esto, hay quien habla de libertad de expresión para defender el simposio. Pero es que es más que eso: es libertad de ciencia o de cátedra. Además, resulta impensable que en el texto de las ponencias de ninguno de los participantes pueda haber ninguna incitación al odio. Ni de lejos. La situación es surrealista porque los participantes en el simposio debemos justificarnos por unos ataques que no tienen nada de historiográfico sino que van cargados de prejuicios ideológicos y políticos. Quieren infligir un castigo preventivo para enmudecer la historia.
– El director del Centro de Historia Contemporánea lamentaba en VilaWeb que se instrumentalice un congreso científico para propósitos partidistas…
– Efectivamente, han instrumentalizado el simposio y los participantes con fines partidistas, independientemente del contenido. Han visto una oportunidad para extraer rédito político. Y un congreso científico siempre quiere utilizar el pincel fino, los matices, las relaciones multicausales… y con esta utilización burda se corre el peligro de utilizar la brocha gorda, que desaparezcan los matices y que empiecen a aparecer contragolpes utilizando la misma brocha gorda. Y los perjudicados somos todos, porque el debate científico se empobrece. Se pasa de la razón a la cosa bélica, al calentamiento del combate.
– Hablando de historia, ¿cómo ha sido esta represión contra los Países Catalanes?
– Hubo una guerra que tuvo muchas dimensiones porque fue una guerra dinástica, internacional, tal vez incluso la primera guerra mundial. Pero también fue una guerra civil, una guerra interior, que tuvo unas consecuencias clarísimas y perjudiciales para la corona de Aragón, es decir, para Cataluña, Aragón, las Islas y el País Valenciano, con independencia de si en estos territorios había habido personas o instituciones favorables a un candidato o a otro. Todos tuvieron que sufrir la pérdida y la eliminación de las propias instituciones, derecho y libertades. Y esto es históricamente innegable. Y sobre esto se ha sustentado, después, la moderna nación de España. Esto se debe saber y esto no es fomentar el odio. Son hechos.
– De hecho, la red se ha llenado estos días referencias a órdenes y documentos históricos de clara animadversión contra nuestra lengua y nuestras instituciones…
– Que hubo una represión dura e institucional y que hubo un desembarco de funcionarios castellanos en todos los territorios de la corona de Aragón, no hay duda. Y que esta represión se ha perpetuado en los años, en formas diferentes, tampoco hay duda.
– Parece que la historia a menudo sea víctima de la dinámica mediática en los tiempos que vivimos…
– Sí, déjeme hacer un apunte: en el entierro de Nelson Mandela, el presidente español Mariano Rajoy aprovechó para abogar por la concordia, como legado de Mandela. Bueno, pues la concordia debe sustentarse primero en un conocimiento de la realidad y en un reconocimiento del otro y uno respecto al otro. Y es eso justamente lo que no ocurre. Toda la acción que se aplica contra el congreso y, por extensión, contra los organizadores y los participantes, va contra la concordia. Esta reacción contra el reconocimiento de lo que realmente pasó. Mandela actuó con una inmensa generosidad hacia sus guardianes de la cárcel, pero atención, sobre la base del reconocimiento de lo que fue el apartheid. Es decir, volviendo a nuestro país, con independencia de las lecturas políticas que se puedan hacer y con independencia de la futura organización política de la Península Ibérica, es evidente que esta organización no puede ser impuesta. Y menos aún sobre el desconocimiento, el silencio o la ocultación de la realidad histórica. Más vale reconocerla y luego hablar. Y para la concordia que tanto se pide no se puede tener la memoria corta y hace falta conocimiento crítico del pasado.
– Hablemos de su ponencia: ‘España contra el País Valenciano’. ¿Cómo fue esta represión en Valencia?
– Empezaré hablando del concepto de España en la edad media. En la corona de Aragón tenía un carácter meramente geográfico: era sinónimo de Península Ibérica. En Castilla, a partir del siglo XIII, España ‘ya no era tan sólo un concepto geográfico sino que tenía un significado político. Era un proyecto político que básicamente consistía en proclamar el reino de Castilla como el heredero del antiguo reino visigodo de Toledo. España era Castilla. Y esto tenía una dimensión política: la primacía de Castilla por encima de todo el territorio peninsular, que entonces estaba dividido en varios reinos.
– Es esto lo que acabó pasando a la corona de Aragón…
– Sí, Portugal y los Países Bajos, salieron de él. Pero con los reyes católicos, esta idea de España como proyecto político empezó a progresar y los valencianos, de hecho, se incorporaron con gusto. Ahora, enseguida, desde Castilla, se identificó esta España con Castilla y se intentó homogeneizar toda la península con el modelo de organización castellana. El paso siguiente fue la guerra de Sucesión, de la que en la ponencia me centraré en su dimensión civil. En el País Valenciano había muchos ‘maulets’ pero también muchos traidores o felipistas. Y la derrota fue colectiva. Todos fueron castigados, tanto los desleales como los felipistas. La guerra agilizó la imposición del modelo español. Hasta el punto de que cuando los felipistas valencianos fueron a Madrid a pedir al rey que restableciera el derecho propio, los fueros y las instituciones, la respuesta fue encerrarlos y represaliarlos. Con independencia de los ingredientes que intervinieron en el conflicto, el país como tal perdió mucho. La nueva España se alzó contra la peculiaridad y la diferencia valenciana. El País Valenciano fue tratado como un país vencido. Fue reprimido y ocupado militarmente, y quedó un país desolado y devastado. Quien perdió en 1707 fue la concepción plural de España. Un modelo de España se impuso a otro. Ernest Lluch hablaba de las Españas vencidas. De esto hablaré en mi ponencia.
– ¿Y este modelo de España todavía dura, trescientos años después?
– Desde entonces hasta ahora España ha sido modelado con base en las consecuencias de aquella guerra. Sobre la base de un Estado español centralista. Ha variado la implicación de las élites territoriales fuera del ámbito castellano en el proyecto. Pero que este proyecto no funcionó, ya lo demuestra el catalanismo de finales del Ochocientos y después el valencianismo político de comienzos del Novecientos. Este fracaso en la recuperación de las Españas vencidas se ha vuelto a vivir hace poco y en última instancia es lo que explica el proceso que vive Cataluña. Cataluña, que es el motor económico de España, también quiere pilotar políticamente. Pero se ha demostrado que el Estado no quiere ceder el liderazgo y permitir que sea Cataluña, la locomotora política, además de económica.
– Es una cuestión política pero también democrática…
– Bueno, eso también viene de entonces. Por ejemplo. los países de la corona de Aragón tenían mecanismos para atenuar el poder absolutista de la monarquía. Con la castellanización, estos mecanismos, que Castilla no tenía y que sí tenía por ejemplo Inglaterra, desaparecieron de golpe a partir de 1707 en Valencia y a partir de 1714 en el Principado. Podemos decir que se dieron pasos atrás en la idea de sistemas inclusivos de democracia. Y sí, fue en aquellos años cuando se asentó la base de la organización de política del Estado español, que se ha ido modificando, pero muy poco.
– En estos trescientos años también ha habido agresiones lingüísticas…
– Efectivamente, la lengua ha sido una de las víctimas de estos trescientos años, y sin embargo no han logrado eliminarla. Una manifestación como la que se vivió en Mallorca en defensa del modelo lingüístico, teniendo en cuenta la demografía de las Islas, explica hasta qué punto está arraigado este sentimiento. Y en el caso valenciano, la capacidad de resistencia y la voluntad de seguir siendo, vinculada en buena medida también a la lengua, queda demostrada por la fuerza y la importancia de instituciones como Escola Valenciana y por la capacidad de movilización, últimamente, por muchos motivos, como el cierre de Canal 9, que no deja de ser, de nuevo, también una cuestión lingüística. La lengua es uno de los principales ingredientes de la identidad de los Países Catalanes y es lo que hace más visible la comunidad. Es lo que nos une en primera instancia.
La agresión a la libertad académica
Joan Ramon Resina
Acabo de leer que el partido de Rosa Díez, el de Albert Rivera y el PP han decidido judicializar la celebración del simposio ‘España contra Cataluña’ y que, desde el mismo gobierno del Estado, personas con una responsabilidad diplomática tan grande como el ministro Margallo, han reaccionado extemporáneamente tachando a los organizadores de pseudohistoriadores y nacionalistas excluyentes. Tanta desmesura deslegitima a los partidos implicados y al propio aparato del Estado, intrínsecamente incapacitado para entender que la división del poder es coprimordial con la democracia y que uno de los poderes absolutamente intocable por el ejecutivo es el poder académico. Donde no hay libertad académica, la democracia es papel mojado. Y donde un ministro, por el hecho de serlo, se cree autorizado para falsar las credenciales de historiadores de comprobado prestigio, se resiente la profesionalidad de la misma función pública.
La utilización de la magistratura como brazo secular para aniquilar la expresión del disentimiento revela la huella inquisitorial en la formación del carácter español a lo largo de muchos siglos. Esto podrá gustar más o menos, pero es un hecho incontestable. Como lo es, si nos atenemos a la información fehaciente que, con seguridad, emergerá durante el simposio, que España (lo que de España han hecho los castellanos desde mucho antes del decreto de Nueva Planta) ha tratado a Cataluña con hostilidad más larvada o más declarada, pero siempre actual. Tanto es así que se ha llegado a la paradoja de reducirla a las leyes de Castilla en nombre de la unidad, mientras legislaba con un ojo puesto en Cataluña, convirtiéndola en ‘casus belli’ en más de una ocasión. Es por ello que sorprende el enfado de profesionales catalanes contra el título del simposio. ¿A qué viene, a estas alturas, esconder lo que los mismos historiadores, con honradez, ya no pueden disimular? ¿Es que la proverbial timidez catalana volverá a hacer el juego al negacionismo español? ¿A aquel que se resiste a admitir el papel que el odio a Cataluña tuvo en el levantamiento nacionalista del 36, y que culminó en la captura y posterior extradición de Companys de la Francia ocupada con el fin de liquidar la Generalitat en su persona? ¿O lo que en 1992, por boca de un ministro catalán de izquierdas, se refería al genocidio español en América como un ‘encuentro entre culturas’? La cobardía catalana es directamente proporcional a la agresividad española. Por ello, es preocupante que un intelectual habitualmente circunspecto como Josep Ramoneda tilde de patético el título del simposio e invoque la autoridad de Nelson Mandela para desaconsejar el supuesto victimismo. Este, digamos ángulo de refracción de los hechos cuando penetran en el juicio, dice muy poco sobre la coherencia de los que con retraso pero con sinceridad indudable se han decantado por la independencia, o sea por el inevitable choque de trenes. ¿O es que alguien se imagina a Nelson Mandela tachando de patética la denuncia de racismo en África del Apartheid? ¿O negando la brutalidad de la policía en Soweto el día que el gobierno introdujo el equivalente de la ley Wert con el decreto del afrikaans como lengua vehicular en junio de 1974? ¿O aconsejando que hablar de la opresión no es la mejor manera de avanzar hacia la libertad?
Lo que es patético en un intelectual, y no es el caso de Ramoneda, es doblegarse ante los que niegan no ya los hechos sino la misma libertad de discutirlos. Es aceptar como razones el furor de quienes tan pronto equiparan a los catalanes con judíos como con los nazis, según qué viento ideológico sople en Europa. Es perseverar en el delirio de entenderse con gente para la que la realidad no tiene importancia y lo que cuenta es asimilar que les recuerda a algo detestable, infrahumano, para ir creando las condiciones favorables para aniquilarlo, si no físicamente -que es difícilmente homologable con la actual situación europea- al menos como sujeto político. Un camino, necesariamente minoritario, es la venalidad, otro mayoritario, la intimidación y el asesinato de la reputación de las personas. Sin embargo, no faltan amenazas a la libertad, como la que sufrió el Lehendakari Iberretxe, al ser llevado a juicio en enero de 2009 en pago por haber impulsado un proyecto de referéndum consultivo en el País Vasco, y como sufre tácitamente el Presidente Mas por el caso de que salga adelante el referéndum que es la piedra angular de la llamada transición nacional.
Aterra la desmesura de la arrogancia española, su falta absoluta de sentido de la oportunidad o incluso del ridículo. Hay ejemplos a montones, desde el aprovechamiento presidencial de los funerales de Mandela para invocar, por enésima vez, la coercitiva unidad española, hasta la alucinante campaña para forzar a la Universidad de Stanford para desconvocar una conferencia del Lehendakari Ibarretxe en febrero del 2008. Una campaña en la que, por cierto, participó Rosa Díez, firmando un manifiesto que publicó el diario ABC y al que se añadieron intelectuales tan respetuosos de la libertad de expresión como Fernando Savater. Este manifiesto era una acusación a la universidad en general y al profesor que firma este artículo en particular de intervenir en las elecciones españolas mediante un acto pseudoacadèmico. Cuando se acusa a la derecha de poco imaginativa se comete una injusticia manifiesta. Lo cierto es que a un acto que debía ser relativamente opaco, la caverna mediática le obsequió con una publicidad y una trascendencia política que de otra manera no habría tenido nunca. El ruido mediático fue enorme y a escala internacional. El gobierno de la comunidad foral de Navarra escribió formalmente al presidente de Stanford, John Hennessy, pidiéndole la desprogramación del acto. Rodrigo Rato, invitado por la Institución Hoover de la Universidad, amenazó con anular su visita si hablaba Ibarretxe. Diarios españoles como El Mundo, la Agencia Efe, y hasta la cadena COPE enviaron corresponsales a hacer el caldo gordo a la histeria rojigualda. Algunas asociaciones de patriotas me acusaron de elemento peligroso y pidieron mi cabeza a las autoridades académicas. Durante muchos días mi buzón de correo electrónico se llenó de mensajes amables, generalmente anónimos. En fin, las comparaciones de Ibarretxe con Hitler se desgranaban con un aplomo que hacía comprender la convicción con que los frailes de otra época incineraban herejes poseídos por el diablo.
Si se atrevieron con Stanford y la sacrosanta libertad académica de las universidades americanas, ¿cómo no habían de atreverse con un acto organizado por el Centro de Historia Contemporánea de Cataluña? En Stanford, sin embargo calcularon mal la resistencia institucional. Los primeros sorprendidos de la firmeza de nuestra libertad académica fueron los mismos delegados del Gobierno Vasco. Me lo confesaron. Pero también se sorprendió, y no gratamente por cierto -de ahí la exasperación y eventualmente el horror de comprobar que el acto fue impecablemente académico-, la clase político-mediática española, fatalmente escorada hacia un autoritarismo desorbitado y una intolerancia agria ante todo lo que ponga de relieve su impotencia. La única manera de rebajar su soberbia y neutralizar el veneno es trazarle el límite y mantenerlo con coraje.
Además, negacionistas
Vicent Partal
VILAWEB
Ciudadanos, PP y UPyD han denunciado a la fiscalía el congreso de historia de ‘España contra Cataluña: una mirada histórica (1714-2014)’, que impulsan el Instituto de Estudios Catalanes y el Centro de Historia Contemporánea de Cataluña. El hecho es muy grave. Se trata de un simposio académico que, con motivo del Tricentenario, se propone analizar el impacto de la represión del Estado español sobre Cataluña y el catalanismo en estos últimos trescientos años. Será una reunión rigurosamente académica en la que participarán expertos que se han dedicado a estudiar las relaciones entre España y Cataluña en el curso de la historia. Sorprende e indigna que nombres como Josep Fontana, Josep Maria Figueras o Jordi Maluquer puedan ni siquiera ser puestos en cuestión. Y aún más que puedan ser objeto de ningún tipo de represalia porque quieran hacer su trabajo, que es simplemente divulgar hechos del pasado.
Y aquí está la clave de la cuestión: los hechos. PP, Ciudadanos y UPyD pueden molestarse por el tono del debate o considerar que el simposio no debería tener este título, pero los hechos son indiscutibles y han de reconocerlo. No hacerlo, negarlos, esto sí que es grave. La represión contra los Países Catalanes por parte del Estado español no se puede negar sin faltar a la verdad histórica más elemental. Y pretenden negarla, tan sólo en nombre -y a favor de- su ideología. Esto es un intento de desvirtuar ilegítimamente, y contra lo que enseña el trabajo científico, la historia de nuestro país. Como quien niega el Holocausto o el Gulag.
¿Pueden ser interpretados estos hechos sujetos a estudio? Sí. Y es eso que quiere hacer el congreso. ¿Se podrían interpretar desde otro ángulo radicalmente diferente? Sí. Basta con que ellos organicen un congreso con esa intención, que nadie pensará nunca a prohibir, y que encuentren científicos dispuestos a ayudarles a ellos, algo impensable. Impensable porque no es esa la cuestión ni la intención. A ellos, a Ciudadanos y UPyD, al PP y al PSC, a Margallo y a todos los que sorprendentemente se han enfadado con la cuestión, no les molesta el título sino los contenidos. Y esto es particularmente grave porque supera una barrera, la de las amenazas a la academia, que no se puede atravesar sin amenazar derechos básicos de las sociedades y fundamentos sensibles de la práctica científica.
En la actuación cotidiana, PP, Ciudadanos y UPyD practican una modalidad propia del negacionismo, y esto se hace muy evidente en este caso. Pretenden decir que no pasó lo que pasó porque va contra su proyecto político y sus aspiraciones. Pero todo aquello que les molesta que explicamos pasó. Nos pasó físicamente, incluso a nosotros. Yo mismo nací durante el franquismo y a mí me pegaron en la escuela porque se me escapaban expresiones valencianas. No hablo del siglo XVII sino hace cuatro días. Y que pasaba esto, que nos pasaba a muchísimos de nosotros en la escuela, no lo pueden negar estos políticos sin faltar a la verdad. Como no pueden negar tantas cosas más: la entrada a degüello de las tropas franquistas, aboliendo la legalidad republicana y autónoma, la quemadura de las bibliotecas catalanas comenzando por la de Pompeu Fabra, el fusilamiento del presidente Companys, la persecución de los partidos políticos catalanes… y así hacia atrás durante trescientos años de represión contra el catalanismo.