Con ‘España, capital París’ (Destino, 2010), el economista Germà Bel (Les Cases d’Alcanar, Alcanar, Montsià, 1963) hacía un análisis histórico, económico y político de las infraestructuras en España, y con ‘Anatomía de un desengaño’ (Destino, 2013) añade el ingrediente de la psicología social y un componente autobiográfico para explicar por qué en Cataluña se ha disparado el número de ciudadanos a favor de la independencia.
-Vd. está incluido en este flujo de población que ha dejado de considerar la reforma de España como una opción viable para un encaje aceptable de Cataluña en el marco del Estado español. ¿Cómo ha llegado a esta conclusión?
-‘España, capital París’ es, en realidad, la maniobra previa de ‘Anatomía de un desengaño’, un libro que de hecho tengo en la cabeza desde el otoño de 2005. El prefacio y el epílogo de ‘España, capital París’ era el apunte previo de este nuevo libro, y una forma de sustentarlo era narrando una historia sobre algo que me resultaba fácil analizar, las infraestructuras, porque permiten retratar muy bien, y también de forma aséptica, la construcción nacional de un país. Pero, en realidad, lo que me interesaba de aquel libro no eran las infraestructuras, sino entender el porqué de la construcción nacional española.
-Y lo ha entendido. De otro modo, Anatomía de un desengaño no existiría.
-He entendido que algunas cosas que en otros países son naturales, aquí no pueden pasar. Un Estado identificado con una nación, que no es capaz de cambiar el modelo de gestión de los aeropuertos por el miedo a la pérdida de control, lo que se ha hecho incluso en Francia, ¿cmo ´ha de ser capaz de hacer cambios de más fondo? Es imposible. Esta era la conclusión de ‘España, capital París’.
La manera de entenderlo era ver la regularidad del patrón de las infraestructuras en España como herramienta de construcción nacional, de nación que se funde en el Estado. Por tanto, se constataba la imposibilidad de cambiar un Estado que se ha fundido mentalmente en la idea de nación. Sobre esta base, ‘Anatomía de un desengaño’ propone entender el porqué de esta imposibilidad.
-Es decir, que constata que el entendimiento Cataluña-España no es posible.
-Imposible no hay exactamente nada. Ahora bien, sí que me parece un escenario irreal, porque esta idea de fusión Estado-nación es lo que de una forma muy mayoritaria en España da seguridad, control y sentido de orden a unas capas muy amplias de la sociedad española a parte de lo que puedan hacer las élites extractivas, las altas burocracias estatales o los políticos centrales.
La contradicción irresoluble es que en Cataluña esta idea es muy minoritaria, y lo que es muy mayoritario es la necesidad de tener otra configuración del Estado que traduzca otra visión de las naciones. No veo posible cambiar en España la identificación entre Estado y nación. Y esto no es una historia de buenos y malos o ganas de hacer la puñeta. Desde Cataluña no se ha entendido bien que este Estado unitario no es un capricho irracional, es algo que es así por acumulación de siglos y tradiciones, y porque da seguridad y sensación de control a unas capas muy amplias de la población.
-En el libro analiza no la cantidad de independentistas sino el incremento de partidarios que antes no lo eran. ¿Estos catalanes independizados se han dado cuenta ahora, de esta imposibilidad de cambiar algo en un Estado-nación que hace siglos que se produce?
-He intentado entender un proceso que yo también he vivido, por qué mucha gente hemos llegado a la conclusión de que es imposible transformar la estructura del Estado español. Aquí la clave ha sido entender cuál es la visión en el otro lado, y esto nos permite trascender el victimismo. Intentar entender las percepciones y las voluntades en el otro lado es imprescindible.
-¿Y cuando cree que empieza este proceso de descubrimiento de qué quiere realmente el otro? ¿La accidentada vida del Estatuto entre los años 2005-2010 es un momento clave?
-Yo diría que desde finales de los años ochenta, cuando asistimos a la vaporización progresiva de la expectativa de poder cambiar el Estado español.
-¿La llamada Transición no supuso ningún cambio en la concepción del Estado-nación de hacía tres siglos?
-La Transición acaba siendo un malentendido en este terreno. En términos de organización del Estado, deja muchos frentes abiertos, probablemente porque no podía ser de otra manera, y hacia donde se interpreta que podían ir estos frentes abiertos, en Cataluña y otros lugares se interpreta en un sentido, pero en el resto de España se ha entendido como un cierre por arriba, de máximos.
A finales de los ochenta se vuelve a evidenciar la necesidad de algunos sectores de la derecha española, que es muy nacionalista, de recuperar un proyecto nacional de España, porque se ha acabado el happening, un periodo en el que se cree que todo es posible. El momento más simbólico es en marzo de 1993: los gritos de «Pujol, enano, habla castellano» en la celebración, que terminó siendo frustrada, de la victoria electoral del PP. ¡Ocho años antes, el ABC lo había hecho español del año! Aquella escena es síntoma de algo, la bestia volvía a ir suelta, y esta bestia es la misma que hace unos meses entró en la librería Blanquerna de Madrid. Y en sentido menos dramático, quería decir que el proyecto nacional unitario volvía a estar en marcha.
– ¿El «pájaro en mano» del pujolismo en los años noventa suaviza la bestia?
-No, la estrategia nacionalista catalana también terminó fundiéndose en el Estado nación, como en la década siguiente se funda el proyecto federal de transformación de España. Cataluña, con el pájaro en mano fracasado, hace un proyecto defensivo contra la recentralización con el Estatuto en 2005, un hecho que España interpreta como una agresión, un intento de desmontar la unidad.
-¿Ve grandes diferencias entre el proyecto nacional del PP y el del PSOE?
-El PP es un partido en el que hay de todo, pero mayoritariamente muy nacionalista, y el PSOE también tiene nacionalistas, pero es mayoritariamente estatista. Esto explica sus diferencias en términos simbólicos y que su política lingüística sea diferente, pero sobre todo mi interpretación es que lo que marca el final de los noventa y principios del nuevo siglo es la adquisición de la hegemonía cultural por parte del proyecto nacional del PP.
Y en eso el PSOE, sin compartir todos los elementos nacionales, se achanta, lo que explica el tránsito del PSOE desde un «aprobaré el Estatuto que salga del Parlamento» hasta pensar que no les iría mal si el Constitucional se pule lo que queda del Estatuto. Es el allanamiento del camino que hace el PSOE a la hegemonía del proyecto nacional, cultural y social del PP. Y esta hegemonía se basa precisamente en los conflictos entre grupos que están enraizados en la historia.
-Explica en el libro que España percibe los catalanes como diferentes, pero no reconoce institucionalmente la diferencia. ¿Debemos entender que esto explica en parte el crecimiento del independentismo?
-Todo el proceso del Estatuto, y no a raíz de la sentencia del TC de 2010, condensa la percepción en amplias capas catalanas de que el entendimiento con España se ha frustrado, era un último intento no ya de hacer cambiar grandes cosas, pero sí al menos un cierto blindaje para que las cosas que pasaran en España no nos afectaran tanto. La manifestación de 2010 contra la sentencia del TC es crucial: la gente salió a la calle a decir «no nos disolveremos, no nos asimilamos».
Pensamos que seríamos pocos los que saldríamos, pero ese día nos dimos cuenta de que somos un montón de gente. En aquella manifestación está el grueso de gente que de repente, en un proceso que es más largo que tres años, interpretan que se encuentran ante una decisión en la que sólo hay dos menús: el Estado uninacional en que te has de disolver con más o menos morfina, o la salida del Estado, porque ya no queda confianza para edificar un proyecto común. De la gente que llega a esta conclusión, la mayoría pasan a apoyar la salida, y una minoría con una lealtad muy fuerte a la sensación de identidad española, acepta mejor el statu quo.
-A medio camino, algunos creen firmemente que la situación cambiará y el entendimiento será posible. ¿No ve posibilidades a la tercera vía de Duran y al federalismo del PSC?
-Todo el mundo tiene derecho a explorar caminos alternativos, pero en mi opinión, debe hacerlo sin equivocarse, sin engañarnos y hablando de contenidos y no de envoltorios.
-¿Duran i Lleida y Pere Navarro cumplen estos tres requisitos con sus propuestas?
-Como dijo el propio Duran i Lleida, hace dos meses para ver si son caminos viables o no. Yo creo que hasta ahora, y hasta nueva noticia, lo que tenemos es una especie de ejercicio ilusionista que quiere hacer real algo que no existe, y que a base de decirla y dibujarla barrocamente quiere crear una realidad que no existe. La realidad que no existe es la de la transformación de España en algo diferente de lo que quiere ser. Quizás cabe preguntarse si no hemos pedido demasiado a España, intentando obligarles a vivir de una forma que no quieren, para poder encajar hacernos bien
-España también ha obligado a muchos catalanes a ser diferentes de lo que quieren ser, catalanes y no españoles.
-Sí, claro, pero nosotros no nos hemos planteado que estábamos haciendo lo mismo pidiendo unos cambios tan profundos en una sociedad que mayoritariamente no los quiere.
-Así pues, no da opciones al federalismo del PSOE y el PSC.
-Me quedo con la declaración de Granada del PSOE… Cuando leí el apartado referido al inicio de ordinalidad con la financiación, el párrafo de la declaración termina diciendo «de acuerdo con la interpretación de la sentencia del TC». No hacen falta más palabras. Por tanto, sobre reformar España podemos hacer las discusiones intelectuales que se quiera, pero es imprescindible que hablemos sobre todo de escenarios reales.
Así pues, a ver si en los dos próximos meses, además de los ejercicios de ilusionismo hablamos de cosas reales, porque lo que tenemos ahora es una discusión entre algunas personas que tienen proyectos de ilusión que pueden rozar la ingenuidad, por un lado, y ejercicios de ilusionismo por la otra. No tiene sentido construir una realidad que no existe, como, por cierto, se encarga de dejar claro cada día en las Cortes españolas quién tiene el poder de gestionar y transformar la realidad.
-¿Cuál es esa realidad?
-La que dice el presidente del gobierno en las Cortes y el principal partido de la oposición cuando votan. La realidad no es lo que a algunos les gustaría que fuera. Como algunos otros nos han gustado cosas y hemos tenido que entender que probablemente no las podemos tener. Ser adulto es entender que hay cosas que no puedes tener y que no todo en la vida tiene solución, sobre todo cuando depende de los demás. Pienso que hay gente suficientemente inteligente en la tercera vía que también dará el paso de entender que lo que deseas no siempre es posible, si, como a mí me parece, no lo es en este caso.
-¿A estas alturas es más factible la independencia o el federalismo?
-La independencia, en la medida en que la decisión sólo depende de los catalanes. Como decisión, la independencia es factible, la única manera de que un país que quiere ser independiente no lo sea es impedirlo por la fuerza. Si nos situamos en el mundo de lo que es posible o imposible, la independencia en Cataluña es más posible que la transformación del Estado uninacional.
No me refiero al terreno de qué es mejor o peor, sino que tú puedes decidir lo que depende de ti, pero no lo que depende de los demás. Es más fácil dejar la relación de pareja que cambiarla, o marchar de una empresa donde eres minoría que conseguir que la mayoría accionarial haga lo que tú quieres pero que la mayoría no quiere de ninguna manera.
-¿El Estado podría hacer un último intento para convencer a los catalanes de que es mejor quedarse, eso que ahora se llama la vía de la moderación?
-La transformación de España en un Estado plurinacional en el que se acote la discrecionalidad de los poderes centrales y se cedan espacios de soberanía, no me parece un escenario probable. Si ahora las instituciones centrales hacen una apuesta sincera, aquí entraría en juego el vaciamiento de la confianza de Cataluña, pero veo muy difícil que los catalanes se lo crean. Pero en todo caso deberíamos acusar recibo y analizarlo, como siempre en la vida.
El problema es que esta propuesta de encaje no se puede garantizar desde Cataluña, porque la decisión tampoco se puede tomar desde Cataluña. Cualquier propuesta que eluda esta condición está fuera de la realidad. La independencia es factible, el federalismo no es real.
-¿A qué se refiere cuando dice que la independencia es una inversión?
-Una inversión implica asumir riesgos y hacer esfuerzos con la expectativa de que el resultado del esfuerzo mejorará las condiciones de vida y las opciones de futuro. Se trata de un proceso necesariamente dotado de incertidumbre, porque, en el terreno de las consecuencias de esta independencia, intervienen tus acciones, pero también las de los demás.
EL TEMPS