¿Se hunde el proceso?
Toni Aira
EL SINGULAR DIGITAL
No. Mi respuesta es que el proceso no se hunde. Digámoslo de entrada por si acaso. Ahora bien, sí es cierto que hace bastante tiempo que muchos que se mueren de ganas vaticinan su naufragio, y también es cierto (y más preocupante) que últimamente muchos otros que en teoría están por el asunto también se han convertido en una especie de profetas del apocalipsis del proceso hacia la independencia (vía consulta). Son políticos. En algunos casos de CiU, en otros de ERC, en otros de Iniciativa, a quienes yo he escuchado palabras en esa línea. Y el caso es que en ellos puede acabar recayendo parte de la responsabilidad del fracaso de la cosa, si es que acaba aconteciendo. Por tanto, paradójicamente, no habrán sido los impulsores del éxito que ha vivido el clamor soberanista y por el derecho a decidir en los últimos años, pero pueden acabar siendo grandes agentes de su fracaso. Todavía están a tiempo de evitarlo. Debemos animarlos. Y sobre todo que nadie se engañe: si esto sale adelante será por la sociedad, no por una clase política con muchos déficits.
No les engañaré. En un principio este artículo se iba a titular «Iñaki, tú también te equivocas». Y sí, iba por Iñaki Gabilondo. Él es un señor intelectual y periodista de referencia, siempre ponderado y razonable, a quien vale la pena escuchar. Respecto de Cataluña, por cierto, ha dicho cosas interesantes y bastante inéditas en las Españas. Esto aparte, es evidente que Iñaki es humano y también la fastidia, como todo el mundo. Esta semana ha sido el caso, con unas declaraciones equivocadas de raíz en el sujeto, centrándose como es manía últimamente en Madrid, con el presidente Artur Mas. Dice Gabilondo que Mas «calculó mal la distancia entre un sueño y un proyecto», y añade: «A un sueño pueden agruparse muchos, a un proyecto ya no es tan fácil». Remachaba al final: «Mas está en un callejón sin salida y la única salida posible es dar marcha atrás». Grave error.
No lo ven, pero es así. Mas y Oriol Junqueras son seguramente los dos más grandes activos políticos que tiene el proceso a día de hoy, pero ni ellos son la explicación sobre dónde nos encontramos en este momento, ni dos liderazgos solos pueden hacer nada bueno sin una sociedad o una mayoría de la misma por detrás. Se da además el caso de que tras de ellos tienen un panorama político que poniéndome fino diré que vivió épocas más lucidas con protagonistas bastante más a la altura. Habrá de todo, evidentemente, pero no está mal saber cuántas de sus señorías (del ramo soberanista y del otro) están todavía en el regate corto y en la pequeñez antes de que trabajando de lleno y poniendo todas sus neuronas (los quienes las tienen) en un momento clave del país.
Ahí es donde se equivoca Gabilondo (y muchos otros). Los políticos catalanes no son la causa ni la explicación del proceso soberanista. Y si me estiran de la lengua, incluso diré que podrían terminar siendo la causa del fracaso. Hoy por hoy es así. Y los ciudadanos, que tienen algo más que un sueño y que no son soñadores, son la explicación del por qué de todo. Porque tienen, sobre todo, razones. Estas persisten y las encuestas siguen diciendo que la sociedad quiere hacer frente a un statu quo que le es insostenible. Y si los políticos saben cumplir con su parte del trato y liderar desde las instituciones lo que el conjunto de la ciudadanía lidera en el día a día y que ha impulsado en las urnas, el proceso no se hundirá. Crucemos los dedos.
¡Ven a probar cómo se vive independiente!
Quim Torra
EL SINGULAR DIGITAL
Con la tradicional mezquindad habitual, el status quo ha puesto en marcha la operación «Atzucac» («impasse», «callejón sin salida»), destinada a hacer creer que dos millones de catalanes estaban de camping del 11 de septiembre y que el proceso independentista se atasca, se desinfla, se deshace como un azucarillos en una taza de café.
Hay telepredicadores del miedo que han hecho de vivir en las tinieblas su menú diario de tres platos. Respiran negatividad y mal humor, se repiten hasta el infinito en un bucle sin fin. No entienden nada de lo que pasa y se atrincheran en muros mentales construidos con ladrillos de miedo y amenazas. Transitan del cataclismo al apocalipsis, pasando por el Armagedón. Todo ello desprende un aire mórbido muy lamentable.
Sólo hay que levantar la mirada y dejar que escampe la niebla. Cataluña no es Mordor sino la Comarca. Por tanto, tranquilidad total. La gran, la enorme diferencia, el hecho que lo cambia todo entre el movimiento independentista catalán y el apocalipsis unionista es, quién lo había de decir, el humor. La alegría se contagia y la esperanza es la enfermedad más contagiosa. Sólo había que ver a la gente el 11 de septiembre, sólo hay que escuchar al pueblo, cada día, sólo hay que estar atento a las palpitaciones de la tierra para darse cuenta. Dejémosles en su espiral de odio y vayamos a divertirnos. La independencia es una cuestión de buen gusto, dijo Ramon Barnils, y yo la tunearía como «La independencia es una cuestión de buen humor».
Y he aquí que hace unas semanas conocí vía twitter que se organizaba la «Fiesta de Celebración de la Independencia (versión beta*)». Resulta que es un ensayo general del día 1 de la proclamación de independencia. Sus organizadores aclaran que «la idea principal de este acto es evitar que el día de la independencia nos coja sin haber ensayado y nos salga un churro de fiesta». Sencillamente genial.
Pero es que la cosa sigue. Resulta que habrá un espacio, «Aficionàlia», que será una feria «destinada a toda aquella gente que durante su vida ha dedicado el tiempo libre (y más) en la lucha por la independencia. En esta feria la apuesta es la de la reinserción de estas personas en el mundo de los hobbies, para ocupar todo el tiempo libre del que dispondrán una vez alcanzada la independencia». Yo soy una de esas almas en pena pendiente de ser recicladas y no le agradeceré lo suficiente a Aficionàlia que me ilumine en este viaje a lo desconocido que será para tantos independentistas encontrarse con un fin de semana libre por primera vez en siglos. ¿Qué haremos? ¿De qué hablaremos con la pareja? ¿A dónde llevaremos nuestros hijos? Todo será resuelto en Aficionàlia.
Naturalmente, una iniciativa así sólo podía pasar en Les Borges Blanques, patria de Francesc Macià, el hombre que dijo un día «Siempre encuentro lo mismo: el miedo». Y más adelante: «Los mendigos, del brazo de nuestros opresores, siguen tendiendo la mano huesuda amarillenta del hecho vergonzante en súplica de una limosna de miseria». Y todavía: «El dilema se ha planteado de una manera brutal, si se quiere, y este dilema es: o nosotros continuamos bajo la opresión del Estado opresor, del estado centralista con una esclavitud moral cien veces peor que la material, o vamos a la violencia. No queda otra solución… Y creemos que muy pronto el levantamiento de un pueblo, que tiene la decisión firme de obtener su libertad, será un hecho». (Estas últimas palabras pronunciadas en las Cortes de Madrid, ni más ni menos). El hombre que logró el 14 de abril de 1931 hacernos tocar la independencia con la punta de los dedos.
Pues bien, ahora sus compatriotas, encabezados por Jordi Calvís, amigo a quien no tengo el gusto de conocer, organizan este próximo sábado, día 23, esta fiesta en el Pabellón del Aceite de Les Borges Blanques. Ningún lector del Singular Digital debería faltar, so pena de ser condenado al infierno en la misma olla de los botilfers, por toda la eternidad.
Vamos más allá de Macià: ahora ya se trata no sólo de tocarla, sino de hacer cosquillas a la independencia.
(Nota: Utilizad el hastag #indepebeta. Según dicen los organizadores: «una versión beta representa generalmente la primera versión completa de un producto. Algunos desarrolladores se refieren a esta etapa como una inspección previa. Las versiones beta están en un paso intermedio en el ciclo de desarrollo. Los desarrolladores las lanzan a un grupo de probadores o betatesters (a veces el público en general) para una prueba de usuario. Los probadores divulgan cualquier error que encuentran y de veces aportan características de menor importancia que quisieran ver en la versión final». Amén)
El Estatuto, ¿ahora sí?
Ferran Sáez Mateu.
ARA
Apenas 10 años después de la creación del primer tripartito, no se debe perder de vista el gran psicodrama colectivo que llevó al Estatuto impulsado por Maragall, avalado en las urnas el 18 de junio de 2006. En la medida en que todo aquello desembocó, indirectamente, en la gran manifestación de julio de 2010, conviene que esa historia accidentada no se convierta ahora una anécdota. Empezaré por una paradoja muy interesante: si pudieran dar marcha atrás, ni Alfonso Guerra habría dicho nada sobre su cepillo de pequeño demagogo de otra época, ni el PP habría llevado el texto al Tribunal Constitucional, recogido firmas, etc. Quiero decir, lisa y llanamente, que entre aquella actitud de menosprecio hacia la voluntad democrática de los catalanes y la situación actual hay una más que evidente relación causal. Antes del sainete estatutario el independentismo existía, evidentemente, pero su -digamos- estilo quedaba muy lejos de las aspiraciones mayoritarias de la clase media catalana. Las cosas han cambiado mucho desde el fin del tripartito: de hecho, en muchos aspectos incluso se han dado la vuelta. El fracaso de un proyecto ideológicamente contradictorio, imposible, como hoy podemos constatar con crudeza observando la naturaleza del PSC, permitió que afloraran las inquietudes nacionales reales de un segmento de la población más bien perplejo. El retrato fundacional -en el sentido literal del término- del tripartito muestra a Zapatero, Maragall y Carod sonrientes desde el balcón de la Generalitat. Hay aún un retrato inmediatamente anterior, ya amarillento, hecho en el Majestic: en vez de Zapatero podríamos poner a Aznar, y en vez de Maragall o Carod, a Pujol. He aquí otra bien razonable causa de perplejidad, otro intento absolutamente inútil de ligar el aceite con el agua, de cuadrar un círculo.
Más que de una conducta reactiva de la gente, deberíamos hablar, sin embargo, de una sensación compartida de agotamiento de un modelo sin recorrido, asociada a la ilusión de dejarlo atrás y mejorar, de paso, muchas otras cosas. Por supuesto, la crisis económica terminó de redondear la cosa, y la catalanofobia explícita de muchos medios españoles, y de una buena parte de sus consumidores, lo terminó de dejar todo bien claro. Tan y tan claro que pase lo que pase dentro de unos meses, la línea que marca el antes y el después de todo este proceso no se borrará fácilmente. ¡Cómo le gustaría ahora a Guerra no haberse dejado llevar por la incontinencia verbal! ¡Y cuántas veces se habrán mordido los puños la mayoría de dirigentes del PP, que creyeron que la docilidad de los catalanes era ilimitada! Por eso no es nada improbable -mejor dicho: en las actuales circunstancias parece casi seguro- que los mismos que desnaturalizaron el Estatuto acaben convirtiéndose en sus abanderados entusiastas. ¿Qué se juegan?
El Estatuto de 2006 fue el último intento de encajar la identidad catalana en el seno de una España que no la admitía -ni la admite, ni la admitirá nunca- como tal. Se trataba de un proyecto plurinacional, en apariencia aceptable para las dos partes, que tenía una ventaja innegable: no suponía ningún bache importante ni llevaba asociado ningún riesgo. Ni Cataluña debía sufrir por una posible salida de la UE ni España debía preocuparse por perder de repente un 20% de su PIB. En ese preciso contexto -el año 2006 representa uno de los grandes puntos de inflexión del ciclo de bonanza económica- votar aquel Estatuto no era insensatez. Me refiero, obviamente, al Estatuto consensuado amplísimamente en el Parlamento y votado por la mayoría de los catalanes, no al despojo que perpetró después el Tribunal Constitucional.
Finalmente, las pulsiones más arraigadas del nacionalismo español terminaron desestimando este proyecto, que era generoso en todos los sentidos. ¿Resulta honesto, en este sentido, proponer ahora falsas «terceras vías» que no son más que una aceptación in extremis del espíritu del Estatuto no recortado? Yo creo que no sólo son deshonestas, sino que muestran una debilidad que nadie esperaba. Un país fuerte no necesita llevar su acción diplomática al extremo de la «coacción preventiva»; ni su gobierno recurre por sistema a una especie de silencio administrativo perpetuo cuando no sabe cómo encarar los problemas, ni esconde en la tele las imágenes de las manifestaciones que van contra sus intereses; ni rectifica oportunistament y de cualquier manera, como hacen los niños pequeños cuando les han pillado con una mentira. En fin, no descarten una gigantesca manifestación en Madrid, con autocares llegados de toda España, y una gran pancarta donde ponga: «¡Ahora queremos el Estatut!»
EL PUNT – AVUI
Elogio de Solidaritat
Héctor López Bofill
Un año después de la pérdida de representación de Solidaritat Catalana per la Indepenèencia (SI) en el Parlamento de Cataluña, es un buen momento para hacer balance de la tarea llevada a cabo por los tres diputados del subgrupo parlamentario (López Tena, Bertran y Strubell) durante el período 2010-2012, analizar las causas de la falta de apoyo electoral en la contienda de 2012 y perfilar las perspectivas de futuro de esta coalición. Intentaré desglosar el papel parlamentario de SI a través de una paradoja: la de cómo siendo el primer partido en la historia que se presentó en unas elecciones con el compromiso de declarar la independencia (junto con Reagrupament) desapareció del Parlamento en el momento en que la independencia se convirtió en el vector central de la política catalana. Hay que remarcar, y este es uno de los principales motivos del elogio de la formación, que los diputados elegidos en 2010 cumplieron buena parte de las promesas presentadas en campaña, como impulsar el proceso de soberanía, defender la lengua catalana hasta llamar a la desobediencia y denunciar el expolio fiscal. Así, por ejemplo, su primera iniciativa legislativa, tal como se desprendía del programa, consistió en la presentación de una proposición de ley de declaración de la independencia de Cataluña, el primer documento de esta naturaleza que entraba en la Cámara catalana y que no fue tomado en consideración como consecuencia de la abstención del grupo parlamentario mayoritario (CiU) tras una brillante presentación de la proposición a cargo de Toni Strubell. En este capítulo, en su falta de resonancia por parte de los medios de comunicación y en su olvido posterior, encontramos algunos de los indicios susceptibles de explicar la minorización del movimiento. Aún hoy, casi un año después de la constitución de la nueva legislatura teóricamente dedicada a la consagración del proceso soberanista, ni el estamento político mayoritario ni sus altavoces mediáticos son capaces de reconocer que lo instalado en la actualidad como demanda mayoritaria de la sociedad catalana tuvo su primera manifestación institucional en la acción de los tres diputados de SI, una acción, por cierto, que en el no tan lejano 2011 se llevó a cabo contra la mayoría de los diputados que ahora dicen apoyar al proceso y contra aquellos soberanistas que ridiculizaban «el independentismo exprés». El planteamiento de SI, por otra parte, no sólo se encontraba adelantado a su tiempo en el objetivo, de una claridad mucho más nítida que las propuestas vinculadas a la consulta o al «derecho a decidir», sino también en el procedimiento, en la declaración unilateral de independencia, que los acontecimientos van señalando como la fórmula que se acabará perpetrando si es que existe verdaderamente una voluntad de separarse de España. La voz de López Tena, de Bertran y de Strubell se alzaba en la época de una ERC que se había quemado durante los cuatro años de la presidencia del unionista José Montilla y de una CiU que se limitaba a proponer un pacto fiscal a pesar de que el Tribunal Constitucional español ya había cortado de raíz la reforma del Estatuto.
El boicot generalizado al discurso de SI, incluso desde los supuestos ámbitos soberanistas, un boicot que, como decimos, a veces roza el «negacionismo» en la voluntad de abjurar de estos antecedentes y de hacer ver como si la coalición y sus protagonistas no hubieran existido nunca, aporta luz sobre las causas del fracaso electoral del proyecto en 2012, pero también revela la peligrosidad que para el statu quo (esto es, para el autonomismo, para las terceras vías y para el soberanismo light) significaba una SI eventualmente mayoritaria y un proceso independentista liderado por una opción abiertamente rupturista. Un boicot mediático desde varios frentes que, vale decir, no está sufriendo ni la CUP, pese a ostentar en esta legislatura los mismos diputados con los que contaba SI en la anterior y pese al discurso radical en el fondo y en las formas de los de David Fernández.
El otro factor que se podría alegar para explicar la desaparición de SI del arco parlamentario es que, ante el supuesto giro soberanista de CiU a raíz de la manifestación del 11 de septiembre de 2012 y el cambio de liderazgos en una ERC que conseguía hacer olvidar las pesadillas de los tripartitos, la ciudadanía confió más en los partidos tradicionales y mayoritarios para dirigir la emancipación nacional, en vez de arriesgarse a dar su voto a una alternativa que no se veía lo suficientemente fuerte como para ser determinante y que había sufrido luchas internas. Pero la parte inquietante de esta versión es que, como van demostrando los hechos, quizá la ciudadanía que se ha manifestado masivamente en dos ocasiones no estaba ni está dispuesta a activar un proceso independentista como el que ofrecía SI que, por cierto, ha sido el mecanismo con el que la mayoría de naciones han alcanzado la condición de estados plenamente soberanos: declaración unilateral, vía de hecho, conflicto político y control de los factores de poder. Visto en perspectiva, quizás el error de la candidatura encabezada por López Tena en 2012 fue apoyar la apuesta por la consulta (a diferencia del proyecto de SI de 2010) y presentarse a la arena electoral con un programa demasiado moderado. Para una consulta que todavía hoy no se acaba de concretar ya existían CiU y ERC, SI debería haber continuado (y deberá continuar) anteponiendo el gesto unilateral.
¿Y el futuro de SI? Pues dependerá mucho de si la actual mayoría remata el envite o si fracasa. Es evidente que si CiU, ERC y las CUP nos llevan a la independencia SI se disolverá, pero si la tentativa naufraga (como de momento parece insinuarse) o el ciclo se alarga, el independentismo de empuje fuerte que priorice el frente patriótico por encima del frente social será necesario volver a participar en unas elecciones (si es que sigue habiendo elecciones) un independentismo que se presente como SI o bajo cualquier otra sigla.