Sobre la entidad del id

La delimitación de la pertenencia es una de las pocas necesidades universales de todas las sociedades humanas: los individuos necesitan ser algo, formar parte de algún ámbito que los define como miembros de un grupo. E incluso, salvada alguna excepción, de un grupo territorial.

Hablar de identidad, por lo tanto, no es un subproducto de los nacionalismos y regionalismos más o menos «étnicos». Parece, sin embargo, que el concepto mismo de identidad, para algunos sectores de opinión supuestamente «universalistas», es una idea peligrosa (sobre todo si no corresponde al espacio de un estado constituido), un invento artificioso y perverso.

Pensar eso es ignorar que la raíz básica de la identidad está en esa necesidad universal de pertenencia: ¿quién puede no ser nada?, ¿quién puede ser únicamente él mismo, un individuo y basta? El solipsismo cultural y social («yo soy yo, y no soy nada más»), si tal cosa fuera posible, sólo expresaría la más vacía soberbia de quien se piensa autosuficiente en la propia individualidad. Definirse únicamente en términos de «universalidad», es justamente indefinido: no reconocerse como parte de un grupo. Y no es difícil constatar que los que combaten aparentemente el concepto mismo de identidad, casi sin excepción lo que buscan -con mayor o menor capacidad de disimulo- es combatir la «identidad» de algunos otros… que es tanto como reforzar la propia.

Preguntarse por la entidad del id parece pura especulación, y sin embargo no lo es: tiene una realidad vital, y a menudo decisiva para la vida civil y política, y para la posición y responsabilidad del individuo dentro de la propia sociedad. Es una obviedad manifiesta afirmar que, como no podemos no ser nada, debemos ser algo: algún id que nos afirma y distingue. Una obviedad que, sin embargo, había que dejar bien clara: si alguna gente aceptase las realidades obvias como lo son -realidades, no obstáculos para teorías interesadas-, seguramente viviríamos más tranquilos y nos respetaríamos más los unos a los otros.

Más aún cuando esta entidad tiene contenidos o factores que se pueden considerar nacionales, es decir, definitorios de ese espacio que forma un ámbito superior de lealtad, y que pretende considerarse como un todo, no como una simple parte de un otro. La identidad, por tanto -a pesar de extrañas y sospechosas campañas de prensa que quieren «desacreditarla» y atribuir todos los males a esa pobre realidad, como si fuera una ideología o un partido político enemigo-, no es cosa de metafísicos, místicos o maniáticos peligrosos: es el efecto de la simple necesidad de ser algo en común con otros.

El resultado de no ser osos, sino personas. Y en cualquier caso, no es difícil constatar que aquellos que, con tan desinteresadas y cosmopolitas teorías, combaten aparentemente el concepto mismo de identidad, casi sin excepción lo que están buscando -con mayor o menor capacidad de disimulo- es combatir la «identidad» de algunos otros… que es tanto como reforzar la propia. Sin reconocerlo expresamente, que es la manera más eficaz de conseguirlo: aquello tan antiguo de «procurar el efecto sin que se note el cuidado».

Preguntarse por la entidad del id parece un planteamiento puramente especulativo, y sin embargo no lo es, sino que tiene una realidad permanente, vital, y a menudo decisiva para la vida civil y política, para la cultura y para la misma posición y responsabilidad del individuo dentro de la propia sociedad. Volviendo al caso que conozco mejor y que me toca más de cerca: ¿es o no es importante saber cuál es la entidad, la definición, el valor y el contenido, de nuestro «ser valencianos» o del «ser catalanes»?

¿Son o no son decisivas las posiciones que se mantienen -en nuestro caso, a veces conflictivas- sobre este id particular? ¿Influyen o no estas posiciones en las actitudes personales y colectivas sobre la vida pública, institucional, cultural o política? ¿No es cierto que en Valencia un determinado concepto de país (los términos mismos de su definición, y los «contenidos» o «entidad» de esta definición) implica también ciertas actitudes cívicas e incluso éticas, una cierta racionalidad y una cierta responsabilidad? En el País Valenciano, como Cataluña, hablar de identidad, y concebirla o valorarla de una determinada manera, es hablar de un proyecto colectivo, y de una forma de entender la propia participación en este proyecto.

EL TEMPS