Cahner, ingeniero del soberanismo

La muerte de Max Cahner, más allá de provocar el profundo sentimiento de pérdida que tenemos los que tuvimos la suerte de poder colaborar con él, o de despertar las instituciones de su adormecimiento a la hora de distinguir a los grandes hombres y mujeres que han hecho el país, nos permite tomar cierta perspectiva reflexiva justo ahora que, en tiempos tan acelerados, la realidad se vuelve borrosa en la mirada.

No repetiré todos aquellos méritos que estos días se han recordado de la capacidad impulsora de Max Cahner. Sólo diré que se me ha pasado un momento por la cabeza imaginar este país borrando todo aquello que fue directamente fruto de su iniciativa. Y me ha parecido que veía un país desértico. Un país que en estos momentos no tendría el músculo necesario para poder mantener la expectativa de libertad que exhibe, a menudo, sin suficiente conciencia de cuáles han sido los cimientos sobre los que se sostiene. Claro, me diréis, que si no lo hubiera hecho Cahner, lo habría hecho otro. Quizá. O puede que no. Pero en cualquier caso, me cuesta creer que lo hubiéramos hecho con suficiente anticipación, con suficiente rigor y, sobre todo, formando un plano completo de país.

Es lógico que estos días se recuerden las grandes obras de Cahner, aquellas que han dejado un poso material. Bibliotecas, teatros, radios y televisión, editoriales y enciclopedias … Todo el país, sabiéndolo o no, ha disfrutado de la obra de Cahner: la tiene en los estantes de casa, ha ido a ver teatro o escuchar música, ha leído los libros que impulso: los Fuster, los Candel … -, lo puede reconocer en la escuela de los hijos por la ley de normalización lingüística o cada vez que sintoniza TV3 o Catalunya Ràdio. Pero Max Cahner también trabajó en esferas más discretas pero no menos consistentes y básicas.

Concretamente, ahora quisiera recordar que Max Cahner concibió el proyecto de dotar al nacionalismo tradicional de un pensamiento solvente, capaz de hacer frente a la hegemonía ideológica del progresismo -entonces, en manos del socialismo, casi en exclusiva-  que allá en los años ochenta proclamaba con arrogancia el fin del nacionalismo, mientras contribuía a asfixiarlo. Cahner se inventó unas Jornadas sobre el Nacionalismo Catalán a finales del siglo XX para reunir un grupo de jóvenes universitarios y periodistas también progresistas para empujarles a repensar el nacionalismo; entró como editor al AVUI para facilitar su proyección pública; ocupó la presidencia de la Universidad Catalana de Verano para prestigiarla académicamente; retomó la edición de la antigua cabecera de la Revista de Cataluña … Todo a la vez y, por supuesto, todo dentro de un plan que sólo él veía en toda su plenitud.

Así es como trabajaba Max Cahner: un verdadero ingeniero del soberanismo. Hace cuatro días que hemos llenado una gran Vía Catalana. Pero sin Max Cahner no habríamos encontrado un camino tan amasado como para seguirla.

TRIBUNA CATALANA