Energía y agua son dos recursos esenciales para la prosperidad humana y, en gran medida, interdependientes. El agua está omnipresente en los procesos de producción de energía: desde la extracción, transporte y procesado de los combustibles fósiles, a la generación de electricidad, pasando por la irrigación de los cultivos necesarios para producir biocombustibles. Por su parte, la energía resulta básica para el aprovisionamiento de agua, permitiendo el funcionamiento de los diversos sistemas de acumulación, transporte, distribución y tratamiento.
El agua es un recurso muy abundante en el planeta, aunque sólo el 2% es dulce y, de este porcentaje, menos de la mitad resulta accesible en superficie o a partir de acuíferos del subsuelo. Además, el cambio climático, junto al crecimiento económico y demográfico, presagian, en muchas regiones, un futuro de mayores restricciones de acceso al agua dulce renovable.
Una situación que despierta inquietud en el sector energético, en la medida que cualquier limitación en la disponibilidad de agua, por escasez física o por disposiciones regulatorias, puede comprometer la fiabilidad de las operaciones en curso e imponer costos adicionales derivados de la implementación de medidas de adaptación. Así, por ejemplo, el pasado verano, un episodio de sequía en India, ligado al retraso del monzón, causó un aumento de la actividad de bombeo de aguas subterráneas, con el consiguiente incremento de la demanda de electricidad, justo en el momento en el que la producción hidroeléctrica se desplomaba, lo que se tradujo en cortes de suministro a más de 600 millones de personas durante varios días. Europa y Estados Unidos también han vivido experiencias recientes de reducciones en el suministro de electricidad, fruto de sequías y olas de calor que perturbaron el rendimiento de centrales nucleares y de plantas alimentadas por combustibles fósiles, las cuales necesitan agua para la refrigeración y otros procesos.
Sin duda, la disponibilidad de agua está adquiriendo una creciente relevancia en la evaluación de la viabilidad física, económica y ambiental de los proyectos energéticos. En particular, la disponibilidad y acceso al agua podrían significar un serio obstáculo para la explotación de gas no convencional ( shale gas) en China y algunas regiones de Estados Unidos, para la producción de crudos a partir de arenas bituminosas en Canadá o para mantener las presiones de yacimiento necesarias para aumentar la extracción de petróleo convencional en Iraq. En la mayoría de los casos, estas vulnerabilidades son gestionables, pero requerirán de un gran despliegue tecnológico, grandes inversiones y de una mayor integración de las políticas energéticas y del agua.
En el 2010, la cantidad de agua utilizada en el mundo para la producción de energía representó un 15% del uso total de agua dulce renovable. Dicho porcentaje equivale a 583.000 millones de metros cúbicos, de los cuales 66.000 millones deben contabilizarse como consumo (agua no devuelta a su fuente tras su uso). Las previsiones para el periodo 2010-2035 son que la utilización de agua por el sector energético se incremente en cerca de un 20% y que el consumo lo haga en torno al 85%.
Mariano Marzo
La Vanguardia