Diada 2013: primeras valoraciones

Diada 2013: primeras valoraciones

DEL BLOG DE JAUME RENYER
http://blocs.mesvilaweb.cat/node/view/id/251051

El éxito arrollador de vitalidad colectiva y catalanidad que ha representado la vía catalana marca el punto culminante de la capacidad de movilización del pueblo catalán, sólo se podrá superar en el futuro las cotas de participación ciudadana logradas ayer si abarca la totalidad de los Países Catalanes.

La reacción española oscila entre la apelación al diálogo limitando a una reforma constitucional que hace el PSOE y el inmovilismo del PP y la brunete mediática que apoya la recentralización que está librando el gobierno Rajoy. Por tanto, todo hace prever un período de tensión institucional y al mismo tiempo de desestabilización social en Cataluña fruto del callejón sin salida al que nos aboca la negativa estatal a reconocer la libre expresión de la voluntad ciudadana. La incógnita está en ver cómo gestionarán políticamente los partidos parlamentarios catalanes el mandato popular recibido si no hay consulta autorizada por el Estado en 2014.

El soberanismo festivo expresado ayer en las calles y carreteras del país será difícil de preservar en el futuro inmediato y preciso prever la perspectiva de acciones violentas de diversa procedencia (anticapitalista o falangista) pero coincidentes en el propósito paralizante del proceso independentista. La pintada realizada ayer en la puerta de la residencia de Artur Mas en Vilassar de Mar («se acabó la paz social») no es nada anecdótica. Salvando las divergencias sobre el modelo social del futuro Estado catalán (como ayer se logró compatibilizando la vía catalana con el corro que rodeó la sede de La Caixa) es prioritario mantener el nexo de unión en pro de la libertad y la prosperidad que expresaron todos los que nos manifestamos ayer.

 

Me quito el sombrero

VICENT PARTAL
EL PUNT – AVUI

Hace tiempo me explicaron que la ANC pretendía emular la Vía Báltica. Me quedé parado. Fui testigo como periodista, e imitar aquello lo vi como una proeza difícil de superar. Reconozco que advertir a los organizadores de lo difícil era hacer lo que querían hacer. Y reconozco, muy feliz, que estaba muy equivocado en desconfiar. En desconfiar de ellos y en desconfiar de nuestro pueblo. Todo el país se tiene que quitar el sombrero ante esta gente. Y aplaudir con fuerza. Esto que ha hecho el ANC es simplemente monumental. Organizar medio millón de personas con la eficacia que lo ha hecho es muy difícil. Conseguir que la cadena fuera asegurada en cada metro, sin esperar a las improvisaciones, ha sido clave. Sabiendo especialmente que crear un protocolo tan bien perfilado sobre cómo debe ir todo no tiene nada de sencillo. Y no hace falta decirlo: conseguir el entusiasmo que ha encomendado el país es un éxito al alcance de muy pocos. He conocido a la gente que llevaba la informática de la Vía Catalana, excepcionales, he visto trabajar hasta la extenuación a quienes hacían las camisetas, los transportistas, los responsables de medios. He sabido de horas y horas interminables de reunión. Mucha gente que se ha entregado desinteresadamente a la causa, que no ha cobrado nada, ni la gasolina que le costaban los desplazamientos y que demasiado a menudo ha pagado. Y visto lo que he visto me quito el sombrero ante ellos. Este país tiene muchos motivos para sentirse orgulloso y satisfecho. La Vía Catalana la hemos hecho todos, la han hecho toda la gente que ha salido a las carreteras desde Voló hasta Vinaròs para darse las manos. Pero saber que hay un grupo de gente como esta, detrás, en los motores, en la cocina, esto es realmente reconfortante.

Más aún visto en la perspectiva de los años. Hacer las consultas populares ya fue un ejercicio memorable de autoorganización. Ahora hemos hecho la Vía. Y después de ayer creo que todos sabemos que somos y seremos capaces de hacer cualquier cosa, lo que sea necesario para cambiar este país y para ganar.

 

Deseos y realidades

JOAN B. CULLA I CLARÀ
EL PAIS

En las jornadas previas a la Diada de anteayer, no pocos editorialistas, opinadores y portavoces políticos se emplearon a fondo en subrayar el supuesto “giro copernicano” dibujado por Artur Mas, que —según ellos— habría resuelto centrarse en el “reto social”, negociar en secreto con Rajoy y posponer hasta un remoto 2016 el ejercicio del derecho a decidir. Se trataba de una lectura francamente sesgada de las palabras del presidente en Catalunya Ràdio; pero, sobre todo, era un caso modélico de confusión entre los deseos y la realidad.

Aunque parezca mentira, el régimen político español y sus extensiones en Cataluña siguen persuadidos de que la actual eclosión independentista fue ideada y está siendo dirigida por un Estado Mayor gubernamental ubicado en algun sótano oculto del Palau de la Generalitat, siendo los cientos de miles de ciudadanos movilizados el 11-S de 2012 y el de 2013 simples marionetas movidas por los hilos manipuladores de TV3. La realidad es justo la contraria: desde la gran manifestación de julio de 2010 contra la castración del Estatuto a manos del Tribunal Constitucional, la dinámica que se puso en marcha ha funcionado de abajo arriba, no sometida al control ni de CiU, ni de ERC, ni de la CUP, ni de ninguna otra sigla, aunque todas las del espacio nacionalista traten de surfear sobre ese tsunami social, y unas lo hagan con más destreza que otras.

Que, pese a un año de penurias socioeconómicas, la movilización de anteayer fuese al menos tan nutrida, festiva, intergeneracional y socialmente transversal como la de 2012, pero muchísimo más compleja y exigente para los participantes, corrobora el empuje de una reivindicación de base que no obedece a ningún vértice de partido. Artur Mas lo sabe, y lo admitió durante la entrevista con Mònica Terribas: en sus contactos con el Gobierno central —dijo— trata de hacer entender que Cataluña ha cambiado, y que la actual problemática ya no la resuelve ningún pacto cocinado por dos o tres de líderes en los discretos salones de la Moncloa. Cuando esto lo afirma quien fue coprotagonista del pacto con Rodríguez Zapatero sobre el Estatuto, en enero de 2006, queda claro que Mas es consciente de lo estrecho de su actual margen de maniobra y de los límites de la negociación supuestamente en curso con el Gobierno de Rajoy.

Este, por su parte, parece decidido a seguir en el papel de don Tancredo, a continuar combinando ceguera y menosprecio a partes iguales. Cuando la vicepresidenta Sáenz de Santamaría advierte que el Ejecutivo central va a escuchar también a la “mayoría silenciosa” (¿cómo, si permanece en silencio? ¿Va a ser Sánchez-Camacho la médium entre su querido Mariano y la supuesta “Cataluña real” muda?), cuando el ministro Fernández Díaz rebaja y desdeña la cifra de asistentes a la Via Catalana, cuando todos ellos se atrincheran en el fundamentalismo constitucional y el inmovilismo político, no hacen sino ensanchar el abismo que aleja a la porción más movilizada y politizada de Cataluña con respecto al sistema institucional español. El sistema que erige a un Francisco Pérez de los Cobos como máximo e imparcial garante de la Carta Magna, quiero decir.

Así las cosas, algunas voces en el unionismo autóctono parecen dar ya por perdida esta fase del debate, y plantean la ilicitud de someter a referéndum “una propuesta populista”. ¿Populista? ¿Son populistas las propuestas de los frecuentes referendos suizos? ¿Lo fue la pregunta urdida por el PSOE para el referéndum sobre la OTAN de 1986?

De momento, hay algo indiscutible. Anteayer, en una Barcelona tomada por los “separatistas”, el PP celebró sin incidente alguno un acto político en la Plaça del Rei, protegido por un amplio despliegue preventivo de los Mossos d’Esquadra. Unas horas después, en el corazón del Madrid constitucionalista, un puñado de fascistas reventaron la discreta conmemoración de la Diada en la delegación capitalina de la Generalitat, un acto que el señor Fernández Díaz había dejado en absoluta indefensión. ¿Dónde anida el huevo de la serpiente?

 

Cuando suba la temperatura

VICENT SANCHIS
EL PUNT – AVUI

El éxito de la cadena catalana ha aturdido al españolismo crónico, aquel que se considera «normal» o, tensada la cuerda que le obliga a definirse a regañadientes, «patrioticoconstitucional». Nadie sabe muy bien cómo responder al «desafío separatista». Los más alterados han recurrido al insulto, que es el único recurso que son capaces de digerir. Alfonso Merlos, presentador líder de 13TV, el canal que paga la Conferencia Episcopal con el apoyo de todos los que marcan la crucecita correspondiente en la declaración de la renta, tildaba a los catalanes que trenzaron la cadena de cerdos, con una imagen en Twitter que no deja lugar a la duda benévola.

Las redes sociales se llenaron el miércoles por la tarde de primarios que pedían aplicar a Cataluña «la solución definitiva de Bashar al Assad». Al atardecer un grupo de falangistas y fascistas irritados, concentrados ante la delegación de la Generalitat en Madrid, pasaron del exabrupto a la acción y la tomaron al asalto. Los «cerdos» recibían finalmente un cierto escarmiento; medido, porque el exceso de virilidad fascista aún no impedía a los agresores constatar que hoy en día todo queda registrado y grabado. Y que rápidamente se extiende por el mundo. Ahora las autoridades presuntamente democráticas se jactan de que los han detenidos en nombre del «Estado de derecho». Pero ese mismo Estado les ha permitido durante cuatro décadas vivir dentro de la más estricta legalidad, con sus águilas, sus esvásticas y sus pistolas. Atemorizando a discrepantes. Agrediendo a los mismos o incluso asesinándolos.

Los más contradictorios, como el socialista nacional José Bono, recomendaban al PP y al PSOE «más contundencia» mientras proclamaban la necesidad de enseñar a los catalanes que «la unidad es más moderna, más solidaria». Modernidad y solidaridad son palabras curiosas en boca del primitivo e insolidario Bono, que siempre ha tratado a los catalanes de imbéciles o inadaptados. El ex presidente de Castilla-La Mancha, exministro y expresidente del Congreso acusaba al PSC de ser el «culpable», en una exhibición de impotencia descontrolada. La mayoría, sin embargo, no sabían muy bien a qué atenerse porque les han estado diciendo durante tres años que todo no iba más allá del bramido de unas minorías agitadas por el malvado Mas, que necesitaba cortinas esteladas de humo para continuar robando. El único cambio que finalmente se ha hecho efectivo en la sociedad española ha sido el de los medios del grupo Prisa, que con las calles y las carreteras catalanas reventados de banderas han entendido que la ilusión masiva no se reducirá a base de bilis. Pero ni siquiera el españolismo con pretensiones progresistas es capaz de ir más allá de reconocer a regañadientes la realidad. De lamentarla y lamentarse sin alternativas creíbles, sin considerar parte digna de crédito a la otra parte.

¿Por qué esta incapacidad de reacción? Porque en España, sencillamente, la idea dominante descarta cualquier «concesión» a la diferencia y ha terminado aceptando, poco o muy resignada, el Estado autonómico como coartada para quitar todas las razones de los «nacionalistas». La España castellana ha soñado desde Quevedo con disolver la discrepancia catalana. No entiende la persistencia en la malignidad de la diferencia. Y recurre siempre a las mismas atrocidades ideológicas para reducirla dialécticamente. Ahora necesita volver a equivocarse para justificar su fracaso, tan constatable en Cataluña. Y si acaso acepta la realidad, lo hace desde la convicción de que hay alterarla con leyes o a la fuerza. Por eso es fácil prever qué pasará a partir de ahora.

El gobierno de Mariano Rajoy actuará -de hecho, ya hay actúa- en dos frentes complementarios. En el primero dotará de fuerza y recursos al activismo español en Cataluña -lo que la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría, incapaz de alzar la mirada, considera «la mayoría silenciosa»-. Si la «división» que tanto proclama el unionismo se puede constatar de una manera más sólida, el «conflicto» que se derivará sería mucho más fácil de administrar desde las instituciones del Estado. Como el PPC no ha sabido hasta ahora estructurar esta respuesta «catalana y española», hay dirigentes populares y periodistas afines que recomiendan convertir a Ciudadanos en la quinta y necesaria columna. El segundo intentará ganar tiempo y credibilidad ofreciendo al presidente Mas algunas concesiones «en la Constitución». Este será el tono exacto de la carta de Rajoy que finalmente se hará pública el próximo lunes. Dado que el segundo recurso no prosperará, el primero irá tomando vuelo. ¿Hay suficiente españolismo alterado en Cataluña como para hacer frente a la ola cívica que pide la independencia? Parece que se queda corto. Porque, sencillamente, el españolismo creíble en este país es mayoritariamente civilizado y espera alternativas para sentirse más fuerte. Alternativas que no llegarán porque son más transgresoras de lo que pueden resistir el PP o incluso el PSOE. Habrá, pues, reacciones cada vez más desesperadas que ahora se hace difícil de calibrar. Pero, en todo caso, el punto de transgresión que están dispuestos a saltar la mayoría de los catalanes moverá los resortes más perversos del Estado y la sociedad española. La reacción en Cataluña es la gran incógnita. La reivindicación de un Estado propio se ha construido desde el civismo, la participación festiva, la ilusión. La Vía Catalana para la Independencia es una vía familiar, alegre, esperanzada, contra las admoniciones, la aplicación estricta del catecismo constitucional, la tristeza y las amenazas que llegan de España.

La gran incógnita es determinar el nivel de resistencia de este civismo cuando suba la temperatura, cuando llegue el momento del conflicto y el enfrentamiento contra las instituciones de un Estado acostumbrado a mandar ya ser obedecido. El castigo será severo, afirman los que sólo han sabido ganar en los últimos siglos las guerras domésticas. Quizás esta vez quedarán desbordados por el nuevo sentimiento, la nueva convicción, que ha ido consolidándose en Cataluña. La gente más joven no es capaz de imaginar excesos y represalias, y considera almas asustadas a los que les previenen de ello. Quizás tienen razón y la lógica más civilizada de este siglo XXI terminará frustrando el miedo y la violencia. Ojalá. Sea como sea, si la próxima etapa debe ser la última, no bastará con el entusiasmo. Hará falta resistencia y capacidad de sacrificio. Quizás sí que tienen razón los que tienen tanta prisa. Si hay que ir más allá, se debe hacer ahora que los poderes del Estado y la mayoría de la sociedad española no saben cómo reaccionar. Quemar etapas y cargarse de razones quizás es dar margen y alas a la agresión institucional que comienza a incubarse. Este es el gran dilema.

 

Una hermosa experiencia

JUAN M. TRESSERRAS
ARA

La vida cotidiana es el fermento secreto de la historia, nos sugiere Agnes Heller. Estoy radicalmente de acuerdo. Me parece una afirmación de una gran eficacia explicativa. La vida cotidiana es prácticamente el continente completo de la vida social. Cabe casi todo. Pero la pretensión de la expresión inicial tiene un carácter eminentemente político. En una democracia devaluada y burocratizada el escenario de la política puede ser muy restringido. A veces, un anfiteatro con un atril. A veces, apenas un plató televisivo o un estudio radiofónico. Esto es lo que denunciamos cuando hablamos de los políticos o de la política como de una realidad ajena y minúscula, segregada e inaccesible, de la que nos sentimos excluidos. Pero la dimensión política de una sociedad, más allá de su espectáculo institucionalizado, abarca todas las actividades humanas, todas las formas de la participación social. Y es en estas formas elementales y modestas de la vida ordinaria de las comunidades donde, siguiendo la idea de Heller, germinan las novedades que caracterizarán el futuro y se incuban las transformaciones históricas trascendentales.

Si observamos los cambios políticos profundos, las transformaciones sociales más decisivas, los verdaderos saltos históricos o las revoluciones más duraderas veremos que suelen tener como base unas nuevas concepciones y formas de hacer progresivamente compartidas por sectores sociales cada vez más amplios. Son procesos de impregnación, de fluida permeabilidad, de absorción por ósmosis. Son tránsitos de actitudes y de actuaciones que combinan momentos de luminosidad, de clara conciencia, con momentos de acumulación rutinaria de nuevos automatismos que desplazan a los anteriores. Hay núcleos con voluntad de influencia que ensayan golpes de efecto, que lanzan consignas, que buscan sacar provecho de cada coyuntura y procuran orientar la energía colectiva. Pero es la gente la que elige el momento, la manera y los referentes que le sirven de inspiración. Es una combinación de inteligencia práctica, de experiencia, de sintonía entre diversas percepciones de origen incierto, de intuiciones en cadena. Es la gente quien, a veces, acerca la llama al sotobosque social y provoca que todo se encienda: que la política de la vida cotidiana se imponga a la política formal.

En Cataluña vivimos ahora un ciclo singular porque coinciden una serie de factores. Lo decisivo es el afloramiento de un nuevo bloque social histórico hegemónico, popular y transversal, ilustrado y cualificado, con capacidad de autoorganización, de movilización, de proposición y de iniciativa política. Este afloramiento y la falta de proyecto de las viejas clases dirigentes locales han hecho muy visible su decadencia y han contribuido a acelerarla. La voluntad de romper con el pasado también se ha alimentado del descrédito, el anquilosamiento y la falta de voluntad democrática de España. Y, evidentemente, la crisis económica ha puesto más al descubierto los mecanismos de la dominación política y económica del Estado sobre Cataluña y la magnitud del drenaje fiscal. Todo el mundo ha podido percibir las dificultades añadidas que conlleva tener que hacer frente a la severidad de la crisis mientras el Estado concibe sus políticas con la lógica del adversario, del extractor, del dominador, del prepotente. Y ha podido concluir, pues, que contar con un Estado propio, al servicio prioritario de los intereses sociales y económicos del país, puede resultar muy conveniente.

La capacidad sostenida de movilización y de autoorganización del movimiento ciudadano es el rasgo más significativo de una política catalana en vías de reestructuración. El fenomenal empuje de la Vía lo ha vuelto a demostrar. Es la cresta de una revolución democrática. De un proceso fundacional impulsado por una mayoría consciente que exige un papel más activo en la conformación de un nuevo proyecto político. Desvinculado de España, con una arquitectura institucional propia basada en la radicalidad y la participación democrática y capaz de proceder a un cambio profundo del modelo económico y social. Un proceso abierto, decidido e imparable, que ampara en el civismo y en una vocación dialogante, propositiva y constructiva. Un proceso que quiere armonizar la cabeza y el corazón. La razón y la emoción.

Es del fondo mismo de la vida cotidiana de donde emerge la ambición catalana de construir un nuevo Estado. Este es el reto que tenemos ahora planteado y proclamado. Quien quiera diluirlo o diferirlo quedará descolocado. Y perderá la oportunidad de haber inscrito su particular trayecto cotidiano en una bellísima experiencia colectiva.

 

 

Siete consecuencias del éxito de la Vía Catalana

TRIBUNA CATALANA
Roger Buch (@ rogerbuch)
Politólogo. blocdenroger.blogspot.com

 

1. Consecuencias políticas internas.

La Vía Catalana da fuerzas y aprieta, a la vez, al Gobierno y al Parlamento, que ven como tienen un pueblo que no sólo los anima y los empuja sino que les pasará por encima si se detienen. Enfrentarse a legalidad establecida es un reto de gran magnitud para cualquier gobierno. Para lanzarse, nada mejor que tener la seguridad de que, si las cosas se complican, no estarán solos.

 

2. Consecuencias políticas estatales.

La Vía pone presión al gobierno español, que ve como la táctica de dejar esperar que el souflé baje no funciona y que entiende que habrá que tomar la iniciativa hacia algún lado. Esperar y basta no es la solución. Veremos.

 

3. Consecuencias internacionales.

La cadena humana coloca la reivindicación catalana en la agenda internacional de manera definitiva. El relato que hacen los medios es impecable: los catalanes piden que el gobierno español les deje votar sobre su independencia. Es muy sencillo: llámele democracia.

 

4. Consecuencias democráticas.

En un momento de desafección política y de crisis de los partidos políticos y de la democracia representativa, el independentismo demuestra moverse muy bien pivotando entre el pueblo llano, la sociedad civil organizada, los partidos y las instituciones públicas.

 

5. Consecuencias sociales.

La acción no genera anticuerpos internos en Cataluña. El independentismo transmite imagen simpática y presenta su mejor cara: inclusiva, alegre e integradora. Hay que recordar que, hasta no hace muchos años, algunas escenas como las de Blanquerna en Madrid podrían haber sido provocadas por independentistas. Se consolida un independentismo amable y cada vez menos antiespañol y menos malhumorado.

 

6. Consecuencias personales.

Muchas personas se han visto trastornadas al vivir un momento de fraternidad intenso que nunca antes habían vivido por un tema de alcance colectivo. Como elemento de socialización política, la Vía Catalana dejará huella personal en muchos de sus participantes.

 

7. Consecuencias organizativas.

Refuerza y estructura el núcleo duro del soberanismo. Los 30.000 voluntarios y los 400.000 inscritos en la web estarán disponibles para el futuro, disciplinados y sin luchas de protagonismos. Si llegara un día el choque de trenes, el independentismo dispone de un compactado núcleo de militantes dispuestos, por ejemplo, a la insumisión fiscal o a la desobediencia civil activa.

 

Generalitats

XAVIER MARTÍNEZ GIL
LA VANGUARDIA

Me preguntan muchos amigos independentistas: ¿Y ahora què? Pues ahora toca fecha para el referèndum con pregunta clara, inequívoca. Una pregunta, dos respostes: sí o no a la independència. En 2014, sin más dilación. No vale el argument de hacerlo más tarde para “hacerlo bien” porque, a estas alturas, hacerlo bien implica no dilatar el procés innecesàriamente.

¿Por qué hacer el referéndum? Pues para saber cuál es la verdadera voluntad del pueblo. Porque estamos en una democracia y estas cuestiones se resuelven en las urnas. Porque unos dicen que son muchos y otros dicen que son pocos, que había más que no fueron a la cadena humana de los que sí se apuntaron. Para resolver dudas, votemos y contemos los «Sí» y los «No». Así de fácil. El Ministro de Interior, Jorge Fernández Díaz dice que, en realidad, no había más de 400.000 personas en la Vía Catalana por la Independencia y que, por tanto, los que no fueron son mayoría. La mayoría silenciosa, dice. (¿Cómo era aquello: «quien calla otorga?»). No importa. Supongo que él ya ha decidido cuál es la voluntad de los que no fueron a la cadena. Pero si tan claro lo tiene, yo le animaría a hacer ahora el referéndum de inmediato, ya que el no a la independencia, según sus previsiones, ganaría por goleada.

Pero, por encima de todo, se debe hacer el referéndum para demostrar al mundo que somos demócratas y, de esta manera, tendremos las puertas más abiertas a la comunidad internacional que un país como España que impide a sus ciudadanos ejercer su derecho a voto.

Llegados hasta aquí, ya no se puede hacer nada más que convocar a los ciudadanos a las urnas para decidir su futuro. No tiene sentido aprobar los presupuestos de una comunidad autónoma española. No tiene sentido gobernar y hacer leyes a medio o largo plazo sabiendo que la creación de un nuevo Estado con unas nuevas reglas de juego está a punto de nacer. Por lo tanto, para hacer las cosas bien el Muy Honorable Presidente de la Generalidad debe convocar el referéndum tan pronto como sea posible y esperar la respuesta del Estado español y también de la comunidad internacional.

Si la negativa del Estado a aceptar la soberanía del pueblo de Cataluña persiste, nuestro Gobierno no debe bajar los brazos. El referéndum, con la aprobación o no del Estado, deberá continuar adelante. Y todos hemos de ayudar al Gobierno para que salga adelante y bien. En 2014 ya no repetiremos cadenas humanas: será la hora, por fin, de decidir.

Cuando los ciudadanos de Cataluña no tengamos que dedicar tantas energías a luchar por nuestra independencia seremos un país imparable.

 

Del corazón a la cabeza

JOSEP LLUÍS CAROD-ROVIRA
EL PUNT – AVUI

El independentismo ocupa la centralidad política catalana, pero han tenido que pasar años para que fuera así. La idea de una Cataluña libre tenía simpatías en amplios sectores, pero era más un independentismo emocional que político. Ha sido más un estado de ánimo puntual que un estado permanente del alma, vivo más en los sentimientos que en las conciencias, más una insinuación vaga que una formulación rigurosa. Un objetivo más deseable que posible -«¡Ah, si pudiera ser…!» -, Una utopía irrealizable, pero no una realidad alcanzable. Pertenecía más al ámbito de las aspiraciones más íntimas, casi inconfesables, que al de las necesidades públicas, como si se tratara de una cuestión personal y no de una causa colectiva. A veces, aparecía como un juego, una rivalidad casi infantil, divertida, como un Barça-Madrid pero más grande, si bien con no tanta intensidad y convicción. En lo futbolístico, la gente perdía la vergüenza y exteriorizaba, complejos, sus sentimientos. En el nacional, dominaban la reserva y la discreción.

Daba la impresión de que la idea de una nación catalana soberana no tuviera nada que ver con la política y era una meta imposible de alcanzar. No había, pues, espacio para mucho más que el llanto, la resignación o la impotencia. O bien la envidia sana, simpatía y complicidad con otras naciones que sí se comprometían para construir su propio Estado. «No nos entenderán nunca», «Todos son iguales», «Con España no hay nada que hacer», eran expresiones que resumían el estado de la cuestión y de las respuestas, más psicológicas que ideológicas. A veces se insinuaba una cierta amenaza secesionista, un arrebato nacional, un golpe de genio irreflexivo motivado por una fatiga reiterada ante la imposibilidad de superar una situación desfavorable: «¡Porque no puede ser, porque si no…!» Pero la lluvia fina y persistente de la adversidad y el ahogo nacional, cultural, lingüístico, económico, educativo, de infraestructuras, prestaciones sociales, la catalanofobia, etcétera, han hecho recorrer, finalmente, el trayecto que va del corazón a la cabeza, y muchos compatriotas han ido directamente a la cabeza, sin haber pasado previamente por el corazón. Ahora, sin embargo, todo el mundo tiene argumentos para creer que una Cataluña libre de España sería una Cataluña mejor.

Algo similar ocurre con el ámbito territorial de la nación catalana. Es obvio que las realidades son distintas en todo el territorio, pero hay una actitud muy diferente cuando se habla de nación cultural que cuando se hace de nación política. La aspiración de Países Catalanes es, para muchos, eso: una aspiración más sentimental que propiamente racional, más emotiva que política, más del corazón que de la cabeza. Pero resulta que a nadie se le ocurriría decir que Raimon, Maria del Mar Bonet, Ovidi Montllor, V. Andrés Estellés, Al Tall, Obrint Pas, Ja T’ho Diré, Miquel Barceló, Andreu Alfaro o Antoni Miró son extranjeros para nosotros y no son los nuestros, no pertenecen al nosotros colectivo. O bien Eliseu Climent, Joan Fuster, Bernat Joan, Aina Moll, Isidor Marí, Pau Faner, Joan F. Mira, Ferran Torrent o el mismo Ramon Llull. Cuando cantan y escriben bien, entonces son de los nuestros y los exhibimos en las ferias culturales internacionales, tras el nombre de Cataluña. Pero a la hora de ser libres, no. ¿Por qué los ponemos en el mapa del tiempo, pues, si a la hora de la verdad no contamos con ellos? «Primero nosotros y luego ya hablaremos…», oigo decir. ¿Y quienes somos nosotros, entonces? No hay un nosotros sin ellos. La Cataluña que va hacia la libertad quiere liberarse de España, no del País Valenciano, Baleares, el Norte o la Franja. El Principado es la avanzada nacional de unos territorios que comparten cultura y problemas y pueden compartir soluciones y futuro. Serán necesarios gestos que hagan atractiva, amable y útil la pertenencia a un Estado nuevo, sin hegemonías territoriales, ni monopolios de la catalanidad, ni uniformes políticos y culturales. Aquí también debemos pasar del corazón a la cabeza.