Hábilmente, los políticos españoles, cuando van mal, intentan desviar la atención de la gente con unos determinados temas que guardan en el cajón y que de vez en cuando hacen resurgir al efecto. Son temas que no fallan nunca, ya que inciden directamente en el gen nacionalista que comparten todos los españoles, ya sean de derechas o de izquierdas. Un gen que se va transmitiendo de generación en generación desde que su monarca Felipe V «inventó» por la fuerza esta España que todos ahora conocemos y que muchos, carentes de libertad, tenemos que sufrir. Algunos de los temas más populares que siempre unen a todos los españoles son el de Cataluña y el de Gibraltar. Respecto a este último, interesadamente de moda para intentar tapar las vergüenzas de los mandatarios estatales, me gustaría señalar cuatro puntos que considero que hay que tener en cuenta a fin de intentar hacer un análisis riguroso del tema. En primer lugar, Gibraltar pertenece al Reino Unido porque así se acordó en el Tratado de Utrecht (1713) con motivo de la guerra de Sucesión (1700 a 1714). Cabe recordar que en su artículo X, queda fijado la entrega a perpetuidad de Gibraltar a los ingleses, a cambio de que estos retiren la ayuda militar y económica a los catalanes. En otro artículo, el XIII, se autoriza el rey borbón Felipe V a despojar a los habitantes de los territorios de la corona catalanoaragonesa (Aragón, Mallorca, Valencia y Cataluña) de sus constituciones, leyes y privilegios, asimilándolo a los castellanos e incorporándolos así a la corona de España. Esto dio origen al genocidio cultural y político que supuso para nosotros el tristemente famoso decreto de Nueva Planta, del año 1716, para Cataluña y Mallorca, y del 1707, para Valencia y Aragón. Por lo tanto, si lo que quieren los españoles es la propiedad de Gibraltar, es lógico que ésta deba suponer la derogación del Tratado de Utrecht y la consecuente recuperación de la independencia política de Cataluña y de los demás territorios que formaban parte de la confederación.
En segundo lugar, y siguiendo el magnífico hilo argumental de Carlos Ribera en su reciente artículo en este mismo diario, hay que decir que sorprende mucho la insistente reclamación de Gibraltar y en cambio que ningún dirigente español se haya interesado por recuperar el Rosellón, el Conflent, el Vallespir y parte de la Cerdaña, territorios amputados traumáticamente a Cataluña por un injusto tratado, el de los Pirineos, firmado sólo siete décadas antes de la incorporación británica de Gibraltar. En aquellos tiempos, Cataluña disfrutaba de independencia política (cortes, constituciones…), pero también estaba incluida en la corona española. Definitivamente, los problemas de los catalanes nunca han sido tratados desde Madrid con el más mínimo interés y sensibilidad, en el fondo esto demuestra que, para los españoles, el territorio catalán no es una parte de España, sino que se trata de una posesión de España.
En tercer lugar, me gustaría apelar a la coherencia, esta cualidad tan poco usada por los humanos, tan aficionados a imputar o reprochar al vecino lo mismo que habitualmente hacen o dejan de hacer. En este caso de Gibraltar podríamos establecer el paralelismo con Ceuta y Melilla. Y me dejo para el final lo que considero más importante. Pienso que es imprescindible y urgente eliminar de los estados todo rastro de testosterona patriótica que tan malas consecuencias conlleva para la convivencia humana en todo el mundo, los estados simplemente deben ser un grupo reducido de personas que tienen que llegar a convertirse únicamente en unos gestores eficaces de la población con la que comparten una determinada geografía. Los territorios no pueden ser nunca propiedad perpetua de nadie, simplemente se puede aceptar que en ellos habitan colectivos humanos que son los que precisamente deberán establecer libremente sus reglas de juego democrático. Por más que rasquemos todas las piedras de la roca del peñón de Gibraltar, nunca nos encontraremos con la bandera española grabada con fuego por el creador (ni la inglesa, lógicamente). La población actual de Gibraltar son linajes de familias que desde hace más de tres siglos habitan este territorio y son ellas precisamente las que deben decidir cómo organizar su futuro político, haciendo uso del legítimo derecho universal a la autodeterminación. Lamentablemente, para los españoles, esta elección nadie duda de que no les será favorable.