Un embajador es un hombre honesto enviado a mentir en el extranjero por el bien de su país.
Henry Wotton, Embajador de Gran Bretaña en Venecia, 1604
Te la has de imaginar en un salón de banquetes de un hotel de Washington DC, seguramente una franquicia internacional. También puede ser en el hall de un centro de estudios, de un departamento universitario, o de un edificio histórico. Ha habido una conferencia, o un concierto, o una exposición. O mejor: un acto de presentación del calendario de este año de Spain Arts & Culture, el programa cultural de la embajada, (que quisiera liderar intelectualmente el mundo latino de EEUU). No lo sabemos. Seguramente hay vino, y algo para picar. Cuadraditos de queso, fruta, canapés. Si lo organiza la embajada quizás haya jamón ibérico. Él es alto, delgado, calvo, cara-Greco; lleva barba recortada de un par de días, canosa. Tiene 59 años, es el embajador plenipotenciario del Reino de España en Estados Unidos.
Se detiene a saludar a un profesor venezolano de la escuela de negocios de la Universidad de Georgetown y encuentra oportuno transmitirle el cabreo monumental que tiene la embajada porque en Georgetown «les han colado» una independentista en la cátedra Príncipe de Asturias-Endesa. La independentista es Clara Ponsatí, titular de la cátedra, y profesora de dos asignaturas, una sobre la crisis europea y la otra sobre estrategias políticas y económicas, su especialidad. Estrictamente hablando, el embajador tiene razón: se la han colado. El procedimiento es: los delegados del Ministerio de Educación, de la Fundación Endesa y de Georgetown seleccionan tres candidatos con tres proyectos académicos concretos, y es Georgetown quien finalmente elige. Manías de los yanquis.
El profesor venezolano no es el único que recibe el mensaje. Hay una infame llamada en la que se informa al jefe del centro de estudios europeos, Jeff Anderson, que el embajador no se acercará a ningún acto del centro; deberían haber vigilado mejor. El mundo académico-diplomático español de Washington al pleno. Es invierno, ya han pasado las elecciones y los 12 diputados perdidos por Mas son interpretados como una victoria. Hay que retirar los cadáveres.
La dirección de la Fundación Endesa también es informada del estado de ánimo del embajador y, aprovechando que la profesora Ponsatí pasará la Navidad en casa, le convocan a una reunión de urgencia. Tan de urgencia que se celebra en Madrid el 24 de diciembre. Asisten Rafael Miranda, el presidente de la fundación, y Antonio Gutiérrez, el director general. Miranda transmite a una incrédula Ponsatí que el motivo de la reunión es «los videos: tienes a las altas esferas muy preocupadas por los videos. Sobre todo quieren evitar un escándalo».
Los videos en cuestión son a) un vídeo sobre el déficit fiscal grabado antes de que la profesora ocupara la cátedra, en el que se explican las balanzas fiscales y b) el vídeo de la tertulia en Al Jazeera celebrada pocos días después del Once de Septiembre. Si te da pereza verlos, yo te los resumo: Clara Ponsatí no hace ninguna llamada independentista, se limita a criticar que el gobierno central no publique las balanzas fiscales, a defender la necesidad de una salida democrática y explicar la viabilidad técnica de una economía catalana independiente. Claro que si aceptas estos tres argumentos ya no quedan demasiadas maneras de no ser independentista sin apelar a los atavismos. Clara Ponsatí es independentista, es obvio. Pero en beneficio de la precisión, hay que decir que defender públicamente la independencia no es algo que haya hecho mientras ha sido catedrática Príncipe de Asturias. Si lo hubiera hecho tampoco sería censurable, pero hay que tener presente que esta preocupación de las altas esferas no es sólo por las cosas que dice en los videos, sino por las cosas que se entiende que piensa. Quizá por lo que es, o por lo que representa.
Pero no corramos, este Rafael Miranda no es un don nadie. Antes de ser presidente de la Fundación Endesa, que es quien paga la cátedra al 100%, fue director general de la eléctrica durante quince años. Compañía que, por cierto, tiene el 40% del negocio español en Cataluña. Primero, cuando se privatizó la compañía en 1997, Miranda gestionaba bajo la presidencia de Rodolfo Martín Villa, (ex-gobernador civil de Barcelona, operador de la transición, franquista reciclado y zar del sector regulado), y después, en 2002, bajo Manuel Pizarro, excandidato a exministro del PP.
Para poner a todos a lugar: cuando en septiembre del 2005 Gas Natural quiso comprar Endesa (el mismo mes que se aprobó el Estatuto en el Parlamento de Cataluña), Rafael Miranda «puso a trabajar toda la maquinaria de la compañía» -como elogiaría el Mundo-, para evitarlo: técnicos y abogados a sus órdenes. Mientras Pizarro hacía aquellas delirantes ruedas de prensa con la constitución en la mano, Miranda era el responsable de las presentaciones privadas en las grandes plazas financieras, con la esperanza de encontrar un comprador mejor que el catalán. Lo encontró. Con los nuevos propietarios, los ejecutivos de Pizarro supervivientes controlan la fundación.
¿A qué altas esferas se refería Miranda? Las altas esferas son de Exteriores. El embajador. A Clara se le pide que entre en contacto, e intente apaciguar la situación. Sobre todo quieren evitar un escándalo. Aunque Ponsatí ya había enviado dos mensajes a la embajada poniéndose a su disposición, sin respuesta, sólo llegar a Washington, el primer día laborable (28 de diciembre) les llamó. Estaban de vacaciones. A primeros de enero, pudo hablar por fin con una mujer que le dijo que sí, que sí, que ya la llamarían. A día de hoy todavía no han encontrado el momento.
En el escándalo que quieren evitar juega un papel central la situación financiera del Estado. La imagen de España ha caído en picado, y para cambiar la percepción se ha puesto en marcha, entre otras cosas, la operación Marca España. Es la batalla de la percepción. La web es básicamente un conjunto de anuncios publicitarios de grandes compañías españolas, presentes en el mercado iberoamericano: Planeta, Gas Natural, FCC, Ferrovial, Sacyr, AGBAR. Lo digo para ampliar contextos, lo que todas las declaraciones públicas agradecen.
También se ha puesto en marcha un observatorio de la Marca España en el Instituo Elcano, un think tank de Estado, escorado a la izquierda, financiado por el Ministerio de Exteriores y empresas privadas que no he sabido averiguar, (me juego un guisante que de la lista de arriba al menos hay una que ayuda). La city de Madrid es una partida de póquer con muchos ases y pocos jugadores. En el esquema de este proyecto, la cátedra Príncipe de Asturias de Georgetown (a la que aspiran investigadores del Instituto Elcano, oh, yes) queda de coña. Y va y les cuelan una independentista. Así se entiende mejor a la vicepresidenta Sáez de Santamaría cuando dice que la cuestión catalana perjudica la Marca España.
En realidad, Ponsatí representa el pensamiento de todos los que no tenga un interés creado: el problema no es la marca, el problema es España. La web de la marca, con los amiguitos anunciándose, es un buen ejemplo. Justamente esta semana, el empresario catalán del gigante químico Grifols, afincado en California, explicó que los guardianes de la marca le habían llamado. Querían informarle de que sus declaraciones públicas desaconsejando cualquier inversión, («la maquinaria de la democracia está rota en España»), estaban perjudicando la marca. Que se las ahorrara. O eso que contaba el lunes Antoni Bassas en el Ara sobre el tour que ha acaba de hacer Xavier Trias por EEUU: «Por eso Trias estuvo acompañado. En San Francisco, el cónsul de España. En Los Ángeles, el cónsul; en Washington, el jefe de prensa de la embajada, en Nueva York, el cónsul. Todos con la oreja tiesa». En la trastienda se hace mucho trabajo.
Hace diez años todo esto no hubiera tenido ninguna importancia. Purgas había igual, y presiones, pero eran menos vistosas, se podían hacer sin prisas. En Cataluña nos conformábamos con nuestro propio sistema de incentivos políticos, la construcción de estructuras de gueto. Ahora, sin embargo, el Estado ha pasado a Defcon 2. La crisis ha puesto en cuestión todo el sistema de reparto, que es el sistema que ha mantenido la pax setentaochentesca. Cada trocito de poder cuenta, incluye unas rentas y la posibilidad de una intermediación. En Cataluña esto también ha pasado. Donde hay conflicto hay un gestor del tabú. Ahora ha saltado parte de la corteza, hay pus. La crisis institucional de España, la posibilidad de la implosión, y la crisis económica tienen la misma causa, son la misma crisis. Es un destilado histórico nunca corregido, la suma de decisiones miserables vestidas de grandeza y de intereses particulares gestionando, justificando, guiando la cosa pública.
El Estado se ha puesto en Defcon 2 en todos los flancos. Y entre las fuerzas de choque, la más resistente, la que se juega más, es la de los altos funcionarios (no es extraño que la mayoría de ministros de Rajoy y Rajoy mismo sean altos funcionarios. Por este motivo los -¡ejem1- liberales españoles están tan cabreados: son estatistas)
Exteriores,Hacienda e Interior son la sala de mando. Son las tres violencias que se reserva el Estado por definición, las que lo definen: el homo homini lupus de la arena internacional, los impuestos y la policía. La cuestión catalana se combate en los tres frentes. Desde Exteriores, con el uso de la influencia internacional, por poca que sea, para silenciar. Desde Hacienda, haciendo que Mas-Colell se arrastre para suplicar el propio dinero a crédito, para pagar lo que se debe y así tener una Generalitat más firme. Mientras tanto, se comienza a pagar a los proveedores directamente, descontándose lo de las transferencias. Desde Interior, con la filtración de informes del CNI, la vigilancia sistemática y la intimidación judicial. En primer plano, la lengua.
En este contexto, la plaza de Washington que ocupa Ponsatí es esencial. Georgetown es la universidad potente de la capital, concentra la inteligencia y la política, y mucha comedia: es un centro de poder. Es el prestigio, los fundamentos de su cartón-piedra, y la ciencia. Es donde se nota más que el adiestramiento que han recibido los altos funcionarios del Estado no es adecuado para mantener, hoy, un Estado unido a la occidental. Y es donde estudió el Príncipe de Girona.
Desde mi punto de vista, el momento clave de la Marca España es la conversación entre el profesor venezolano de business y el embajador Gil-Casares. Este resumen de la historia de España. Lo digo sobre todo porque ‘His Excellency’ Ramon Gil-Casares y Satrústegui es el mejor género que puede ofrecer ahora mismo la vieja Hispania. Y es prueba del extremo estado narcótico que sufrimos los catalanes desde hace siglos, adictos a la droga que nos han provisto los políticos y las élites. Nos iba tan bien porque, como todos los yonquis, colocados parece que tenenemos toda la razón, una razón cósmica, de ojos secos y temblor de labios. El tipo de razón que pide no moverse ni un milímetro. Hemos vivido en una inacabable conversación marihuanera al fresco, durante el crepúsculo de una cultura. La literatura y la música más honestas de estos años han sido explícitamente delirantes y austronáuticas. Es nuestra tradición.
Por este motivo no puede ser ninguna sorpresa que Ramón Gil-Casares naciera en Madrid, en 1953, ni que fuera hijo de un diplomático franquista. Dice que aprendió a leer en Tetuán, donde su padre, Antonio, estaba destinado. Gil-Casares senior tuvo una carrera bastante lucida mientras duró la dictadura. Además de ser cónsul en Tetuán y Berna, fue director de la escuela diplomática, representante permanente en la Organización de Estados Americanos de Washington y secretario de Estado de asuntos eclesiásticos con los dos últimos ministros de justicia de Franco. El 77 se presentó a senador de Alianza Popular por A Coruña. Consiguó 50 mil votos y se fue a casa. Hay noticias en el BOE de ascensos dentro del mundo diplomático, escalafones de sueldo, entiendo que canonjías. Cada trocito cuenta. Sobre todo quieren evitar un escándalo. Terminó en 1994, ‘bajo el manto de la Virgen del Pilar’, dice la esquela.
Con el franquismo pasa como con el nazismo, si lo pones en una frase su magnetismo anula los detalles. La gracia del actual Gil-Casares y de su padre, sin embargo, es la constante que representan. Puedes echar atrás y atrás y verás la historia brillar en su apellido. Si haces una foto fija en cualquier momento y miras a ambos lados de la familia verás que el núcleo social es permanente. En cierto sentido es un ejercicio inútil, demasiado denso. Estáqn por todas partes. Pero mirarlos es ilustrativo, ves la tramoya.
Puestos a ganar perspectiva, abróchense el cinturón, me voy a finales del siglo XVI y a principios del XVII. Partimos de dos personajes vinculados a la ciudad de Monforte, en el sureste de la provincia de Lugo: el cardenal Rodrigo de Castro Osorio y su sobrino, Pedro Fernández de Castro, VII Conde de Lemos. El primero es un Richelieu español, hijo de la condesa Beatriz ‘a fermosa’ (“De las carnes, el carnero/ De los pescados, el mero/ De las aves, la perdiz/ De las mugeres, la Beatriz”). Uno de los últimos grandes príncipes de la Iglesia. Fue miembro del Consejo de Estado de Felipe II, y jefe de la Inquisición española. También fue un mecenas y coleccionista de arte, y supuesto humanista y viajero, es decir, intelectual adaptado al régimen autocrático de Felipe II. En la última etapa de la vida, construyó el bellísimo colegio de la Virgen de la Antigua, comandado por Jesuitas, «el escorial gallego». Una institución académica muy potente durante siglos. Formadores de élites, la marca de los jesuitas.
Su sobrino, el conde Pedro Fernández de Castro es otra figura clave, otro hombre brillante que llegaría a lo más alto. Fue presidente del Consejo de Indias, Virrey de Nápoles, Presidente del Consejo Supremo de Italia, y al mismo tiempo, mecenas de Lope de Vega, de Góngora y Quevedo («Viva Vuestra Excelencia para honra de nuestra edad»). La segunda parte del Quijote está dedicada a él. En política, el conde gallego pasó la vida pidiéndole a Felipe IV que el Reino de Galicia tuviera voto en las Cortes, y no dependiera del representante de Zamora, ‘una humillación’. Pero tuvo que ver cómo el Conde-Duque de Olivares conspiraba contra él y frustraba la posibilidad de una Galicia tratada de igual a igual con los reinos castellanos. Olivares, primer ideólogo del centralismo, el hombre que provocó el levantamiento de los Segadors en 1640: el inicio de todo, la aparición del Estado moderno. Derrotado, después de haberlo sido todo, el Gran Conde de Lemos se retiró a su casa, en Monforte, donde se dedicó a la literatura y al estudio, bajo la sombra de la escuela fundada por su tío, el Cardenal.
Un siglo después de su muerte -mediando la guerra de sucesión- el centralismo borbónico ya es un hecho, también en Galicia. El despotismo, la culminación de la razón de Estado, la alianza con Francia, el antisajonisme. El delirio, el cruce de caminos donde se cometieron los peores errores, la moneda suspendida en el aire. Pero ya no quedan grandes cardenales o nobles locales que protagonicen fricciones con la corona. Hay, tan sólo, el boom de la patata, y con él, el crecimiento demográfico. Pero poco más. Se consolida la economía de los grandes propietarios de tierra y los agricultores que les pagan derechos de cultivo. Rentistas de aquí y de ultramar. Ancient Regime. La esclerosis avanza. Hace sólo 50 años de la guerra de sucesión, y la estabilidad está a punto de irse a tomar viento de nuevo. La revolución francesa impactará y vendrá el siglo XIX y todo volverá a pararse.
Pero la escuela del Cardenal de Monforte continúa a través del tiempo, a través de todo, incluso cuando expulsan a los jesuitas de España. Justamente en sus aulas, a principios del XIX, estudiarán dos niños bien, uno de apellido Fernández y el otro De Rodrigo, como el conde, como el cardenal. Serán amigos toda la vida. No conozco su origen concreto, pero ambos son de casa suficientemente buena como para ir a la universidad, ambos serán médicos y químicos, ambos hombres ilustrados y viajados, ambos catedráticos, ambos rectores de la Universidad de Santiago de Compostela, ambos hombres honrados por el Estado, ambos ligarán su familia con aristócratas y grandes empresarios de las Indias, ambos engendrarán una estirpe de científicos, militares y políticos.
Son el tatarabuelo y el tío tatarabuelo de Ramón Gil-Casares.
El tío tatarabuelo, Maximino Teijeiro Fernández (1827-1900) fue senador en nombre de la Universidad de Santiago, y miembro del partido Liberal. Su hermana, Juana Teijeiro, se casó con el otro niño bien de la escuela de Monforte, el tatarabuelo, Antonio Casares De Rodrigo (1812-1888). Este Antonio Casares es el genio. Renovador de la universidad y de los estudios de medicina, fue catedrático de Historia Natural, Filosofía, Farmacia, Química, y Medicina en diversas facultades. Hombre respetado y recibido en las grandes academias europeas, introductor de la anestesia en España y patriarca de la ciencia gallega. La lista de catedráticos e investigadores relevantes que provienen de él es interminable. Así como la presencia en los órganos que deciden la política científica y las becas para estudios en el extranjero, a las que se acogerán varios de sus descendientes. El año pasado se celebró el bicentenario de su nacimiento con exposiciones y actos solemnes. Las inauguró el actual rector de la USC que es, ¡oh sí!, Juan Casares Long, otro tataranieto, y etcétera.
Estos dos hombres son la aparición de una nueva clase en España. El fruto de unas gotitas de burguesía y grandes dosis de propietarios rurales en un cultivo de artistocràcia venida a menos. Son los estudiosos, los científicos. El contexto es siglo XIX, un siglo tumultuoso -tiene 9 jefes de Estado diferentes-, que pasa por todo tipo de gobiernos, formas de Estado, guerras civiles, revoluciones, quiebras, confiscación de los bienes de la Iglesia, golpes de Estado. Hay centralistas, federalistas, republicanos; hay liberales, conservadores, tradicionalistas, absolutistas, socialistas, anarquistas, y hay independentistas: hay de todo. Crisis financieras, crisis bancarias, crisis industriales, crisis de subsistencia. Es un inmenso e inacabable dolor de parto de la criatura incontinente que será el siglo XX. (A día de hoy no está claro que hayamos superado la fase anal).
A finales del XIX, pasado el fracasado intento de Delgado de colocar un occitano de Rey de España, Amadeu, y pasado el fracaso de la I República, la solución será un gran pacto en favor de la estabilidad: la Restauración de los Borbones. El regreso de Alfonso XII significará la consolidación de las verdaderas estructuras de estado, ADN de cualquier país del mundo, que se habían esforzado por encontrar su forma definitiva en España a lo largo del siglo. De esta época data la creación de carreras funcionariales modernas, incentivos de progreso dentro de las categorías profesionales públicas. La creación del mandarinato español que aún hoy nos gobierna es de esta época, en la que el 65% de la población era analfabeta. Registradores de la propiedad, letrados de las Cortes, abogados del Estado, notarios, procuradores, diplomáticos, y policía. Y catedráticos. Esta nueva clase social, cuando no viene directamente de la aristocracia, acaba accediendo a ella por la vía del matrimonio. El Estado y la aristocracia, así pues, fagocitan la emergente ciencia, los ilustrados, y los convierte en soldados con pluma. Asimismo, estos estudiosos serán grandes reformistas, participarán en política, avanzarán en la racionalización del proyecto centralista de los Borbones. El catalanismo como pactismo en realidad viene de este momento, de pura debilidad -por eso nos quiere hacer creer que es su origen político-, cuando es muy anterior.
Esta etapa se corresponde con la plenitud de Antonio Casares, el tatarabuelo. Su influencia será capital en la nueva clase, representa un patriarca. También literalmente: tuvo 12 hijos, savia nueva para el nuevo estado. Casares se desposó dos veces. Del matrimonio con la Tejeiro tuvo ocho hijos. Una niña, Valentina Casares, se casó con otro catedrático (física), Ramón Gil Villanueva, y de ahí salieron los Gil-Casares. Estamos en la segunda mitad del XIX. La segunda vez que Antonio Casares se casó lo hizo con Jesusa Gil Villanueva, la hermana de su propio yerno, con lo cual dio nombre una segunda saga, los Casares-Gil, que serían primos y tíos simultáneamente los Gil-Casares. Esto ya parece Cien años de soledad. De esta segunda rama saldrían José Casares Gil, también catedrático, también decano (de la facultad de farmacia de la Universidad de Barcelona), también senador (en nombre de la de Santiago), y autor de un memorable discurso inaugural en Barcelona en 1901 en la que denunciaba el deplorable estado de la ciencia en España. La Corona lo condecoró. También de esta línea es un hermano suyo, Antonio Casares Gil, un botánico de reputación europea, médico militar, luchó en la Guerra de Cuba -donde algunos parientes tenían negocios-, y terminó de General Sanitario del Ejército. Ambos tendrían mano en la Junta para la Ampliación de Estudios (JAE) que a través de regímenes y gobiernos sirvió por becar científicos para estudiar fuera, cátedras Príncipe de Asturias ‘avant la lèttre’. Tiene fama de ser el mejor de la ciencia española del momento, meritocracia y tal, pero varios miembros de la familia tuvieron su beca.
Pero nuestro embajador en Washington, Ramón, viene de la rama del primer matrimonio. De la boda entre la hija Valentina Casares y Ramón Gil Villanueva salieron tres personajes que cuentan con gran precisión dónde desembocó la fagocitación de la ciencia por el Estado: el caos del XX.
Felipe Gil-Casares, catedrático de derecho, fue Alcalde de Santiago de Compostela dos veces, primero en nombre de la dictadura de Primo de Rivera (1924), después en nombre de la derecha gallega (1930), diputado durante la república en nombre de la CEDA (1934), voluntario el 18 de julio del 36 a favor de los ‘sublevados’. Con la ‘liberación’de Galicia, lo nombraron Rector de la Universidad de Santiago (tradición familiar, ya van cuatro), desde la que quiso coordinar todos los catedráticos de la España nacional para enviar un mensaje a la comunidad internacional de apoyo a los sublevados.
Un segundo hermano se casó con una Armada, hermana del Marqués de Figueroa, importantísima casa noble moderna, que viene de la conquista del Perú. De este matrimonio saldrá la nueva línea del marquesado, dada la soltería del Marqués. Juan Gil de Araujo y Armada será el heredero del título.
Y el tercer hermano es Manuel Gil-Casares, el abuelo de nuestro embajador. De él se cuenta una anécdota que lo resume todo: gracias a las conexiones con el Marqués de Figueroa, consigue una audiencia con un jovencísimo Alfonso XIII, recién nombrado Rey y deseoso de mostrar carácter. Don Manuel es un joven catedrático de patología en Santiago, brillante, innovador, de mentalidad liberal, y le pide financiación para comprar un laboratorio de radiología. Una rareza. El Rey acepta. La ciencia como gracia del poder. Al poco, Don Manuel sustituirá su primo-tío como senador en nombre de la Universidad de Santiago (logró muchas cosas, tenía influencia).
Es el final, la decadencia de la Restauración borbónica. Vendrá la II República y la Guerra Civil, y todo aquel mundo del siglo XIX quedará sepultado, fundamento de nuestros problemas de ahora. El mandarinato, sin embargo, como la escuela de Monforte, sobrevivirá y tomará el control del Estado: un ‘Sí, ministro’ en la forma omnívora propia de los caciques del país. El franquismo se apoyó para controlar el Estado. El sistema de incentivos y oposiciones, que da altos poderes a quien los obtiene, consolidará la casta. Habrá transmisión por herencia, pero también será un ascensor social: si tienes las ideas adecuadas y eres estudioso puedes servir la nación. Este es el Madrid que los políticos catalanes no han entendido nunca. Ni los ciudadanos. Ni los periodistas. Yo todavía no lo entiendo. Es ‘el atado y bien atado’.
El hijo de Don Manuel, otro Antonio Gil-Casares, emparentado ahora con la banca, ya será un mandarín completo: hará la carrera diplomática nada más terminada la guerra, subiendo los escalafones. Su hijo, nuestro Ramón Gil-Casares le seguirá por todo el mundo y recibirá la mejor educación que un linaje así puede proveer. Vivirá en Tetuán y en Berna cuando lo destinan allí: aprenderá a leer. Volverá a Madrid cuando su padre dirige la escuela diplomática: son los años de la primaria y estudiará en el colegio del Pilar. Y también cuando envían el padre de observador de la OEA de Washington: lo matricularán en Saint John’s una escuela de la Salle, militarizada a principios del XX. Un gran lugar para pasar la época de las protestas en el Vietnam. De nuevo, como en Monforte, escuelas formadoras de élites.
El Pilar es tan famoso en Madrid que cada cuánto hay artículos en la prensa de la capital que se quejan. Si no eres un pilarista en las estructuras de Estado no eres nadie. Exalumnos célebres: Cebrián, Ansón, Rubalcaba, Solana, Wert, Lissavetzky, Juan Villalonga, Álvaro Marchesi (el cerebro de la LOGSE), Emilio Lamo de Espinosa (autor de la gran reforma universitaria de 1983) y José María Aznar, compañero de clase de Ramon Gil-Casares hasta los 14 años, cuando se marchó a Washington.
La Saint John’s también es una escuela de elites. Pero de más calidad y sin tanto nepotismo. Manías de los yanquis. Curiosamente, hasta finales del XIX, Saint Johns ofrecía cursos universitarios, pero el crecimiento de la también católica Georgetown les decidió a concentrarse en la secundaria. Luego los militarizaron. Y hace unos años, desmilitarizaron. Voces como las piezas del tetris caen en su lugar, ¿se borra una línea de la historia y la partida no acaba nunca?
Cuando el padre volvió a Madrid y lo hicieron secretario de Estado de asuntos eclesiásticos, se matriculó en derecho y filosofía: es un Gil-Casares, al fin. De los años de la dictadura se conserva una gran colección de noticias de sociedad, que se pueden consultar en la hemeroteca del ABC, donde aparecen otras bodas de la familia, mezclas con grandes familias comerciales o nobles, incluidos los Milans del Bosch, golpistas del 23-F. O noticias donde los Gil-Casares aparecen como testigos de similares pactos de Estado conyugales. Al final del franquismo, el joven Ramón, que nunca se ha casado ni ha tenido hijos, medio monje medio ninja, entró en la carrera diplomática, tan bien conectado como preparado para pasar oposiciones. Y comenzó la rueda por el mundo, el entrenamiento.
Primero Guinea Ecuatorial, en los 80. Es la época anterior al descubrimiento de petróleo, cuando España todavía daba apoyo explícito al dictador Obiang, sustituto del dictador postcolonial Macías. El Cola Cao, Copito de nieve, la madera. Aparte de todo lo que pasó antes del petróleo, después, en los años 90, cuando se descubrió el oro negro, la incompetencia de la política exterior española se volvió a poner de manifiesto. Un país de 400 mil habitantes, el tercer exportador de petróleo de África, controlado por un dictador sanguinario que mantiene relaciones preferentes con EEUU y Francia, a cambio de concesiones de extracción. Mira cómo han acabado las excolonias españolas en el mundo. España tiene migajas, en Guinea, y siempre me he preguntado por el interés de aquel viaje que Bono y Duran hicieron hace unos años a Malabo, la capital, insistiendo en tratar a Obiang como si fuera un jefe de estado normal, y no un tirano a la norcoreana. El francés, con todo, ya es lengua obligatoria en las escuelas del país, y el gobierno es de los americanos, mientras la prensa de ambos países publica reportajes sobre la vida pornográfica y lujuriosa de los hijos del sátrapa. Pero todo esto es muy posterior al entrenamiento que allí disfrutó Ramon Gil-Casares.
Después lo enviaron a Indonesia y Uruguay, y finalmente, a principios de los 90, de cónsul en NY. Menos de 40 años, figura emergente, eficiente mandarín, ideas claras. Cinco años allí, y entonces todo cambió para que todo siguiera igual. Aznar gana las elecciones de 1996 y forma equipo. Es un auténtico desconocido, cuando no una figura ridícula, en la arena internacional. En Cataluña siempre se ha dicho que Pujol le abrió muchas puertas en Europa por su prestigio, a raíz del Majestic, y por la necesidad de construir el euro (que al menos le quitó a España y a sus mandarines la política monetaria). Pero la realidad es que el Estado tenía sus propios técnicos para allanar el campo a través. Aznar llamó a Gil-Casares, hacía años que no se trataban, desde la escuela. En la primera entrevista, Aznar bromea sobre la calva de él -cara-Greco-, y la presidencial cabellera Pantene. Lo ficha como Jefe del Gabinete de Seguridad Exterior de Moncloa. Será el hombre en la sombra de toda la política internacional del presidente. El cambio de alianzas de España en favor del atlantismo, el discurso de la confrontación cultural, el proyecto del Gran Madrid financiero, Miami de la UE, capital de euro-Sudamérica.
La siguiente lesgislatura, bajo un Piqué ignorado por el mandarinato, Aznar lo nombra Secretario de Estado de Asuntos Exteriores. El verdadero sherpa. Si el 16 de marzo de 2003 hubiera existido el iPhone, Gil-Casares hubiera hecho la foto de las Azores personalmente. Afganistán, Irak: las dos carpetas que debía tener cada día sobre la mesa. El 11-M debía estar muy ocupado llamando a embajadores para transmitir la versión ofical del atentado. De esta época es una anécdota que él mismo explica: los Gil-Casares de cada Estado aliado se reunían periódicamente para cenar y socializar. Era la manera, dice Don Ramón, de construir canales de confianza y comunicación para que la necesidad de cada momento no se viera entorpecida por los canales oficiales, siempre tan hipercolesterolémicos. Mandarines de mandarines de mandarines. Cuando en 2004 Zapatero retiró las tropas de Irak, nada más aterrizar en Moncloa, imagino que Gil-Casares tendría un cabreo monumental. El PSOE lo castigó seis años como embajador en Sudáfrica. Seis años deben poner las cosas en perspectiva.
En los dos últimos años de Zapatero, el halcón fue enviado a Sudán. Es justo después del referéndum de independencia de Sudán del Sur, y tiene como misión pilotar los intereses españoles en el proceso de separación, que se culminó a los seis meses, y que aún arrastra conflicto. Sudán del Sur fue reconocido por España justamente con el nombramiento de Ramón Gil-Casares como primer embajador en el nuevo Estado. Ninguna relevancia, que se sepa. El caso tiene interés porque es el primer país africano con fronteras nuevas que nunca han sido fronteras coloniales. Muchos otros países africanos han cambiado de frontera o se han independendizado, pero los límites territoriales siempre han sido definidos por las rayitas hechas en los mapas por los colonizadores. La independencia de Sudán del Sur es un reconocimiento importante de la existencia de un pueblo, y puede acelerar otros procesos, como en Somalia. Eso sí, Sudán del Sur tiene petróleo, y aquí está el quid. La política internacional es un estado de guerra permanente, con pequeños intervalos de silencio para tirar el dado de la partida. Cuando Mariano Rajoy llegó a la presidencia, lo devolvió a primera división: embajador plenipotenciario en Washington DC, en el momento más delicado de la historia de España, si acaba bien (para nosotros).
El caso Guineano, la frontera moral del sudeste asiático, la playa de la Paloma en Uruguay, las libertades de NY, las guerras de Afganistán e Irak, la contemplación del nacimiento de un nuevo Estado para un viejo pueblo en Sudán y los consiguientes gestos de la comunidad internacional, no sé si han convertido a Gil-Casares en más abierto o en más cínico. Hay una gran distancia, y un giro de 180 grados, entre el caso Ponsatí y su tatarabuelo, el genio, el ilustrado, el reformador, el filósofo. Y a la vez una perfecta continuidad histórica. Toda esta energía gastada para acabar desprestigiando los pasillos, quizá con una copa de vino en la mano, delante de un profesor venezolano de business, a una catedrática de Georgetown. La ciencia es una gracia del poder, sobre todo quieren evitar un escándalo.
Esta es la calidad de la segunda restauración borbónica, la juancarlista, que nos hemos tragado sin protestar, mientras nuestros políticos nos daban lo que queríamos: la razón. La razón de creernos que si nos dejaran gobernar, ¡ay1, si nos dieran más poder, ¡ay1, si no fueran tan irracionales, ¡ay!, quizá España sería mejor. Necesitamos educarlos. La política es pedagogía, ¡ay!. Y una comisión para el intermediario. Y así, en treinta años, el proceso de consolidación de un Estado, los incentivos del mundo público, y de la aristocracia burocrática ha llegado a extremos nunca vistos en la península. Piense en el déficit fiscal: independientemente de los pactos entre políticos, y las mejoras del sistema de financiación, el déficit es constante. Estos números los arreglan los mandarines. Guardianes de la historia. Quizás éramos débiles, y no había nada que pelar, pero nos lo hemos dejado.
En una entrevista en el pasado febrero en el canal Diplomatic Connection, propiedad de un think tank que se dedica a poner en contacto diplomáticos de Washington y empresas multinacionales, el entrevistador preguntó a Ramón Gil-Casares sobre Cataluña. El contexto son los datos positivos sobre el futuro de España que el embajador ha ido desgranando en un perfecto inglés. Y con algunos toques de orgullo por el poder de la lengua española en EEUU: «Ya me gustaría que el español fuera oficial en todos los países del mundo». La Marca España. El entrevistador le dice, ‘quizás los catalanes no estarían tan entusiastas por el análisis, sobre todo después del referéndum independentista que han hecho’. Esta es la respuesta del embajador, la versión oficial del ministerio:
«No hubo ningún referéndum, hubo elecciones. Debido a la situación económica, había manifestaciones en todo momento contra las duras medidas del gobierno y la situación social del momento. En un determinado momento hubo esta gran manifestación, y algunos líderes entendieron que tal vez había llegado el momento… Quiero decir… Algunos de los líderes independentistas pensaron que este era el momento para hacer un referéndum. Así que convocaron nuevas elecciones cuando habían tenido unas sólo dos años atrás. Y permítame que le recuerde que dos años atrás el presidente de la región era un socialista, y no un independentista. Por tanto, en dos años no se crea un movimiento independentista así de grande, a no ser que pruebes de convencer a la gente de que estaremos mejor económicamente cuando nos vayamos. Y lo empaquetas y lo vendes con cuidado, y les dices que continuaremos en la UE, y que la relación con España será excelente, y que habrá nuevas inversiones en España, y que todo será ‘fine’. Pues incluso presentándose así, el líder que decidió convocar elecciones perdió. Aún es el presidente de la región, y pienso que todavía tiene la idea de convocar un referéndum, ahora dice que hará uno no vinculante. De nuevo, es hacer politiquería con la idea de…, básicamente, quiero decir.., y ésta es mi impresión personal, bien más que mi impresión, la… mi creencia, mi convicción personal: los catalanes son españoles. Han sido españoles desde no sé cuando, desde que España fue creada. Hay una cultura catalana, por supuesto, que es…
(El entrevistador interrumpe el monólogo): – …¡excelente!…
(El embajador continúa): …apreciada por muchos, si no todos los españoles. Quizás hay algunos que no, y bueno, todos tenemos amigos catalanes. Además, hay gente de una región que va a Cataluña y en la segunda generación se convierte en catalana. Y viceversa: hay catalanes que van a otra región, y a la segunda generación se convierte en extremeña. Así que…. Yo pienso que … No creo que todo cristalice en un movimiento independentista verdadero como ha ocurrido en otros países. Y pienso que es algo que pasará, y francamente si salimos adelante con la situación económica, y el año que viene empezamos a crear puestos de trabajo, y de repente ellos se dan cuenta de que las recetas y programas y proyectos del gobierno central de Madrid han sido buenos, el argumento que dice que ellos estarán mejor sin Madrid desaparecerá».
Es una pena que Clara Ponsatí no dijera eso en Al Jazeera, el embajador no hubiera procedido como lo ha hecho con el irrefrenable cabalgar de la Marca España. Quizá entonces no hubiese enviado a los comisarios políticos a todo acto, mesa redonda o conferencia donde se hablara de Cataluña, para, en el turno de preguntas, aportar la visión oficial, ésta que ha leído, ante la vergüenza ajena de académicos y diplomáticos extranjeros. La Marca. Incluso académicos especialistas en casos como el nuestro, como Alan Patten, de Princeton, teóricamente reacios a cualquier aspiración como la nuestra, empiezan a cambiar de opinión: «¡yo todo esto no lo sabía!».
El resultado es que el embajador, fuera de todo procedimiento, impidió que la profesora Ponsatí pudiera continuar un año más en la cátedra, como era normal que hiciera, dado el procedimiento, las bases de la beca y el entusiasmo de Georgetown. Cuando el caso saltó a la prensa, ya saben, el Ministerio de Cultura dijo que no había veto, que Ponsatí se podía volver a presentarse a la convocatoria para este año, si lo quería. Enseguida se vio que era mentira, pero los periódicos, sobre todo los que dependen de Endesa, compraron la historia. Es mentira porque no hay tiempo para hacer una convocatoria con las garantías que pide Georgetown, es mentira porque no se ha convocado, y es mentira porque Georgetown se niega a jugar el juego de represión política a la que los empuja el exembajador en Sudán del Sur. Finalmente, para cerrar el caso, hubo pregunta en las Cortes. Y a quien corresponde, al ministro de exteriores, Sr. Margallo. Su respuesta, transparente:
«No creo que una cátedra que lleva el nombre del Principado de Asturias haya de servir de base para alentar procesos secesionistas contrarios a la Constitución. Y, por supuesto, mientras yo sea ministro no pasará en ninguna embajada española…»
Si el Secretario de Estado Americano censurara públicamente a un catedrático Fullbright en el extranjero por ser antiimperialista estadounidense, debería dimitir, claro. Manías de los yanquis. En el curso 2013-2014, la cátedra Príncipe de Asturias de la Universidad de Georgetown quedará desierta. La Marca España. Quizás, a última hora, me colocarán un investigador del Instituto Elcano, encargado de vigilar su evolución. Los diputados populares, para la historia, aplaudieron fervorosamente al Ministro de Exteriores. Los diputados socialistas callaron, como lo ha hecho toda la izquierda en un caso tan flagrante como normal en España. La conclusión es sencilla: esta es la tendencia, y no viene de ahora. El mejor género que nos puede ofrecer España, la España que salvó el ruido del XIX con estatismo, la que fagocita sus mejores cerebros, la de la mejor escuela y genética, la culta, la entrenada, la eterna, el destilado de la historia, los Ramones Gil-Casares, acaba siempre con una reacción vez despiadada y grosera.
La semana pasada entrevisté a Clara Ponsatí por este artículo, vía Skype. De fondo, las estanterías vacías de su despacho en Georgetown, ella llenando cajas. No del todo vacías, pero: el estante de arriba estaba lleno de unos libros voluminosos, de lomo azul y letras doradas, parecía una enciclopedia. Son treinta volúmenes, todos iguales, edición de lujo, llena de detalles, de la memoria de 10 años de la Cátedra Príncipe de Asturias (y Girona). La Fundación Endesa la editó, y envió decenas a Georgetown, donde, como no saben qué jodernos, le pidieron a Clara Ponsatí si podían aparcarlas en el despacho del catedrático de turno. Es lo único que queda mientras lees este artículo.
Al tataranieto de Antonio Casares te lo tienes que imaginar en una recepción, con una copa de vino en la mano y un trozo de queso en los dedos. Se detiene a hablar con un profesor de business venezolano, y encuentra oportuno censurar, frente a él, a una profesora disidente. En Georgetown ‘os han colado una independentista’. El problema, ya se ve, no es la marca. Lo digo en beneficio del diálogo: no somos libres porque no queremos.