Sobre un destino dudoso, 1

Hace más de una docena de años la redacción de L’Avenç me pidió unas hojas a modo de introducción a los cinco trabajos que componían una especie de dossier sobre el País Valenciano y al ponerme a escribirlos me vino a la memoria el título del último artículo de una recopilación mía de dos años antes: Sobre un destino dudoso. Releyéndolo, veía entonces y veo ahora que algunas de las ideas de fondo de aquel artículo y de muchos otros de la colección –Sin música ni patria – y de la mayor parte de los papeles concentrados o dispersos a lo largo de los años he ido publicando sobre el tema, son las mismas ideas que de una manera u otra, y a menudo expresamente, compartían los autores de aquel dossier de L’Avenç. Lo que me hace sentir especialmente cómodo, aunque muy a menudo mi manera de expresarme, en libros o en artículos de prensa, haya sido poco académica y más bien irritada y directa. Por ejemplo en frases como éstas, de dicho artículo, dedicadas a «la casta de gente» que nos gobierna en el País Valenciano (o nos ha gobernado), o que condiciona las acciones de gobierno: «Es una casta de gente en general dudosa en cuanto al nombre de ‘valencianos’ que gastan -unos no lo son, otros lo son con histeria, la mayor parte ni les interesa lo que significa tal cosa-, perfectamente españoles de alma, corazón y principios… No se creen su país como país, este es el secreto». Pienso, en efecto, que este es el secreto, o uno de los secretos: que los sectores dirigentes de la sociedad valenciana, quienes han tenido y tienen el poder -todos los poderes: el económico, el político y los otros- hace algunos siglos que no se creen su país. Se creen otro. Los aristócratas más o menos botiflers del siglo XVIII, los burgueses liberales o conservadores del XIX, los blasquistas y los socialistas del XX, la derecha de ahora mismo, no importa. En algunos de los trabajos de ese dossier esta idea es clarísima, aplicada en el siglo XX y a los años más inmediatamente contemporáneos. «La síntesis popular-ilustrada del blasquismo, por muy meritoria que fuera, no puede considerarse valenciana sino española», afirmaba Ramiro Reig. Y para los años más recientes, «es difícil discernir el diagnóstico sobre el País Valenciano que pueda haber diferenciado la visión del PSPV-PSOE del conjunto de objetivos de la política socialista en España», nos recordaba muy oportunamente Adolf Beltran. Hace muchos años que creo en la importancia crucial de las actitudes y las ideologías -y de la acción política que se deriva-, como explicación de fondo de muchos fenómenos que no son reducibles simplemente a los movimientos de la economía o a lo que vagamente se llama estructura social.

Pues bien, la ideología nacional de las fuerzas políticas que han jugado un papel decisivo en la historia valenciana del siglo XX (y en estos primeros años del XXI) es la ideología nacional española: en la «síntesis popular ilustrada» (pero poco) del blasquismo urbano, o en la visión del «estado modernizador» de los socialistas. Por no hablar de la burguesía más tradicional (¡ahora que los historiadores han aclarado, por fin, que los valencianos también hemos tenido burguesía!), Y de las derechas de antes, durante y después del franquismo. Pero en Valencia si algún movimiento más o menos «de masas» ha tenido pretensiones progresistas, ha sido el republicanismo, blasquista o no, durante la primera mitad del siglo pasado, y el «socialismo» electoral y de gobierno durante gran parte de su último cuarto. El resto, o son reacciones o son fenómenos, incluido el nuevo nacionalismo a partir de los años sesenta, al margen del juego político central y los partidos gobernantes. Entonces, el destino dudoso de este país a lo largo de todo el siglo, no era un camino, o un final, determinado necesariamente por la historia, la geografía, la economía o la lengua y la cultura. Era el destino que le han marcado los sucesivos gestores de los recursos-de todos los recursos- que se derivan del poder. Un destino de simple región española, de Levante, de cultura castellana, un destino de inexistencia y de disolución. Un destino que ha acabado en una incierta «Comunidad» casi sin nombre. No era una necesidad histórica, ni el efecto inevitable de una estructura económica o de una concreta estructura social: era un proyecto, es decir el resultado de una ideología nacional. Está claro que las condiciones históricas (la «historia real», tal como ha ido) y la sociología y la economía tienen mucho que ver, en la asunción de un proyecto o de un «destino». Pero el poder de la ideología es un factor decisivo. O la ideología del poder. Del poder español, que es el único en nombre y en virtud del cual se ha hecho aquí política.

 

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