De Nuremberg a Corleone

En los cuarenta días transcurridos desde el Once de Septiembre pasado, los adversarios de la aspiración soberanista que allí se expresó han formulado muchos más insultos que argumentos, muchas más descalificaciones que ideas, muchas más amenazas que propuestas: la Guardia Civil, el Código Penal, la prisión… juiciosamente, la inmensa mayoría del nacionalismo catalán no ha caído en las provocaciones ni se ha entregado al intercambio de improperios. Con todo, algunas de las cosas que el españolismo ha dicho en estas últimas semanas son tan grandes y tan graves que quizás tampoco sería bueno pasarlas en silencio y dejarlas sin respuesta. Les pondré tres ejemplos, no recogidos en la barra de un bar, sino provenientes de instituciones o personas supuestamente ilustradas y con alta capacidad de análisis.

 

En una nota editorial de su último boletín, la FAES, la fábrica de ideas del PP presidida por José María Aznar, acusa al gobierno de la Generalitat y el nacionalismo catalán de «vivir contra la verdad», de «inmadurez moral», de tener «un comportamiento pueril sublimado en impostado hecho nacional», y define la demanda de independencia como «un rastro del Antiguo Régimen». Se ve que, según algún evangelio apócrifo, defender la unidad de España es alinearse con la verdad y el bien, mientras que defender la independencia de Cataluña es hacerlo con la mentira y el mal. ¡Y, encima, los que 76 años después todavía no han encontrado el momento de condenar la sublevación franquista de 1936 y la dictadura subsiguiente, nos acusan de querer volver a la Edad Media…!

 

El segundo ejemplo apareció en forma de artículo («Cataluña, democracia aclamativa») en el diario El País del día 4, firmado por el catedrático Antonio Elorza Domínguez. Madrileño de origen vasco, militante comunista, después simpatizante del Partido Socialista de Euskadi y ahora próximo a Unión Progreso y Democracia (UPyD), el mismo Elorza que ha participado en actos electorales de Patxi López y de Rosa Díez cargaba, en ese artículo, contra los intelectuales que han apoyado a Artur Mas.

 

Pero sobre todo, disfrazando sus fobias, sus obsesiones enfermizas, de autoridad académica, atribuía al proceso político iniciado en Cataluña desde el 11-S un carácter totalitario, comparaba la bandera colectiva del Camp Nou el día del clásico con los congresos del Partido Nazi en Nuremberg, acusaba al presidente Mas de querer liquidar «el pluralismo y la vida democrática», de pretender la «nacionalización forzosa», de desear que las próximas elecciones no reflejen «una composición política plural»… Y todo ésto, ¿cómo? Pues mediante «el monopolio del espacio público y de la comunicación». Quizás habría invitar al señor Elorza a pasar unos días en Barcelona, a ir al quiosco, a recorrer el dial radiofónico y a hacer zapping televisivo para que verificara a qué distancia sideral estamos de cualquier monopolio. Pero no vale la pena: él no consentiría que la realidad le estropeara sus firmes prejuicios.

 

El tercer y último ejemplo corresponde a otro catedrático, el señor Francesc de Carreras Serra. Hijo del prohombre y colaborador del régimen franquista Narcís de Carreras y Guiteras, comunista de casa buena en su juventud, Francesc de Carreras se mantuvo en el corazón del sistema institucional catalán durante casi dos décadas (fue miembro del Consejo Consultivo de la Generalitat entre 1981 y 1998, primero a propuesta del PSUC y luego del PSC). Entonces, sin embargo, puso rumbo hacia el españolismo, impulsó de manera destacada el Foro Babel y se convirtió en uno de los arquitectos, probablemente hasta hoy el principal ‘maître á penser’, del nuevo partido Ciutadans. Por cierto, que quien quiera saber más sobre el papel de De Carreras en el nacimiento y en las crisis internas de Ciutadans debería leer el libro reciente de María Teresa Giménez Barbat, ‘Citileaks. Los españolistas de la Plaza Real’ (Málaga, Sepha, 2012).

 

Comprensiblemente excitado por el cariz que ha tomado la política catalana, el constitucionalista De Carreras ha aprovechado todas sus columnas de opinión (se ve que ser el ideólogo de un partido y ejercer de analista independiente no le plantea ninguna contradicción) para censurar a Artur Mas, Convergencia y el nacionalismo catalán en general. Pero el día 12, mientras asistía a la concentración unionista de la plaza de Catalunya, dio un paso más, y declaró: «Queremos una Cataluña unida a España, porque una Catalunya independiente sería algo como Sicilia, un lugar donde hay vendetta, corrupción y gangsterismo» (sic).

 

¿Por alguna razón biológica, señor De Carreras? ¿Los catalanes somos un pueblo de chorizos que sólo nos contenemos bajo la vigilancia española? Sí, Fèlix Millet robaba todo entonando Els segadors, al igual que los políticos valencianos del caso Gürtel manga cantando el ‘Para ofrendar Nuevas glorias a España’, y los andaluces del caso ERE recitando aquello de «¡Andaluces, levantáos!», y Amedo y Domínguez mientras decían que luchaban contra el separatismo vasco…

 

En fin, felicitémonos: con adversarios de este rigor intelectual, la batalla puede que no pinte tan mal.

 

 

http://www.ara.cat/premium/opinio/Nuremberg-Corleone_0_796120419.html