Desde que el 22 de agosto de 1512 fuera tomada por las tropas españolas del duque de Alba, Estella se había mantenido en una engañosa tranquilidad, puesto que la fortaleza de la ciudad seguía en manos navarras, y la población tan solo esperaba una oportunidad para sublevarse. Los ocupantes eran conscientes de esa inestabilidad, y por ello acantonaron en la ciudad una fuerte guarnición, para mantenerla sujeta y vigilada. La ocasión esperada por los legitimistas se presentó por fin la primera semana de octubre. Como vimos la semana pasada, el día 30 de septiembre de 1512 el rey Juan III de Navarra había anunciado, desde Donapaleu, su intención de recuperar el reino por la fuerza de las armas, y aquella misiva había espoleado al mariscal Pedro, retenido en Logroño, para huir a Baja Navarra y ponerse a las órdenes de su rey. Fernando el Falsario, que había entrado con su séquito en Tudela el día 4 de octubre, recibiría furioso la noticia de la fuga de su valioso rehén. El mariscal, además, había llamado a sublevarse a los navarros y, como recuerda Peio Monteano, a su orden se levantaron castillos como los de Tafalla, Miranda, Santacara, San Martín de Unx, Salinas de Oro, Murillo el Fruto, Cábrega y Deio.
Este llamamiento tuvo especial relevancia en Estella, donde la población salió a las calles el 5 de octubre, armándose con lo que pudo y poniendo en fuga a la guarnición ocupante. Por desgracia, la sublevación estellesa careció de los necesarios apoyos externos, puesto que el contraataque del rey Juan III se estaba organizando con demasiada lentitud. La ciudad volvió a ser sitiada por una tropa de tres mil hombres, y Estella cayó de nuevo en manos españolas el día 9 de octubre, sufriendo a continuación un concienzudo saqueo, en el que ardieron incluso los documentos de su antiguo archivo. El castillo de la ciudad aguantaría el asedio hasta el día 30 de octubre, pero terminaría sufriendo idéntica suerte. Luis de Correa, el cronista español del siglo XVI otras veces mencionado en esta serie, pone mucho cuidado en no relatar el carácter popular de la sublevación de Estella, pero sí que menciona de manera expresa las coacciones a las que fue sometida la población, obligada a trabajar en los campos, y el destierro al que fueron condenados los más activos legitimistas, a quienes el ex-soldado español califica eufemísticamente como «hombres bulliciosos y escandalosos».
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