EL quinto centenario de la invasión española de 1512 nos ofrece una maravillosa oportunidad para una reflexión colectiva en torno a nuestra trayectoria histórica, sobre la genealogía del presente y acerca de los relatos que unos y otros han y hemos elaborado sobre lo sucedido.
Unos hechos que sólo son comprensibles en una lógica espacial y temporal que va más allá de la fecha de 1512 y del escenario de los Pirineos Occidentales. El ataque armado de hace 500 años formaba parte de la estrategia expansionista de un sujeto político nuevo que se llamaba a sí mismo (los documentos son muy tozudos, mal que les pese a algunos) España y constituía una prolongación de las viejas aspiraciones imperialistas de las coronas de Castilla y Aragón. Un sujeto que pugnaba con el reino de Francia, en una batalla que tuvo un escenario primordial en lo que hoy llamamos Italia. Esa disputa, en la que el Vaticano se comportó como decidido y determinante aliado de los españoles, es el contexto en el que se lleva a cabo, -con la excusa religiosa, no lo olvidemos- la invasión de 1512.
Llovía sobre mojado, porque el reino de Navarra llevaba mucho tiempo en el punto de mira de los expansionismos castellano y aragonés. La conquista de 1512, presentada de modo interesado por la propaganda de los conquistadores como la caída de un reino en agonía, sólo es comprensible como respuesta al proyecto de consolidación del Estado navarro tras la derrota de la quinta-columna beamontesa en 1507. Navarra no se desmoronaba en 1512, sino que levantaba cabeza tras unos tiempos muy difíciles y la conquista fue una forma drástica de cortarle las alas.
Al recordar 1512 estamos haciendo referencia en realidad a una serie de hechos que ni comienzan ese año ni terminan con él. De ahí que sea más conveniente ver la conquista como un proceso prolongado en el tiempo, con implicaciones en la trama política europea y marcado por antecedentes que venían de mucho tiempo atrás.
Esto nos invita a pensar en otras fechas muy importantes en este proceso de conquista, como las revueltas de 1516, 1521…, la represión continuada o los esfuerzos políticos en el plano diplomático para revertir de modo no cruento la situación creada por la conquista. Esos intentos fueron numerosos y en ellos, más allá de la cortesía acostumbrada, se puso de manifiesto por parte de los conquistadores la voluntad de cerrar las puertas a cualquier solución política negociada.
Si en el momento de la invasión hubo alguna duda sobre la voluntad de los españoles, no tardaron en disiparse, habían venido para quedarse, más exactamente, para quedarse aquí y para quedarse con Navarra. Hubo, es sabido, algunos escrúpulos de conciencia y una gran debilidad argumental para justificar tal acto de rapiña, pero eso fue todo. Las armas decidieron el destino de Navarra y de nada sirvió apelar a la palabra o las razones. La razón de la fuerza trituró la fuerza de la razón.
¿Sólo entonces? ¿Ha quedado atrás todo aquello? Una larga historia, sin duda…
http://www.noticiasdenavarra.com/2012/04/22/ocio-y-cultura/cultura/una-larga-historia