La cohesión, de pretexto a ambición


La cohesión social de los catalanes suele ser el gran argumento para mantener el motor de la emancipación nacional al ralentí. Unas veces es una excusa para no mirar el futuro de frente, otras suele ser al amparo de intereses poco confesables y, sobre todo, también es la expresión honesta del temor razonable de no llevar al país a un fracaso que podría ser letal. He hablado en varias ocasiones («La falacia de la cohesión social», ARA, 6 de febrero de 2011), con la intención de poner en cuestión la idea de una supuesta fragmentación entre catalanes que, en todo caso, no creo que siga exactamente la grieta que se suele dar por descontada. Ahora bien, en un proceso de tanta tensión política como lo que representará la próxima independización de Cataluña, es indiscutible que alcanzar la mayoría social necesaria para dar el salto de forma netamente democrática exigirá pasar con éxito un momento de gran presión social.

Aunque no creo que los catalanes estemos socialmente más fragmentados que cualquier otra sociedad compleja y avanzada, es cierto que estas sociedades nacionales, en general, no son puestas a prueba cada día por procesos que exijan tanta (auto)determinación. Sabemos que Québec ya ha vivido este tipo de dificultades en unas condiciones más favorables que las nuestras, y de momento no se ha solucionado. Y Escocia, que no ha tenido procesos migratorios de la magnitud de los catalanes como para sospechar rupturas sociales de las que aquí se temen, y pese a contar con la mayoría absoluta del independentista SNP actualmente en el gobierno, aunque tiene lejos la mayoría necesaria para dar el paso. Ya veremos quién será el primero de los tres, pero tal como están las cosas, estoy seguro que no seremos los últimos.

Así pues, si bien sigo sosteniendo que la cuestión de la cohesión en ningún caso puede ser un pretexto para prohibirnos nada, sí creo que debe ser un objetivo fundamental para conseguir un máximo de unidad nacional política y social, tal vez transitorio, hasta dar el salto necesario y definitivo. De la misma manera que hay que tomar impulso para saltar un arroyo y luego seguir caminando como si nada, el paso hacia la independencia también exigirá un momento de gran tensión muscular previa y coordinada para, después, volver a relajarse. En este sentido, y sólo en éste, sí que hay que ir pensando en el momento decisivo e ir preparando al país para que esté en condiciones cuando sea necesario.

Visto así, la cohesión social deja de ser un punto de partida -y una excusa- para pasar a ser un punto de llegada, un desafío. Es decir, ya no es el freno, sino el horizonte. Y ya no es la nostalgia de un estado permanente imposible, sino la esperanza de llegar al momento de alta vibración que debe acompañar a la ruptura necesaria para alcanzar la emancipación nacional tan largamente esperada. Ahora que es tan habitual comparar el liderazgo deportivo de éxito con el que hay que aplicar en otros campos sociales, también podríamos decir que no se vive con la misma intensidad el partido de Liga de cada semana como una final de la Copa de Campeones, cuya victoria exige poner en la máxima tensión no sólo a los jugadores sino a toda la afición. Me interesa mucho, pues, señalar el carácter de la cohesión social entendida como objetivo político y, sobre todo, insistir en la transitoriedad de un estado colectivo que, de ninguna manera, no podría ni debería ser indefinido.

La otra consecuencia de este cambio de perspectiva es que la cohesión a la que habrá que llegar en el momento elegido necesita proyecto y liderazgo desde ahora mismo. No hablo sólo de liderazgos políticos, aunque serán fundamentales. Hablo también de liderazgos civiles, de liderazgos ideológicos y de liderazgos emocionales. Habrá de contribuir desde el fútbol hasta los poetas, desde la intelectualidad a los cocineros, de los músicos a las academias científicas. Esto significa que el tipo de cohesión de que hablo, la cohesión que exige un salto hacia la independencia, no es la de una gran unanimidad partidista, ni se puede conseguir con la guía de una sola figura mesiánica, ni se ha de imaginar desde un unitarismo simplificador. De ninguna manera. Nos haría ser una sociedad rara y enferma. No: al día siguiente de la independencia, para ir bien, tendremos que relajarnos y volver a ser la sociedad dividida y compleja, ajetreada e individualista que siempre hemos sido y como es cualquiera de las sociedades a las que nos queremos comparar.

No sé si de este estado de unidad necesaria para alcanzar una victoria democrática en favor de la independencia se ha de decir exactamente «cohesión social». Sería más claro decir su unidad nacional. Pero, se diga como se diga, de lo que estamos hablando es de ambición y dignidad nacional, que es el mayor desafío imaginable de cualquier sociedad.

 

ARA