Que el contenido de algunas entradas del Diccionario Biográfico Español, editado por la Real Academia de la Historia (RAH), haya suscitado sorpresa y escándalo solo puede obedecer a dos causas: ignorancia o hipocresía. En el caso del Gobierno central, del ministro Gabilondo y de la ministra González Sinde, tiene que tratarse de hipocresía, porque sería mucho peor suponerles en la inopia sobre qué representa y en manos de quién está esa RAH a la que cada año dotan generosamente con dineros públicos, sobre qué resultado cabía esperar si se confiaba a un franquista acérrimo como Luis Suárez Fernández la entrada correspondiente a su admirado Caudillo. En cambio, es natural que la ciudadanía en general y los medios de comunicación en particular estén atónitos, porque desconocen la composición y la trayectoria de aquel docto sanedrín. Tratemos de explicárselas brevemente.
Creada por Felipe V -hay paternidades que dejan una impronta imborrable-, la Real Academia de la Historia se fue erigiendo, a lo largo de los siglos XIX y XX, en el baluarte del oficialismo historiográfico más conservador y nacionalista español, una tendencia que no hizo sino fortalecerse bajo el franquismo y que, con levísimos matices, se mantiene hasta hoy. Dado que son los académicos en activo quienes incorporan a nuevos miembros por cooptación, resulta inimaginable que historiadores del prestigio y de la obra de Santos Juliá, Josep Fontana, Ángel Viñas y Borja de Riquer -por poner unos ejemplos de contemporaneístas- alcancen nunca un sillón en la RAH.
Esta, pues, ha permanecido casi impermeable a los cambios políticos y sociales acaecidos desde 1977, y absolutamente refractaria a la realidad jurídica del Estado autonómico y a su carácter pluriidentitario. ¿Ejemplos? Entre los 36 académicos numerarios actuales, el único catalán es el venerable arabista Juan Vernet; y cuando digo catalán me refiero no tanto a la partida de nacimiento, ni siquiera a la lengua de trabajo, sino al centro de gravedad de sus investigaciones. Sin embargo, forman parte del ilustre elenco dos marqueses y un conde duque, así como el antiguo cardenal primado Cañizares (aquel que, durante el debate del Estatuto, organizaba rogativas por la unidad de España), el banquero Sánchez Asiaín, etcétera. Sin duda, una muestra muy representativa de la profesión historiográfica española en 2011…
Estos caballeros -el número de señoras es de 3 sobre 36- no han disimulado nunca que sus concepciones ideológicas se sitúan a la derecha de las de la FAES o las de «la tercera» de Abc. Por algo en 1998 dieron a luz un volumen antológico de la ramplonería patriotera titulado España: reflexiones sobre el ser de España. Por algo en junio de 2000 publicaron -tal vez algunos de ustedes lo recuerden- un Informe sobre los textos y cursos de historia en los centros de enseñanza media, en el que se acusaba sin ninguna prueba a las comunidades autónomas de estimular en las aulas «el racismo y la xenofobia», «la tergiversación y el enfrentamiento».
Por algo, aquel mismo octubre y en otro impagable volumen oficial de la institución (España como nación), el académico José Alcalá-Zamora y Queipo de Llano arremetía contra «quienes sueñan con la construcción de estadículos ibéricos independientes, (…) amparando o arraigando tan anacrónicos proyectos en la ignorancia, la insolidaridad, la violencia juvenil, la atracción de lo quimérico, las ambiciones personales, el aplauso de la clientela o la codicia». Y añadía: «declaro mi desprecio y mi rechazo absoluto para semejante carnaval de insensateces, absurdos, mitos infantiloides, conductas xenofóbicas, intimidaciones, mafias de poder, negocios muy poco claros… y crímenes cobardes».
Cuando soflamas ultraderechistas de este jaez se hicieron públicas, apenas nadie chistó fuera de Cataluña. Ahora, por fin, ha estallado el escándalo. En buena hora. Pero sería juicioso no circunscribirlo ni a la apología de Franco ni al Diccionario Biográfico en su conjunto, porque el verdadero problema es que, tras casi siete lustros de democracia, la RAH siga siendo un búnker; de lujo, pero un búnker.