Las revoluciones científicas y filosóficas han ampliado constantemente el conocimiento que tenemos del mundo y de la forma que tenemos de conocerlo. Pero cada una de estas revoluciones epistemológicas también nos ha ampliado enormemente la lista de aquello que ignoramos, de aquello que antes ni siquiera nos planteábamos. Así, hoy sabemos muchas más cosas sobre el universo de lo que sabíamos hace sólo 25 años, pero lo ignoramos casi todo de fenómenos que ahora son nuevos y fascinantes como la materia y la energía oscuras, la falta del tratamiento cuántico de la gravedad por parte del modelo estándar de las partículas elementales, o si, incluso, sería mejor hablar de un conjunto plural de universos (multiversos) en lugar de un único universo. Cada paso en el conocimiento aumenta al mismo tiempo tanto la profundidad de nuestras ideas como la lista de nuestras ignorancias.
Son las ignorancias basadas en el conocimiento previo. Las ignorancias sabias.
La teoría de la relatividad general de Einstein (1915) llegó diez años después de la suya más conocida (y fácil) teoría de la relatividad especial, la cual no incorporaba todavía la gravedad. Einstein relata cómo la “idea más feliz” de su vida fue la de entender que la gravedad no era una fuerza, sino aceleración (principio de equivalencia). Pensar la gravedad era pensar el movimiento acelerado. Eso es fácil de decir, pero el salto conceptual que implicó es enorme. Por ejemplo, la nueva teoría nos dice que la gravedad hace que el tiempo se dilate, o que la forma del espacio-tiempo está condicionada por su contenido (materia y energía), cosa que al mismo tiempo hace que sea imposible que se trate de una realidad estática -en contra de lo que se había presupuesto durante siglos y que perturbó intelectualmente al mismo Einstein-. De hecho, las revoluciones científicas acostumbran a venir por cambios conceptuales (más que por cambios en los resultados experimentales), por cambios en los entramados conceptuales de los lenguajes científicos. A veces, para pensar mejor, es necesario librarse de los límites de las concepciones anteriores, que cambiemos los lenguajes con los que miramos el mundo. “Miramos con la boca”, decían los surrealistas.
Por otra parte, sabemos que nuestro cerebro es un producto macroscópico de la evolución de la vida en el planeta. Y nuestras ideas científicas, filosóficas y cotidianas así lo reflejan. Eso hace que haya temas que nos cuesta pensar. El gran cambio conceptual que ha representado la física cuántica -la teoría física fundamental del mundo de las partículas elementales- revoluciona nuestros cerebros: se nos hace difícil hacernos una idea intuitiva de los conceptos de la teoría. “Pienso que puedo decir en confianza -decía irónicamente el reconocido físico Richard Feynman- que nadie entiende la mecánica cuántica”.
Este tipo de cambios conceptuales resulta también adecuado en el mundo de las concepciones políticas y sociales. Limitándonos al análisis de las democracias actuales, resulta obvio que no son realidades estáticas. Sin embargo, los conceptos que usamos para analizarlas están mucho más fijos que la realidad a que dicen referirse. Aunque históricamente se trata de los sistemas políticos más emancipadores, hay por lo menos tres fenómenos actuales a los que estos sistemas no dan respuestas adecuadas: las relaciones entre gobernantes y gobernados tras la revolución de las nuevas tecnologías; el significado, hoy por hoy casi inexistente, de la democracia en el mundo internacional (y con respecto a las grandes corporaciones económicas); y los derechos, los marcos institucionales, el reconocimiento y los autogobiernos en democracias plurinacionales o multiétnicas. Las democracias existentes arrastran hoy unas cuantas ignorancias prácticas.
Eso hace que convenga cambiar ciertas gafas mentales y revisar el significado y contenido de algunos conceptos básicos de las teorías políticas clásicas. Es el caso de conceptos como representación, participación; Estado de derecho; pluralismo, federalismo, autodeterminación, derechos individuales y derechos colectivos; soberanía popular, etcétera. De hecho, el significado y contenido tradicionales de estos conceptos fueron formulados en sociedades mucho más homogéneas, jerárquicas y sencillas que las sociedades actuales. Unas sociedades, además, cuyas fronteras políticas actuales fueron establecidas en muchos casos a través de guerras, anexiones, genocidios, etcétera, unas prácticas muy alejadas de los valores y principios democráticos.
Se trata de conceptos y prácticas institucionales que la teoría política liberal-democrática y constitucional de las dos últimas décadas está revisando, rompiendo con las interpretaciones tradicionales de carácter estrictamente individualista y estatalista que se han convertido en obsoletas en contextos crecientemente pluralistas y globalizados. También aquí se nos hace más difícil pensar en conceptos más complejos y matizados. Pero se trata de una revisión necesaria para adaptar los conceptos políticos a unas realidades que se han convertido en más diversas y más dinámicas. Una revisión que tiene consecuencias prácticas sobre la participación política, los derechos de las minorías, la responsabilidad de los gobernantes o la vinculación de los agentes económicos a las reglas democráticas. La conclusión genérica es que hay mucho camino todavía por hacer hacia un refinamiento teórico e institucional de las democracias actuales y del mundo internacional. Pero para hacerlo, hay que saber con precisión nuestras ignorancias sabias actuales.
Ferran Requejo, catedrático de Ciencia Política en la UPF, autor de ´Political liberalism and plurinational democracies´, Routledge, 2011