O independencia o desaparición de la catalanidad de Catalunya». Son palabras de Jordi Pujol, ex presidente de la Generalitat, el 29 de marzo, en una conferencia en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. Añadió que «el independentismo se extiende como una mancha de aceite». El domingo, 10 de abril, cerró Barcelona, con el 23% de participación, la serie de consultas a los catalanes, la 501, sobre la independencia. De la escasa participación -pues la consulta no era vinculante-, la barrida del Sí fue notable. Las figuras de CDC, el partido de Pujol y del actual presidente, Artur Mas, apoyaron y votaron esta consulta soberanista.
Las razones que apoyaron la rotunda afirmación de Pujol -lo económico no podía faltar- me interesan, pero no soy quién para calibrarlas. Más de un vasco ha podido transferir, al menos como pregunta, la alternativa de Pujol al País Vasco en la complejidad cultural y política del Zazpiak Bat. Recientemente (5.2.11), describí en estas páginas la Euskal Izaera, la identidad vasca, cuando en realidad estampaba parte al menos de la mía.
Por pequeños indicios debí de expresar lo que más de uno y dos sienten y viven. Pero hay muchas maneras de sentirse y ser vasco. Sin duda. No basta, a mi juicio, residir en el País Vasco, aunque eso pueda dar derecho a voto y a la «condición política de vasco». Cierta identidad vasca, «lo vasco», ha podido conservarse a través de siglos y milenios en la conciencia más o menos explícita de los vascos. ¿Da esto garantía de perpetuidad o es también aquí verdad: «o independencia o desaparecer»?
Por una parte, estoy hecho a la desaparición de pueblos. Invertí muchas horas en el aprendizaje de lenguas e historias de pueblos que fueron absorbidos o exterminados por otros. Sumer y Akkad no tienen nada que ver en el Irak de hoy. Mubarak ha podido ser un pequeño faraón. Sin embargo, ni los beduinos del desierto profundo conservan rastro alguno de los que tallaron o pintaron los jeroglíficos en templos y pirámides. Por otra parte, no soy tan ingenuo como para predecir qué pasará pasado mañana. No fue cosa de un día o dos como la etnia albanesa acabó siendo el 95 % de la población de Kosovo, el corazón de Serbia. Eso le valió poder declararse independiente de forma unilateral y contra la voluntad de Serbia.
Libertad, democracia, independencia política, no sé si eran los pilares que emergían, en los años veinte y treinta del pasado siglo, de lo que se consideraba la identidad vasca, «lo vasco» o, más bien, los guardianes de la misma. Cuando aquel 14 de abril de hace ochenta años sonó en Eibar la instauración de la II República española, al punto el irrintzi de Getxo, repetido en los municipios vascos, convocó a la proclamación en Gernika de la República Vasca. A mis escasos once años, lo pretendido y sus detalles sólo lo conocí de oídas, de lo que se decía a favor o en contra en nuestras respectivas casas de amigos, lo que nosotros comentábamos con calor.
No me quedó la idea de lo que llamaría hoy una República Ferderal Española o un Estado Federal como el Bundesstaat alemán, sino la República Vasca a secas. A lo más, concediendo mucho, lo más parecido a una Confederación de Estados, Staatenbund, de tú a tú y, tras la triste experiencia de los Fueros, con derecho cada uno de ellos a la secesión. La fuerza militar del Gobierno provisional de Madrid convirtió Gernika en ciudad cerrada, como en las convocatorias del Aberri Eguna durante la dictadura franquista.
Cinco años más tarde de aquel intento fallido, desfilarían los gudaris, en 1936-37, cantando aquello de «Euskadi askatzeko», para liberar o por la libertad de Euskadi. La mayoría de ellos pensaba en esa independencia política, por la que José Aantonio Aguirre prometió luchar sin descanso, en 1932.
Hoy, en una Europa de los Estados, que ni aun así acaba de encajar, sin personalidad vasca propia; ante una globalización avasalladora en tantos aspectos y el imperio de lo económico, el ideal de un pequeñísimo pueblo vasco -aunque se pusiera todo él de acuerdo- suena a anticuado y más que utópico. Sin embargo, desde el punto de vista de la identidad vasca, de «lo vasco», quizá tenga razón Pujol: «o independencia o perecer». ¡Si el lehendakari, del PSOE, ni siquiera quiere hablar de indentidad! (Se entiende «vasca» porque en el fondo nadie renuncia a su identidad y la «universal» es un cuento chino; si no ¡que se lo pregunten a los chinos!) Pujol no tenía más argumento en contra de la independencia que la «dificultad de su consecución». Pero pocas cosas humanas son imposibles si no se han agotado todos los medios.
Un único y rápido apunte respecto a la identidad en juego, en el que Catalunya nos lleva ventaja. Se ha celebrado la ya clásica Korrika a favor del euskara. La más exitosa de todas. Un día o varios de gran entusiasmo, una explosión, una gran llama… ¡Hasta que no se oiga el euskara como algo común en las ciudades, en los comercios…, hasta que no sea lengua oficial de veras…! He asistido, he vivido el renacer del hebreo como lengua viva entre judíos de habla rusa, polaca, alemana, yddish, árabe, persa…, lengua de sefardíes y azkenazis. Bastaron pocos años al nuevo Eretz Israel, Estado de Israel, pero Estado independiente.
Se han hecho en la CAV grandes gastos y esfuerzos por el euskara. Ya son varias generaciones que lo conocen, pero conocerlo no es usarlo y menos regularmente en el entorno social, y no es necesario prácticamente ya para nada. He repetido varias veces: del censo para las elecciones autonómicas del 2001, el tercio ni siquiera había nacido en Euskadi. ¿Cómo y con qué medios, con qué estímulo se conseguirá que estas nuevas inmigraciones, sus hijos, aprendan y usen el euskara? Y ¿el alma vasca? Esa ni siquiera se puede imponer. Pero ¡a pesar de todo! ¿»Lo vasco» en el futuro? Quiero pensar que sí, ojalá acierte, no un día, años, muchos años, ¡larga vida al Pueblo Vasco!