Vivió en los bosques de Gipuzkoa en el Pleistoceno y, probablemente, fue la presa de un ave rapaz que lo devoró. Era uno de los últimos monos que habitaron en Europa antes de su extinción. Más de cien mil años después, un grupo de arqueólogos vascos ha descubierto sus restos en Arrasate.
DONOSTIA. El hallazgo realizado en la cueva de Lezetxiki durante una de las últimas campañas de excavaciones que dirige el profesor de la Universidad del País Vasco y miembro de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, Álvaro Arrizabalaga, acaba de ser publicado en la prestigiosa revista científica «Journal of Human Evolution», la de mayor impacto y prestigio en el ámbito de la antropología.
Lezetxiki es conocida internacionalmente por ser una de las pocas grutas en las que se han localizado restos humanos fósiles, en concreto dos dientes neandertales, y un húmero de una mujer atribuido a una especie anterior, denominada «homo heidelbergensis».
Fósiles de osos de las cavernas, bisontes, cabras montesas, corzos y ciervos son otros de los hallazgos que cada verano tienen lugar en esta cueva en la que, en ningún caso, los arqueólogos esperaban encontrar restos de otros primates que no fueran humanos.
Sin embargo, uno de los últimos muestreos reservaba una sorpresa a los investigadores, que contemplaron perplejos cómo el subsuelo de la gruta dejaba al descubierto un pieza extraordinaria. Un hueso que, en un primer momento, les costó identificar: el fragmento de la mandíbula inferior de un mono, que conservaba aún varias piezas dentarias.
Tras unas horas de disquisiciones, los arqueólogos confirmaron sus primeras sospechas; el fósil pertenecía a un «macaco de berbería» (Macaca Sylvanus), más conocido en España como «mono de Gibraltar», donde una colonia de estos primates aún sobrevive en libertad tras ser reintroducidos durante la ocupación musulmana.
Según ha explicado a Efe el director de las excavaciones, Álvaro Arrizabalaga, antes del hallazgo de Lezetxiki se creía que en esa época ya no vivían macacos tan al norte, por lo que éste simio debió de ser «uno de los últimos monos que habitaron en Europa y el más moderno recuperado hasta el momento en la península».
Fue, precisa Arrizabalaga, en un momento situado «entre el final del Pleistoceno Medio y el principio del Pleistoceno Superior», en el que no se sabe si nuestro mono convivió con «los más antiguos neandertales o con los últimos heidelbergensis».
El profesor de la Universidad del País Vasco ha explicado que, desde el punto de vista paleontológico, el mono de Lezetxiki es un hallazgo «importante», porque «da una indicación climática más bien templada» para la zona Cantábrica durante este período que se creía más frío y con un paisaje un tanto diferente a lo esperado.
Todo esto resulta «un poco chocante», aclara el experto, porque demuestra que durante todo el año habría alimento vegetal suficiente para que los macacos pudieran comer sin morir de hambre, y que el clima era más cálido de lo que se creía y bastante parecido al de hoy en día.
Ha recordado, en este sentido, que en la actualidad en la localidad francesa de Poitiers existe un parque temático denominado «el Valle de los Simios», donde se han reintroducido una treintena de grupos de primates, entre los que hay macacos de berbería que se alimentan de los brotes de roble que crecen de forma natural en ese lugar.
Arrizabalaga opina que una situación parecida pudo darse en el norte de la península en aquel momento, visto que en el valle francés «se han adaptado perfectamente».