El cisne negro

Jean Baudrillard considera a Nietzche como el primer pensador posmoderno, aunque diversas tesis que le interesa examinar a Baudrillad tienen antecedentes lejanos. Una de las notas más persistentes es la tesis del pensamiento posmoderno de mostrar de mil maneras los límites del pensamiento humano y frente a él la resistencia contraria a negar inconmovible tales límites.

La creencia en que la razón puede abarcarlo todo –sólo es cuestión de tiempo–, incluye por necesidad la posibilidad de prever las consecuencias de cualquier acción humana, no importa su magnitud. La evidencia en contrario es abrumadora, pero especialmente los hombres del poder persisten con voluntad desbocada en hacer y deshacer en el mundo, aunque lo estén haciendo una ruina. ¿No es suficiente el calentamiento global, que desde luego nadie se lo propuso?, ¿no basta con los cataclismos de las plantas nucleares de Fukushima Daiichi y de Chernobil?, ¿es insuficiente la destrucción de la capa de ozono que ahora alcanza un nivel sin precedentes en el Ártico (de alrededor de 40 por ciento)?, ¿estamos satisfechos con las decenas de miles de especies vegetales y animales terrestres y marinas que hemos extinguido?, ¿no han sido por ventura la razón del capital fundida a la razón científico-técnica, que han sido ciegas como el topo dorado hotentote, carente de ojos, los precursores y sostenedores de esos desastres inenarrables? ¿No está a las claras en la física cuántica el principio de incertidumbre de Heinsenberg, o la llamada teoría del caos en física y matemáticas que plantean obstáculos insalvables para la predicción?

¿No estamos viviendo la peor crisis financiera y económica planetaria producto del que se creyó pensamiento único (There is not alternatives, Mrs. Thatcher dixit)?

Nassim Nicholas Taleb (Líbano, 1960) es un ensayista, investigador y financiero, antiguo operador bursátil, miembro del Instituto de Ciencias Matemáticas de la Universidad de Nueva York. En 2008 escribió El cisne negro: el impacto de lo altamente improbable. El título alude a la creencia firmemente arraigada en los europeos hasta el siglo XVII de que los cisnes eran exclusivamente blancos, más aún tenían razones para explicar la absoluta imposibilidad de que un cisne pudiera ser negro. En 1697 unos exploradores holandeses hallaron en Australia y los llevaron a Europa, precisamente cisnes negros. La certidumbre absoluta fue instantáneamente disuelta.

Los cisnes negros de Taleb son sucesos improbables, cuyas consecuencias pueden ser extremas, pero fácilmente explicables a posteriori. Taleb escribe: los cisnes negros han dado forma a la historia de la tecnología, la ciencia, los negocios y la cultura. Una pequeña cantidad de cisnes negros explica casi todo lo concerniente a nuestro mundo, desde el éxito de las ideas y las religiones, hasta la dinámica de los acontecimientos históricos y los elementos de nuestra propia vida personal. Casi ningún descubrimiento, ninguna tecnología destacable surgieron del diseño y la planificación, fueron simples cisnes negros.

El consejo de los expertos, advierte, es a menudo inútil. Nuestra incapacidad para predecir en entornos sometidos al cisne negro (algo altamente probable pero inexistente para la conciencia hasta que sale a la superficie), significa que determinados profesionales, aunque creen que son expertos, de hecho no lo son. El problema con los expertos es que no saben qué es lo que no saben.

Taleb recuerda la gracejada de Bertrand Russell. Al pavo todos los días lo alimentan y los cuidan unos humanos. El pavo piensa en la bondad de estas personas que cada día lo tienen más robusto. El Día de Gracias al pavo le ocurre algo que no tenía previsto. Nuestra manera de pensar no es muy diferente de la del pavo de Russell. Gran parte de la matemática estadística, el cálculo de riesgos y las distribuciones de probabilidad están traspasadas por esta manera de pensar: a mayor frecuencia de un hecho, menor es la sensibilidad frente a lo inesperado. Las agencias calificadoras, bancos, Wall Strett, y todos los del Consenso de Washington, por todos los medios, engordaron con idioteces sin fin al pavo financiero, pero los cisnes negros aparecieron y arrasaron con las certezas que lanza en ristre avanzaban hasta mediados de 2008.

Taleb observa agudamente y razona con sentido común. Aunque los límites del pensamiento humano tienen tras de sí una larga historia de reflexión. Aludo sólo a una tesis de Ludwig Wittgenstein: el lenguaje marca los límites de nuestra episteme; dichos límites no están primeramente en la razón, y conceptos como objetividad, realidad, etcétera, deben juzgarse no más en razón de su utilidad. Su autoridad como método y como conceptos ontológicos debe considerarse caduca.

La raíz del problema en toda metafísica está en que no logra entregar aquella verdad que promete. La forma misma en que, en Occidente al menos, la realidad ha sido sometida a la división sujeto-objeto, espíritu-materia es tan problemática, que sobra decir que no sólo deben usarse dichos conceptos con precaución, que a ese uso debe siempre anteceder una destrucción de esa relación de contrarios que rige sobre ellos. Toda cosmovisión que ignore esto será siempre un imposición, un estrechar las posibilidades de comprender y relacionarnos. No más que una imposición de las formas de ser permitidas frente a las que no lo son. En suma una visión que nace ya comprometida, cerrada.


Publicado por La Jornada-k argitaratua