Se irá luchando. Eso dijo Muammar Kadafi la noche del martes, y la mayoría de los libios le creen. No habrá un cómodo vuelo a Riad ni un plácido viaje a un centro vacacional del Mar Rojo. Tostado por el sol, cubierto con túnicas del desierto, continuó su perorata. Dijo que aún no empezaba a usar balas contra sus enemigos –mentira palpable– y que cualquier uso de la fuerza contra la autoridad del Estado será castigado con la muerte”, ésta sí verdad palpable que los libios conocían muy bien sin necesidad del tiempo futuro en la amenaza de Kadafi. Y siguió durante un largo rato. Como todo en Kadafi, fue muy impresionante, pero demasiado largo.
Maldijo a la gente de Bengasi que ha liberado su ciudad: “nada más espérense a que regrese la policía a restaurar el orden”, prometió este hombre deshidratado. Sus enemigos son los islamitas, la CIA, los británicos y los “perros” de la prensa internacional. Sí, siempre somos perros, ¿verdad? Hace mucho tiempo me retrataron en un cartón de un periódico bahreiní (por favor tome nota, príncipe heredero) como un perro rabioso que merecía ser liquidado. Pero fue una expresión a la altura de los discursos de Kadafi. Y luego vino mi pasaje favorito de su exégesis de anoche: ¡ni siquiera había comenzado a usar la violencia!
Borremos, pues, todos los testimonios en YouTube y Facebook, las balaceras, la sangre y los cuerpos sacados de Bengasi, y finjamos que no ocurrieron. Hagamos como si la negativa a dar visas a los corresponsales extranjeros en realidad nos impidiera oír la verdad. La aseveración de Kadafi de que las protestas –los millones de manifestantes– “quieren convertir a Libia en un Estado islámico” es exactamente la misma tontería que Mubarak predicó antes del final en Egipto, la misma que Obama y la Clinton han sugerido. De hecho, hubo momentos anoche en que Kadafi –en su actitud vengativa, en su desprecio por los árabes, por su propio pueblo– comenzó a parecerse a los discursos de Benjamin Netanyahu. ¿Se habrá dado entre esos dos rufianes un contacto del que no estamos enterados?
En muchas formas, las digresiones de Kadafi eran las de un anciano; sus fantasías sobre sus enemigos –“ratas que han tomado pastillas”, entre ellos “agentes de Bin Laden”– estaban tan desorganizadas como las notas garrapateadas en el pedazo de papel que tenía en la diestra, ya no digamos el volumen de leyes forrado de verde del cual tomaba citas. No hablaba de amor, sino de la amenaza de ejecución. “Malditos” los que tratan de causar disturbios en Libia. Era un complot, una conspiración internacional. “Sus hijos están muriendo, pero, ¿por qué?” Dijo que lucharía “hasta la última gota de mi sangre con el pueblo libio, que me respalda”. Estados Unidos es el enemigo (muchas menciones de Faluyá), como también Israel, Sadat, la fascista Italia colonial. Entre los héroes y amigos estaba el abuelo de Kadafi, “quien cayó como mártir en 1911” contra el enemigo italiano.
La aparición de Kadafi en la televisión la noche del martes, vestido en un albornoz marrón con gorro y túnica, suscitó algunas preguntas extrañas. Al mantener fuera de Libia a los medios internacionales –los “perros” en cuestión–, permitió al mundo observar una nación enloquecida: YouTube y blogs de violencia terrible contra imágenes en la televisión de un dictador por completo desaforado que justificaba lo que no había visto en YouTube o lo que no se había mostrado. Y hay aquí una cuestión interesante: dictadores y príncipes que dejaron entrar a la prensa internacional en sus países –Ben Alí/Mubarak/Saleh/el príncipe Salman– le permitieron filmar su propia humillación. Su recompensa es dolorosa en verdad. Pero los sultanes como Kadafi, que dejan fuera a la prensa, no la tienen muy diferente.
La inmediatez del teléfono móvil, la intimidad del sonido y el restallar de las armas de fuego son en algunas formas más conmovedores que el material editado y digitalizado de las cadenas de noticias. Exactamente lo mismo pasó en Gaza cuando los israelíes decidieron, al estilo Kadafi, alejar a los periodistas extranjeros de su carnicería de 2009: los blogueros y afiliados a YouTube (y Al Jazeera) nos ofrecieron una realidad que normalmente no experimentamos con los chicos “profesionales” de la televisión por satélite. Tal vez, a final de cuentas, se necesite un dictador con su propio monopolio sobre las cámaras para saber la verdad. “Moriré como un mártir”, dijo Kadafi la noche del lunes. Y casi de seguro es cierto.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya