El reto de la inmigración
“El multiculturalismo impulsado por el Estado ha fallado”. Con esta frase el primer ministro, David Cameron, ha puesto el dedo en la llaga al identificar uno de los problemas más graves y controvertidos a los que se enfrenta no sólo el Reino Unido sino la mayoría de las democracias liberales. La cuestión es: cómo hacer compatible el respeto a la diferencia étnica y religiosa con el desarrollo de una identidad nacional común que permita un mínimo de cohesión social entre la ciudadanía.
El multiculturalismo es una política de gobierno que promueve la tolerancia de la diversidad, la igual dignidad y los mismos derechos para todas las personas que pertenecen a los diferentes grupos incluidos en un mismo Estado. Hay dos tipos de multiculturalismo; la versión de Canadá y EE. UU. que permite y respeta la diferencia pero no la financia, y la versión británica que incluye el respaldo económico.
El problema al que se enfrenta la sociedad británica y que refleja el reciente discurso de David Cameron emerge al descubrir que el fundamentalismo islámico, aunque minoritario, se ha implantado en el Reino Unido. Normalmente este fundamentalismo se expresa a través de estilos de vida que tienden a cerrar la comunidad y, en algunos casos, a convertirla en una especie de gueto con leyes propias. Estas zonas existen en Londres, pero también en Bradford, Coventry o Leicester, y se caracterizan por una radicalización promovida, sobre todo, desde algunas mezquitas y campus universitarios donde las organizaciones radicales tienen una implantación significativa.
Entre los signos externos de la radicalización suele destacar el uso del velo integral o burka en las mujeres y la demanda de la introducción oficial de la charia. Actualmente, en el Reino Unido, funcionan más de 85 tribunales de Arbitraje Musulmanes cuyas decisiones deben ser obedecidas por ley; siempre que ambas partes acepten la capacidad de este tribunal antes de iniciar el procedimiento. Aún así, quienes ejercen como “jueces” no están sujetos a ningún tipo de control independiente y, a menudo, las partes implicadas no tienen acceso ni a consejo legal ni a representación.
Pero en el Reino Unido el fundamentalismo islámico no se limita a la introducción de algunas leyes y costumbres que chocan con las británicas sino que ha servido para justificar y ejecutar actos terroristas como el grave atentado de Londres (julio 2005) y el del aeropuerto de Glasgow (julio 2007). De ahí la urgencia de distinguir entre islam y fundamentalismo islámico cuando ambos coexisten en una misma sociedad. No todos los musulmanes apoyan el islam radical ni critican las costumbres occidentales y son aún menos los que están dispuestos a cometer actos de violencia. Pero un pequeño contingente sí lo está y defiende su derecho a “abandonar”, a mantenerse al margen de un proyecto común. Por un lado esgrimen el pasaporte británico para reclamar derechos y protección al Estado; por el otro reniegan de una sociedad que consideran impura y decadente. Su actitud les lleva a desvincularse de la identidad nacional de la sociedad que les acoge.
Al mismo tiempo, muchos musulmanes tienen motivos justificados para sentir que las sociedades occidentales les miran con recelo y que, en algunos casos, les tratan como terroristas potenciales. En Gran Bretaña, muchos se sienten discriminados, están indignados por algunas acciones del Gobierno emprendidas en el exterior (Iraq, Afganistán y Oriente Medio), y desanimados ante sus propias expectativas de movilidad social y económica. Lo mismo puede decirse de algunas minorías étnicas en Francia, Dinamarca o Países Bajos. Una reacción lleva a otra.
La necesidad de reforzar y redefinir la identidad británica para hacerla inclusiva fue un objetivo compartido por los gobiernos de Blair y Brown. David Cameron continúa con el mismo propósito, pero, a diferencia de sus predecesores, se muestra mucho más crítico hacia una actitud excesivamente tolerante que, en parte, ha contribuido a la situación actual.
El Reino Unido, como otras naciones occidentales, se siente amenazado en su propio interior. Duda sobre cuán tolerante deberían ser y qué deberían tolerar. Durante años ha defendido el multiculturalismo y, en su nombre, ha promovido y financiado “ciegamente” la diversidad cultural, sin reparar en si algunos de los valores y los principios que promueve cumplen o no con los derechos humanos y los valores occidentales de la libertad, la igualdad entre los géneros, la igualdad ante la ley y la tolerancia. Sin duda, esto ha sido un grave error y David Cameron está dispuesto a cambiar radicalmente esta postura.
Pero decir que el multiculturalismo ha fallado ignora las políticas y actitudes que, gracias a él, han permitido la integración de miles de personas pertenecientes a una amplia gama de grupos étnicos que conviven en el Reino Unido. Entre ellos los irlandeses – que inicialmente fueron sujetos a un pernicioso racismo-,los hindúes, los originarios de Bangladesh, Pakistán, Trinidad y Tobago, Chipre, Polonia o Nueva Zelanda. Para muchos el multiculturalismo supone igualdad de oportunidades en el acceso a la educación y al mundo laboral y esto es muy importante. Además el multiculturalismo les ha permitido mantener una identidad nacional ligada al país de origen que, en la mayoría de los casos, coexiste con el orgullo de ser “británicos”.
MONTSERRAT GUIBERNAU, catedrática visitante, Universidad de Cambridge. Autora de ´La identidad de las naciones´ (Ariel/ Deria Editor, 2010)