Las condiciones óptimas

De forma plenamente adecuada para una sección de un periódico llamado Diálogo, la semana pasada tuve el honor de que el amigo Ferran Sáez Mateu comentara un artículo mío publicado en estas páginas discrepante por completo y de forma rotunda de mi opinión sobre las condiciones óptimas que estos últimos años se dan para activar en Cataluña un proceso de secesión. Ferran Sáez reiteraba su escepticismo sobre la posibilidad de ejercer un gesto independentista que él tilda de «vago», «confuso», «genérico», «esquemático» o «abstracto».

Lo primero que hay que responder es que si algo no es «confuso», «vago» o «abstracto» es un proceso de independencia. La creación de una entidad política soberana es el camino que han tomado la mayoría de los casi doscientos estados que en estos momentos son miembros de Naciones Unidas. Las constantes históricas y procedimentales que han llevado a muchas comunidades nacionales a fundar un estado propio son, al contrario de lo que sugiere Sáez, claras y precisas. Él tacha de «ridícula» la «declaración unilateral de independencia» pero no está de más recordar que esta fue la fórmula que se adoptó en la más célebre de las independencias de la época contemporánea: la de los actuales Estados Unidos de América . No creo que sea tan «ridículo» un gesto que supuso la consolidación de una de las naciones más poderosas del planeta, que en el siglo XVIII se perpetró contra la primera potencia del momento, Gran Bretaña, y que, según sostienen la mayoría de historiadores, contó sólo con el apoyo y la acción de unas diez mil personas organizadas. Diez mil personas organizadas son muchas menos de las que ahora ya tiene el independentismo en Cataluña, un movimiento que eventualmente no se enfrentaría contra el Imperio Británico sino contra una España débil, arruinada, que no pasa de ser un país de segundo orden en el concierto de las naciones europeas, y que busca desesperadamente flotar, como vemos estos días, a costa de radicalizar la expoliación económica y cultural de Cataluña.

Ferran Sáez equipara el estado de ánimo que se podría dar en la actualidad con el que se vivió el 6 de octubre de 1934 con la proclamación del Estado Catalán por parte del presidente Companys asociando la iniciativa audaz de Companys con la desastrosa réplica que supuso la Guerra Civil y la ocupación de Cataluña por las tropas franquistas. En este análisis, Sáez olvida mencionar que el marco histórico de entonces, con una Europa marcada por el ascenso de los fascismos y el clima prebélico que culminaría con la II Guerra Mundial, no tiene nada que ver con el contexto de la Unión Europea en la actualidad, una Unión que se forjó precisamente para poner fin a las luchas intestinas en la Europa occidental, con gobiernos y estados que no tolerarían la ejecución de una barbarie por parte de España y que pronto deberán de buscar soluciones pacíficas y democráticas a los procesos de secesión que se están planteando en Escocia y Flandes.

En cuanto a la demanda de Ferran Sáez de que exhibamos al menos un estudio demoscópico que reafirme la existencia de una mayoría independentista, nos podemos limitar a recordar las encuestas publicadas que ya confirman como, en el supuesto de la celebración de un referéndum de independencia en Cataluña, el apoyo de los partidarios del «sí» sería superior al de los partidarios del «no» (encuesta de la Universitat Oberta de Catalunya (Universidad Abierta de Cataluña) de diciembre de 2009 y encuesta publicada en La Vanguardia el 18 de julio de 2010). Estos datos señalan, como he repetido muchas veces, una mayoría social muy superior a la que tenían, al principio del proceso, cualquiera de las comunidades nacionales que han accedido a la independencia en las últimas décadas. Esto es así porque todas las experiencias secesionistas señalan que la mayoría social se incrementa exponencialmente cuando se plantea el proceso con un horizonte concreto a corto plazo, pero para que se materialice esta reacción tiene que haber un estamento político que lidere el movimiento de forma clara, precisa y sin ambigüedades.

Otra cosa, como digo, es que la clase dirigente catalana esté a la altura de las circunstancias. Contra lo que Ferran Sáez imputa al proceso de secesión que yo defiendo, lo que es inconcreto, vago y difuso son las propuestas planteadas por la federación que gobierna Cataluña, CiU, y por el presidente de la Generalitat, Artur Mas, para determinar el futuro de las relaciones con España. «La transición nacional», «el derecho a decidir», «el rearme jurídico» como respuesta a las agresiones que está sufriendo el país son de una vaporosidad incomprensible e ineficaz, y así son leídas con escarnio desde un Madrid dedicado a reforzar la ofensiva anticatalana y recentralizadora. Entre los dirigentes de CiU, sólo el presidente Jordi Pujol, con la astucia que le caracteriza, ha sabido captar que hace falta un cambio y una concreción en el lenguaje si se quiere frenar la humillación.

Ha llegado el momento en que lo que lleva a la frustración será mantenerse en la retórica vaga sin resultados. Persistir en la no-acción independentista por parte del actual gobierno de la Generalitat no hará nada más que abrir las puertas al incremento de la expoliación, al ahogo económico y a la asimilación cultural. Esta semana CiU tiene la oportunidad de hacer creíble en España su vocación de ruptura si no se satisfacen las demandas de dignidad nacional: permitir que se tramite la proposición de ley de declaración de independencia que Solidaritat Catalana ha depositado en la Mesa del Parlamento. Esquivar la cuestión alegando excusas técnicas basadas en el orden español no hará más que minar la credibilidad de CiU como fuerza capaz de responder a las agresiones. La mayoría absoluta catalanista que (también) existe en el Parlamento está obligada, de forma inmediata, a demostrar firmeza para recuperar la autoestima del país y para impedir que los poderes centrales del Estado español nos pierdan definitivamente el respeto.

Publicado por Avui – El Punt-k argitaratua