El projecte d’aliança de civilitzacions que promou (sense gaire èxit) el PSOE des de l’executiu estatal té el suport destacat del president turc Erdogan. Però no és, ni molt menys, el primer punt de trobada entre els interessos estratègics espanyols i turcs. El Regne de Castella i el Sultanat turc foren imperis medievals, liders de la cristiandat i de l’islam respectivament, rivals seculars i espirituals que entraren en decadència amb la irrupció de la modernitat comandada per les noves potències emergents.
A començament del segle XX Espanya viu traumatitzada per haver perdut l’any 1898 Cuba i Filipines, l’imperi otomà ha perdut els dominis balcànics. Els ¨joves turcs¨preparen l’assalt al poder enarborant un pan-nacionalisme molt agressiu que acabarà perpetrant el genocidi contra els armenis els anys 1915-1916. La Falange Espanola naixerà uns anys més tard amb uns propòsits inspirats en el feixisme italià, però també en el precedent exitós de Mustafà Kemal Ataturk. Una perspectiva històrica sobre les semblances d’ambdues nacions l’esbossa Carmelo García Franco a l’article «Europa, Turquía y España«, aparegut a la revista «Arbil», número 66, de la qual val la pena extraure aquests paràgrafs:
«Acaso fuera de la pluma de Felipe Ximénez de Sandoval el artículo anónimo que apareció en el número 3 de FE, fechado el 18 de enero de 1934, en el que se cantaban las alabanzas de la Turquía moderna. «Los otomanos –se lee allí- aparecen como «los castellanos» del Islam. Unificadores, ordenadores e imperiales. Vencen a los serbios en Kosovo (1389), a los búlgaros en Tarnovo (1393). Invaden Zeta en 1499, Belgrado en 1521. Y llegan al Dniester en 1538. Cuando Solimán se instala en Constantinopla, las armadas, los dos genios hostiles, de Castilla y de Constantinopla, se encuentran y chocan en Lepanto (Solimán ayudando Francisco I, el francés, el traidor cristiano que se alía con el infiel para combatir al cesar de España, Carlos V). Este encuentro naval famoso es «la más alta ocasión que vieron los siglos», al decir de Cervantes, que derrama su sangre y pierde su mano, por ayudar a César y a Dios contra el francés y la media Luna. España es el brazo diestro del catolicismo: Lepanto. Turquía es el brazo diestro del Islam: Lepanto».
Aunque semejantes certezas no nublan la realidad de que Turquía es un país asiático, cuyo cuerpo físico se asienta en su mayor parte en Anatolia –Asia Menor- y cuya realidad vital e histórica arranca de la avalancha de pueblos asiáticos islamizados, que se impusieron sobre la cultura bizantina, hasta erradicarla, no están los turcos exentos de méritos.
Los Balcanes, hoy atomizados e inestables, mantuvieron la unidad y el orden bajo el imperio otomano, feudal y arcaico, pero orden, al fin. Sostuvieron los turcos durante siglos un imperio geográficamente muy dilatado, desde Argelia hasta la Meca. Y las incursiones otomanas, justificadamente temidas por los demás pueblos mediterráneos, se extendieron en el tiempo y en el espacio: piénsese en el ataque pirático que sufrió nuestra Cangas do Morrazo, en el norte de la costa atlántica, en fecha tan cercana como 1617.
Igual que nuestros momentos de mayor gloria corrieron parejos –el descubrimiento español de América, en 1492, la toma de Constantinopla por los otomanos, en 1453- también fueron coetáneos nuestros fracasos: la derrota turca, en Lepanto, en 1571 y la de la Gran Armada española, frente a los británicos, en 1588. Pasados los siglos, cuando los aires de la Marsellesa alentaban a las naciones hispanoamericanas a la independencia, el mismo soniquete animaba a la desmembración de las posesiones europeas de los turcos, dando ello lugar al nacimiento del reino serbio, del helénico, del búlgaro.
Mientras que la España vencida se desintegraba en guerras civiles y en infelices aventuras africanas, la Turquía reducida y subyugada soñaba con viejas glorias guerreras, de la mano de Alemania, en un empeño que, al cabo, le dispensaría una nueva derrota.
Alentados por Gran Bretaña, los herederos de los vencidos en Constantinopla, los giregos, pasaron a la ofensiva, y se lanzaron a combatir en Asia Menor, probándose en el lance de Esmirna. Y mientras que todo presagiaba lo peor para los otomanos, con un sultán doblegado y sin coraje, surgió un vibrante movimiento patriótico, que recogía el esíritu de los «jóvenes turcos», y se suscitó la figura singular de Mustafá Kemal, un guerrero de prestigio, cuyo talento sobrepasaba con largueza el de sus consejeros alemanes, quien llevó a los soldados del viejo y decadente imperio a la inesperada y rotunda victoria de Dumlupinar.
La victoria no sólo fue sobre los griegos. Fue también, y principalmente, sobre la negra decadencia de la nación turca. Kemal, Ataturk -padre de los turcos- se irguió como «El Ghazi»: el conductor, el victorioso. El sultán, de la mano de los ingleses, los enemigos de la nación turca, salió a escape hacia Malta. Y triunfó en Turquía la «revolución nacional», que se tradujo en una occidentalización radical e inmediata: desaparición del alfabeto arábigo, para ser sustituido por el latino, renovación y sistematización de la lengua, prohibición del uso del fez, que había sido el símbolo otomano por excelencia, abolición del califato, de los tribunales religiosos, implantación de leyes civiles inspiradas en los códigos europeos, proscripción de los ritos sufíes y de las prácticas de los derviches, supresión del diezmo y del viernes como día festivo, para fijar la semana dominical, y establecimiento del calendario generalmente aceptado en Occidente.
Pocos años después, en España, de resultas de una cruenta guerra civil, se asentaría también un régimen autoritario, del que –para mal y para bien- surgiría la España moderna.»
La República de Turquia encara avui és incapaç d’assumir la veritat sobre el genocidi armeni, de la mateixa manera que nega l’existència del poble kurd. El Regne d’Espanya, per la seva part, ignora que la unitat de l’Estat de matriu castellana es va edificar gràcies a la conquesta de les nacions perifèriques (Navarra, 1512, Corona catalano-aragonesa, 1707-1714) i desconeix altra nació que l’espanyola. Tots dos estats s’han consolidat durant el segle XX mercès a sengles dictadures militars i també coincideixen en la facilitat amb la qual il·legalitzen partits polítics kurds i bascos. Igualment, per assolir protagonisme en l’escena internacional abanderen l’animadversió contra l’Estat d’Israel, els uns per competir en la lluita pel lideratge dins el món islàmic, els altres per aspirar al campionat entre la desfeta esquerra europea. Ambdós estats apel·len al diàleg entre civilitzacions però neguen els drets dels pobles a l’autodeterminació i menen una política internacional coincident en aquest objectiu. Finalment, ni Turquia ni Espanya són dugues potències econòmiques emergents, ans al contrari pateixen greus deficiències estructurals que miren de compensar políticament amb l’integrisme d’estat.