Sólo un alto en el camino


VOY a empezar con una obviedad: de la misma manera que sería ridículo querer analizar la política vasca con los esquemas políticos catalanes, analizar los resultados de las elecciones catalanas a partir de las lógicas políticas vascas, o españolas, llevaría a consideraciones surrealistas. No sólo el independentismo catalán no tiene nada que ver con la izquierda abertzale, sino que el PSC y el PSE tienen almas distintas y sería difícil encontrar parecidos entre CiU y PNV. Sólo desde esta premisa es posible intentar comprender lo que ha sucedido en Cataluña este fin de semana. Y aun así, no es fácil. El tsunami electoral ha sido de tal calado que los propios analistas catalanes estamos intentando corregir la variables hasta ahora clásicas para poder comprender lo sucedido.

El primer dato, sin lugar a dudas positivo, es el de la participación. Ésta, en contra de todas las previsiones -a buen seguro, malévolas- se sitúa en la media alta de todas elecciones nacionales catalanas. La ciudadanía no ha mostrado el hastío anunciado, sino que ha participado en un 60%, cifra más que considerable dadas las circunstancias de unas elecciones en las que ya de entrada estaba cantado quién las iba a ganar. Una campaña, pues, suave por parte de los vencedores -había que evitar cualquier error- y desconcertante por parte del partido que hasta ahora ostentaba la presidencia del gobierno, siguiendo una pendiente acelerada de autoliquidación personal y colectiva. Se ha venido abajo el gran mito del aparato casi perfecto de los socialistas catalanes, hasta ahora creído por todo el mundo.

La segunda consideración hay que hacerla en relación al ganador. CiU ha conseguido más que doblar en votos y en escaños a los socialistas catalanes. Les ha arrebatado por primera vez la hegemonía en barrios y ciudades enteras del cinturón metropolitano. Y todo ello, sin tener que ampararse en la abstención socialista sino consiguiendo un traspaso directo de votantes. CiU ha atraído a socialistas, antiguos comunistas y a muchos independentistas de ERC y de los que últimamente se habían quedado en casa.

La fuerza parlamentaria de CiU, en este sentido, no es resultado de una adhesión directa al partido, sino de haber sabido sumar buena parte de la complejidad política del momento que estaba necesitada de una ambición clara aunque lo bastante moderada para ser creíble.

Por su parte, lo del tripartito resulta casi inexplicable. Partiendo de la hegemonía socialista en todas las administraciones -Generalitat, capitales de provincia, grandes ciudades, diputaciones…- y por lo tanto controlando aquellos resortes que proporcionan lo fundamental para difundir mejor el propio discurso, el descalabro es monumental. Lo es para los socialistas, y lo es para ERC, que paga carísimo el fracaso de la estrategia diseñada principalmente por Josep Lluís Carod-Rovira, aunque ahora se haya salvado del naufragio por no estar ya en el barco electoral.

Aquella «lluvia fina» que debía conseguir arrastrar al socialismo catalán a posiciones soberanistas, ha acabado con un PSC renegando de su relación con ERC, con un eslogan electoral en negativo «ni de derechas, ni independentistas», y con un ministro español -o dos- cada día de campaña para amparar a José Montilla. ERC pierde la mitad de votos y de diputados justo cuando el independentismo está en su mejor momento, gracias en buena parte a un camino que los republicanos habían iniciado tiempo atrás. Y aunque ICV parezca que se ha salvado -en términos relativos- del fracaso, en realidad ha perdido casi un 20% de su electorado, reduciendo además su implantación territorial y concentrándose de nuevo en la capital.

En cuanto al Partido Popular, éste ha sacado pecho gracias a una lectura española de los resultados, en clave de «inicio del cambio» en España. Visto desde Cataluña, es otra cosa. Los 18 diputados le van a ser poco útiles en el Parlamento de Cataluña por las mayorías más cómodas que podrá obtener CiU y desde el punto de vista de los votos, solo ha ganado alrededor de 70.000 respecto de 2006 y 10.000 respecto de 2003. Es decir, un incremento en su representación sobre el voto válido de un escaso 1,68%. Además, lo ganado ha sido a costa de radicalizar su mensaje sobre la inmigración, rozando el discurso xenófobo -o entrando abiertamente en él- y azuzando un conflicto lingüístico ficticio pero con un cierto rédito electoral. Al PP le agradecemos que, por lo menos, haya impedido la entrada de los verdaderos xenófobos en el parlamento. Mucho ruido en España y pocas nueces en Cataluña.

Queda poca cosa por añadir. Ciudadanos se mantiene en su puesto, con los mismos diputados y 15.000 votos más, dejando en nada a su más inmediato rival, la UPyD de Rosa Díez, con 5.300 votos, un 0,17% del voto válido, inferior a los resultados de la CORI (una oferta humorística) o Piratas.cat. Incluso para sacar votos del anticatalanismo en Cataluña hay que hacerlo a la catalana. Y la entrada de los independentistas de Solidaritat Catalana, con Laporta al frente, es meritoria por conseguirlo con un sistema electoral pensado para evitar que eso ocurra, pero no deja de ser pírrica en la medida que dividió el nuevo independentismo en una lucha fratricida con Reagrupament, impidiendo lo que podrían haber sido, por lo menos, diez diputados.

Lo más interesante, de todas maneras, es que el resultado electoral no da una foto finish de la política catalana, sino que retrata a un país en movimiento, con destino incierto.

En primer lugar, porque partidos como el PSC o ERC están obligados a repensarse rápidamente -antes de las municipales- si no quieren ser arrastrados por el mismo oleaje. Y en segundo lugar, porque las urgencias económicas y la necesidad de estabilidad gubernamental han conseguido aplazar el debate propiamente político sobre el desencaje con España, pero nadie duda de que deberá retomarse muy pronto. En definitiva, no estamos ante el paisaje quieto después de una batalla, sino en un momento de transición apasionante dentro de un desplazamiento de fondo que no ha hecho más que empezar.

 

Publicado por Deia-k argitaratua