«La brujería satánica era desconocida entre los vascos antes de extenderse la persecución»

Entrevista a Gustav Henningsen / Folklorista e historiador

A comienzos del siglo XVII, la mayor “caza de brujas” de la Historia tuvo por escenario las tierras vascas. Uno de sus hitos fue el auto de fe de 1610 en Logroño a partir de las denuncias contra vecinos de la localidad navarra de Zugarramurdi.

Con motivo de este aniversario, Eusko Ikaskuntza-Sociedad de Estudios Vascos junto con el Ayuntamiento de Zugarramurdi y el Gobierno de Navarra, han organizado las jornadas internacionales “Akelarre: la historia de la brujería en el Pirineo (siglos XIV-XVIII)”.

En el marco de estas jornadas, el 6 de noviembre se rinde homenaje al investigador danés Gustav Henningsen. Primera figura mundial en el estudio de la brujería en los siglos modernos, Henningsen es autor de la obra de referencia sobre el tema: El abogado de las brujas. Brujería vasca e inquisición española.

Su conferencia en las jornadas se titula: El invento de la palabra ‘aquelarre’. ¿Qué invención fue esa?

Cuando se inició el proceso de Logroño, en 1609, la palabra aquelarre sólo existía como topónimo o sea como nombre de determinados prados: Akerlarre (Prado del Macho Cabrío) o Alkelarre (Prado de las Flores de Alka – Latin dactilis hispanica). En el transcurso de los primeros meses del proceso surge una “mutación” en el sentido de la palabra y pasa a ser denominación general de “junta de brujas”.

Por primera vez aparece documentada la palabra aquelarre en una carta del Tribunal a la Suprema, con fecha de 22 de mayo de 1609, en la que los inquisidores escriben que están ocupados reuniendo informes sobre ‘juntas y aquelarres’, celebradas en otros lugares de Navarra, y de las que algunas brujas que, entre tanto han sido arrestadas, saben algo. La ‘nueva’ remesa de prisioneros a que se refieren, llevaba en la cárcel desde el 14 de febrero, de modo que el Tribunal había tenido tiempo de sobra para interrogarles. Parece, pues, haber sido en el transcurso de esos tres meses, cuando el término aquelarre, pasa de nombre de una localidad en la que se cree que las brujas se reúnen a denominación general de junta de brujas. El autor de dicha construcción erudita pudo muy bien ser el inquisidor Valle Alvarado. Él fue quien dirigió los interrogatorios y quien más tarde recorrió los Pirineos en busca de nuevas brujas.

Recordemos que todos los interrogatorios se hicieron a través de intérpretes ya que los acusados sólo hablaban el vascuence. En resumidas cuentas: el “invento” consistió en una mala interpretación de la palabra.

Eso respecto a la palabra, pero la idea de conventículos de brujas ¿de cuándo data?

La noción de brujas voladoras puede documentarse como creencia popular vasca a partir de finales del siglo XV. Sin embargo, la primera mención a una asamblea de brujas en tierra vasca la encontramos en un proceso de 1508 que la Inquisición de Durango llevó a cabo contra una comadrona de Munguía, junto a Bilbao.

Los informes más completos sobre las juntas de brujas las obtenemos primero en documentos concernientes a la gran persecución de brujas perpetrada en el valle de Salazar y otras zonas del Pirineo, puestas en marcha por las autoridades civiles de Navarra en 1525. Todo el arsenal de detalles imaginarios que veremos a comienzos del XVII concurre ya en el proceso de las brujas del valle de Salazar en 1525.

Una de sus aportaciones más importantes al estudio del fenómeno es la distinción entre brujería y brujomanía, ¿cuál es la diferencia entre estos dos términos?

Brujería es la creencia ancestral en “brujos y brujas de aldea” a quienes se acusa de maleficio, o sea daños contra personas, animales y cosechas. La brujería es un poder personal que obra a través de la envidia o el “mal de ojo” de la bruja, sin la ayuda del Demonio.

La brujomanía, en cambio, es un fenómeno de corto recorrido. Aparece en forma de psicosis colectiva como resultado de rumores, propaganda y adoctrinamiento. Se trata de una mezcla peligrosa de creencia popular y demonología erudita, o sea la teoría sobre los poderes del Demonio.

Por una parte estaba la creencia brujesca del pueblo llano y, por otra, la teoría de los intelectuales sobre la conexión entre el Demonio y las brujas —eso que se llama demonología—. Esta tradición culta se encontraba en los estudios de los teólogos y jurisperitos, pero mientras permaneció libresca resultaba inofensiva.

El peligro apareció cuando desde el púlpito o en el estrado judicial se intentó aplicar a los casos corrientes de la vida cotidiana. Entonces es cuando surgía el potencial para un nuevo modelo brujeril, peligrosa creación que cogería por sorpresa tanto a encumbrados como a humildes; o sea, un pánico moral que yo he llamado brujomanía, pese a no ser producto de desorden mental alguno.

¿Se podría decir que la brujería es funcional y la brujomanía disfuncional?

Desde luego. Socialmente considerada, la creencia brujesca posee varias funciones en la pequeña comunidad, tales como: formar parte del sistema cognitivo (algo que explicaría la mala suerte), formar parte del sistema moral (en sociedades que no toleran la envidia, al envidioso lo consideran brujo) y, además, servir de válvula de escape de agresiones latentes inexpresables a causa de ser rechazadas por el entorno social. Por ejemplo, si su señora suegra conviviese con usted, usted debería soportar sus caprichos, pero si usted convenciese a la familia y al vecindario de que ella es una bruja, usted podría echarla de casa sin más.

Por el contrario, la brujomanía es algo completamente disfuncional, tanto cognitiva como moralmente y tampoco sirve de válvula de escape, ya que por su forma explosiva desgarra a la pequeña comunidad.

¿Cómo se produce un estallido de pánico brujeril, de brujomanía?

En cada estallido de brujomanía se daban las siguientes tres fases: adoctrinamiento, epidemia onírica y confesiones forzadas.

El pánico comenzaría con un estallido de sueños estereotipados. Mucha gente, niños y adolescentes en su mayor parte, contaba que era llevada de noche a las juntas brujeriles mientras dormía en su cama. Y una vez que la “gente embrujada” o los “niños brujos” contaran sus aventuras nocturnas, el pánico brujeril se puso en marcha. Pero las experiencias oníricas no se convirtieron de inmediato en acusaciones; se precisó algo de tiempo antes de que los niños quisiesen revelar quienes eran las personas que venían de noche a llevárselos.

Es lo que usted denomina muy atinadamente “epidemia onírica”.

En efecto. La ilusión masiva que estalló en Navarra entre 1609 y 1611 constituye sin comparación alguna el caso histórico mejor documentado de una epidemia de malos sueños. Yo no he podido hallar ningún paralelo moderno y lo único que puedo ofrecer es una descripción fenomenológica del mismo. A partir de las respuestas de 102 personas interrogadas por el inquisidor Salazar, es un hecho evidente que la mayoría de ellas creía que sus sueños sucedían en la realidad: que estando dormidas abandonaban su cama pero se despertaban de camino y estaban despiertas “durante el viaje de ida, durante su presencia en el aquelarre y durante su vuelta”; que salían a través de grietas, ventanas o chimeneas; que volaban por el aire sin jamás cruzarse con nadie en el camino y que no se mojaban aunque lloviese o nevase…

¿Esto se da en otros procesos brujeriles europeos?

Aparte del País Vasco, solamente se conoce que haya ocurrido eso en el norte de Suecia. En ambos casos los niños desempeñan el papel principal en la acusación, pero mientras los procesos de brujería infantil vasca pueden ser documentados ya a inicios del siglo XVI, los procesos suecos no tuvieron lugar antes de la mitad del siglo XVII.

Por tanto, ¿la implicación masiva de niños es un rasgo característico de los procesos de brujería vascos?

Lo es, no hay duda de que la brujería infantil fue la base oculta de la gran manía brujeril entre las gentes de habla vascongada. Los niños constituyeron claramente el grupo más numeroso, aunque se haya conservado muy poca información respecto a ellos.

El documento más revelador lo constituyen las actas del proceso al coadjutor de Errazu, Miguel de Aguirre, ante el tribunal episcopal en 1611. Este juicio nos permite reconstruir el asunto desde sus inicios, a raíz de que el coadjutor comenzase a predicar contra la secta de brujos en su parroquia causando una pesadilla colectiva entre niños y adolescentes.

Ahora bien, examinándolos de cerca los niños-brujos resultan ser menos exóticos de lo que parece a primera vista: ciertamente, se parecen mucho a los niños de nuestros días, puesto que inventan extrañas historias al hallarse sometidos al estrés de un interrogatorio.

En el otoño-invierno de 1609 el juez del Parlamento de Burdeos Pierre de Lancre emprendió una feroz campaña contra la brujería en Lapurdi. ¿De qué manera la noticia de esas persecuciones influyó en Navarra?

Había nociones sobre “brujas de aldea” que se suponía dañaban a los vecinos, como en el caso de Zugarramurdi. Sin embargo, según observó el Obispo de Pamplona, Antonio Venegas de Figueroa, nadie había oído hablar de brujas como una organización secreta. La brujería satánica era completamente desconocida entre los vascos antes de extenderse la persecución. Según el Obispo, lo supieron únicamente en 1609, cuando el juez Pierre de Lancre condenase a muerte a más de ochenta brujos del País de Labourd. La brujomanía ya existía allá desde dos años antes. Sin embargo no fue hasta 1609 cuando cruzase la frontera poniendo en alerta a la Inquisición.

 

Foto: W. A. Dudley.

¿Cuántas personas se vieron implicadas en la “caza de brujas” de 1609-1610?

Sobre la base de los cálculos del Tribunal, más de 5.000 personas fueron denunciadas por las 1.721 brujas y brujos que mantuvieron sus confesiones. Ello suma unas 6.721 personas involucradas, a las que hay que añadir otras 1.672 denuncias contenidas en las actas de los 81 brujos y brujas que revocaron sus confesiones, con lo que sus denuncias quedaron anuladas. Todo ello da un total de 8.474 confesos o denunciados por brujería. La inmensa mayoría vivía en las montañas de Navarra, cuya población se podría estimar en unas 10.000 personas. Sin embargo, esta cifra del Tribunal podría reducirse considerablemente. Pero incluso haciendo esta reducción la cifra ya tendría que asustarnos.

¿Quiénes eran los acusados?

En lo que concierne a los niños-brujos, eran de ambos sexos y normalmente de familias pobres. En cuanto al grupo de adultos, el asunto está a la espera de una investigación mayor, pero las muestras al azar del material existente sugieren que particularmente, estuvieron expuestas las siguientes tres categorías: los que de antiguo eran sospechosos de embrujar a sus vecinos; los descendientes o emparentados con linaje de brujos; y, por último, los pobres de categoría.

La mayor parte de la gente que se sentía acusada, quedaba presionada a denunciar, y ello afectaba sobre todo al último grupo porque, como se dijo explícitamente en una declaración: se trataba de personas “tan pobres y sencillas que podrías llamarlas bruja a la cara”.

Las explosiones de brujomanía fueron como episodios violentos pero breves. ¿Cómo se explica?

La razón principal para tan corta duración del fenómeno fue su monstruosa extensión. Hubo aldeas en las que fueron denunciados como brujos más de la mitad de los habitantes: niños, mujeres y hombres, jóvenes y viejos, ricos y pobres, clérigos y laicos, sin que escapase grupo social alguno. Conforme la gente se dio cuenta gradualmente de que la caza de brujas estaba conduciendo a una completa ruptura de la sociedad, comenzó a volverse más crítica con las habladurías de los niños, prefiriéndolas ver como ensoñaciones y nada más.

Su libro se titula ‘El abogado de las brujas’ y lo dedica “A la memoria de D. Alonso de Salazar Frías”, inquisidor y humanista español”. ¿Qué papel desempeñó el inquisidor Alonso de Salazar en el proceso de Zugarramurdi?

Fue él quien cambió el rumbo del tribunal, evitando así un holocausto. Pocos meses después del auto, envió un informe al inquisidor general sobre ciertas irregularidades en el tribunal, pero fue durante su visita a la “zona infectada” cuando se le abrieron los ojos. Su conclusión de que “no hubo brujos ni embrujado hasta que se comenzó a tratar y escribir de ellos” escandalizó a sus colegas. Estaban convencidos de que el Demonio le había cegado y que Salazar se había convertido en “abogado de las brujas”. Sin embargo, después de tres años Salazar salió victorioso. El Consejo de la Inquisición reconoció que todo aquel revuelo se debió a una falsa alarma. Con el fin de evitar semejantes equivocaciones en el futuro, la Inquisición introdujo tan rigurosas reglas de aprobación, que, en la práctica, se abolieron las quemas de brujas en España ¡cien años antes del resto de Europa!

¿Qué lecciones históricas nos aporta el caso del inquisidor Salazar?

Lo que me fascina del carácter de Salazar es su amor a la verdad sin concesión. La lección que nos aporta esto es la importancia de que las personas dentro del sistema, donde sea —en la política, la justicia o dentro de la policía— han de tener valor para revelar las cosas ilegales que se cometen a su alrededor o se intentan silenciar. Como termino diciendo en mi libro: “El mundo siempre tendrá necesidad de alguien que se atreva a desenmascarar al verdugo: de hombres tan enteros como Salazar”.

Usted señala importantes semejanzas entre los procesos vascos contra la brujería y los del norte de Suecia. ¿Cómo se explica?

Sigue siendo una incógnita. Es difícil explicar cómo es que se dan tales paralelismos entre comunidades tan alejadas en el tiempo y en el espacio. Queda la tarea para los historiadores del futuro.

 

http://www.euskonews.com/0553zbk/elkar_es.html