SI algo ha puesto en evidencia la iniciativa de Pamplona 2016 es la nula capacidad del equipo de Barcina para entender la ciudad, sus necesidades y su plural realidad cultural. Así se lo han premiado como sabemos, con el fracaso inevitable al hacer un proyecto cultural de espaldas a la gente.
El equipo de la alcaldesa ha acorralado las iniciativas populares, marginado el euskera y apoyado tan sólo aquellas iniciativas que podía controlar o estaban en manos de la gente de su cuerda.
Hemos visto durante estos años cómo ha querido suplantar a las asociaciones de vecinos, con conflictos innecesarios en la elaboración de los programas de fiestas de los barrios, absurdas prohibiciones, absurdas concesiones también y absurdos proyectos que no responden a cultura, sino a megalomanía.
Las últimas ordenes de multar a los músicos que actúan en la calle o el sempiterno Museo de los Sanfermines, la estatua de Juan Pablo II son muestras llamativas para no tener que extendernos demasiado.
La Unesco, en la declaración de México de 1982, declaró: «…que la cultura da al hombre la capacidad de reflexionar sobre sí mismo. Es ella la que hace de nosotros seres específicamente humanos, racionales, críticos y éticamente comprometidos. A través de ella discernimos los valores y efectuamos opciones. A través de ella el hombre se expresa, toma conciencia de sí mismo, se reconoce como un proyecto inacabado, pone en cuestión sus propias realizaciones, busca incansablemente nuevas significaciones, y crea obras que lo trascienden».
Esto es lo que los pueblos han hecho siempre. Expresarse, pensar sobre su realidad, asumir que se puede seguir creciendo y crecer. Y esto es lo que el poder ha tratado siempre de controlar. Esto es lo que la derecha teme. Personas que piensan, se expresan y comparten la cultura.
Obviamente la sociedad del consumo y del capital pretende encaminarnos justamente en el sentido contrario. La mayor parte de los medios de comunicación son anuncios gigantescos que orientan el pensamiento único, el deseo por el producto, el coche, la casa, el móvil, el fútbol, el bipartidismo. Y los dos grandes partidos están encantados de que nos conformemos con ir a trabajar y ver la tele como mayor reclamo cultural pues son aliados necesarios que pretenden la alienación de la sociedad.
Por ello hemos de recuperar la calle de la que nos han echado. Para volver a expresarnos, sentirnos, pensar y reconocernos. Buscar el pensamiento crítico, compartiendo experiencias, creando espacios libres de tutela donde la gente sea la protagonista, el motor. Facilitando todas las actividades de barrios y vecinos sin intromisiones. Que sean las escuelas de música, artes y oficios, teatro, etcétera, quien nos guíen, pues en ellas está el pulso de la calle y el futuro de nuestro arte. No usar las expresiones culturales ya existentes y ya institucionalizadas para tapar, bloquear e impedir otras formas de expresión u otras formas de cultura. Para poner un ejemplo, estos últimos Sanfermines se negaron los permisos para casi la totalidad, si no la totalidad, de las iniciativas populares con la alegación consistorial de que no aportaban nada nuevo. Como si la participación espontánea y desinteresada de la gente no fuera ya algo especial de por sí.
Por ello, me vuelvo a remitir a la declaración de México de 1982 de la Unesco que he citado antes. Porque la cultura no es algo secundario en la sociedad, como pretenden hacernos creer los medios de la derecha. Todos hemos oído expresiones como culturetas, artistillas y así. Para la derecha la cultura no ha de trascender de lo meramente comercial cuando la cultura es una parte importantísima de nuestra realización como seres humanos.
Hace de nosotros seres específicamente humanos, racionales, críticos y éticamente comprometidos, como se dice en la declaración de México, y debemos protegerla, facilitarla y promoverla con la misma intensidad y tesón que a cualquiera de nuestros demás derechos.