¿Cuándo un alto el fuego, no es un alto el fuego?

El Gobierno español ha respondido con frialdad, incluso con desprecio, al anuncio de alto el fuego del pasado domingo del grupo terrorista vasco, ETA. Esta actitud contrasta con el optimismo, moderado por la precaución, con que la misma administración saludó una similar declaración de ETA en marzo de 2006.

No es difícil entender porqué. El alto el fuego de 2006 llegó después de que el presidente, José Luis Rodríguez Zapatero, hiciera pública un año antes, una oferta de proceso de paz a ETA. Había habido conversaciones informales entre el PSE y el grupo armado (…)

(…) Esta vez no hay oferta de proceso de paz por parte del Gobierno. Parece que ha habido contactos informales entre algunos dirigentes socialistas vascos y de Batasuna, pero no tienen la bendición oficial de Madrid.

No hay mediadores internacionales implicados. Figuras destacadas como el abogado surafricano Brian Currin y el sacerdote irlandés Alec Reid, han estado ciertamente aconsejando a Batasuna y posiblemente a ETA, en base a sus experiencias en procesos de paz en sus propios países. Pero de nuevo no tienen la aprobación de Madrid. Son facilitadores, más que mediadores.

Mientras ETA dice que está en alto el fuego, el Gobierno español dice que no. «No habrá ni un cambio en nuestra política antiterrorista», dijo el lunes el ministro de Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba. «La idea de una tregua como manera de abrir un proceso del diálogo está muerta».

Zapatero tiene  importantes razones para ser tan precavido. Primero porque ETA utilizó el alto el fuego de 2006 para reorganizarse y reamarse. El gato escaldado huye del agua fría. En segundo lugar porque la oferta de diálogo del presidente provocó feroces denuncias del principal partido de la oposición, el partido de la derecha popular. El PP entonces puso en marcha movilizaciones masivas en la calle contra las negociaciones, y encontró cierta acogida entre muchos votantes socialistas.

El dragón del nacionalismo español, inactivo por su asociación con la cercana dictadurada de 40 años de Franco, despertó. Había mucha inquietud por el exceso de autonomía concedida a los vascos y catalanes (muy prósperos). Más concesiones serían anatema para muchos españoles.

Finalmente, una serie de detenciones de destacados miembros de ETA e incautaciones de armas en los últimos tres años han dejado a ETA en una difícil situación para operar. Madrid sospecha que este alto el fuego más que por voluntad propia viene dado por la necesidad. El grupo armado apenas puede realizar ataques eficaces en este momento.

¿Si ése es el caso, como dicen los principales consejeros políticos de Zapatero, por qué dar a ETA credibilidad ahora, incluso para organizar su desarme y su disolución oficial? ¿Por qué no dejarles que se diluyan ignominiosamente, como lo hicieron otros grupos de terroristas españoles de extrema izquierda y de extrema derecha tras la dictadura en los años 80?

El argumento contrario es que ETA ha sobrevivido más de 30 años a esos otros grupos porque sus aspiraciones de independencia son compartidas por un sector importante de la sociedad vasca. Es el argumento que ha puesto sobre la mesa el presidente de los socialistas vascos, Jesús Eguiguren. El cree que en Batasuna se han producido cambios significativos desde el último alto el fuego.

Batasuna ha hecho un trabajo impresionante a nivel internacional por medio de Brian Currin. Persuadieron a una larga listra de personalidades, incluídos Nelson Mandela y Mary Robinson, para firmar la «Declaración de Bruselas» el pasado mes de marzo, en la que se invitaba a ETA a declarar un alto el fuego permanente y supervisado por mediadores internacionales. También se pedía una respuesta apropiada del Gobierno español que «permitiría nuevos esfuerzos políticos y democráticos para avanzar».

Históricamente, ETA ha dictado siempre la agenda a sus aliados políticos, y los líderes de Batasuna han tenido poca o ninguna de la autoridad que Gerry Adams podría tener sobre el I.R.A. Ahotra la posición parece haberse invertido, sin duda debido a, en parte, a la debilidad operacional de ETA.

Pero los nacionalistas vascos radicales también miran lo que ha sucedido en Cataluña, donde la política, sin armas, ha permitido avanzar hacia la independencia más de lo que ha sido posible en el País Vasco.

Eguiguren tiene los pies en la tierra, y sabe que las demandas vascas para la autodeterminación no saldrán adelante. Una nueva generación puede renovar ETA, simplemente, si se ignora este alto el fuego de ETA.

La legalización de Batasuna para las elecciones locales de 2011, en estricta ausencia de violencia, podría ser el consejo más sabio a a seguir por Zapatero. Pero deberá maniobrar hábilmente para superar los obstáculos que encontrará en Madrid.

Paddy Woodworth es autor de la «Guerra sucia, manos limpias: ETA, el GAL y la democracia española» y «The Basque Country».

 

The New York Times