¿Puede Rusia ser grande?

En los años cincuenta, muchos estadounidenses temían que la Unión Soviética rebasara a su país como principal potencia mundial. La Unión Soviética tenía el territorio más grande del mundo, la tercera población más grande, y la segunda mayor economía. Además, producía más petróleo y gas que Arabia Saudita.

Asimismo, la Unión Soviética poseía casi la mitad de las armas nucleares del mundo, su ejército era más grande que el de los Estados Unidos, y tenía más personas empleadas en la investigación y el desarrollo. Detonó una bomba de hidrógeno en 1952, sólo un año después que los Estados Unidos, y fue la primera en lanzar un satélite al espacio en 1957.

En lo que se refiere al poder blando, la ideología comunista era atractiva en la Europa posterior a la Segunda Guerra Mundial debido a sus características antifascistas, y en el Tercer Mundo debido a su identificación con los movimientos nacionales de independencia. La propaganda soviética promovió activamente un mito sobre la inevitabilidad del triunfo del comunismo.

Nikita Khrushchev hizo la famosa declaración en 1959 de que la Unión Soviética superaría a los Estados Unidos para 1970, a más tardar para 1980. Todavía en 1976, Leonid Brezhnev le dijo al presidente que el comunismo dominaría al mundo para 1995. Estas predicciones fueron reforzadas con  tasas de crecimiento económico anual de entre 5% y 6% y con un aumento de la participación de la Unión Soviética en la producción mundial, de 11% a 12,3% registradas entre 1950 y 1970.

Más adelante, sin embargo, la tasa de crecimiento de la Unión Soviética y su participación en la producción mundial empezó una larga caída. En 1986, Mikhail Gorbachev describió la economía de su país como “muy desordenada. Estamos atrasados en muchos índices.” Un año después, el ministro de Asuntos Exteriores, Eduard Shevardnadze, les dijo a sus funcionarios, “ustedes y yo representamos a un gran país que en los últimos quince años ha ido perdiendo cada vez más su posición como una de las principales naciones industrializadas del mundo.”

Lo que es sorprendente en retrospectiva es cuan imprecisos eran los análisis occidentales sobre la potencia soviética. A finales de los años setenta, el Comité de Amenazas Actuales (Committee on the Present Danger) sostenía que la potencia soviética estaba superando a la estadounidense y que las elecciones en 1980 en los Estados Unidos reflejaban esos temores. Con todo, en 1991 la Unión Soviética se colapsó.

El fin de la Unión Soviética dejó a Rusia significativamente reducida: territorialmente (76% de la URSS), demográficamente (50% de la población de la URSS), económicamente (45% de la producción de la URSS), y en términos de efectivos militares (33% de las fuerzas armadas de la URSS). Además, el poder blando de la ideología comunista prácticamente había desaparecido.

Aun así, Rusia tenía cerca de 5,000 armas nucleares desplegadas y un ejército con más de un millón de efectivos, aunque su gasto militar representaba apenas el 4% del total mundial (comparado con el 40% de los Estados Unidos) y su capacidad para proyectar su poder a nivel global había disminuido considerablemente.

En lo que se refiere a recursos económicos, el PIB de 2,3 billones de dólares de Rusia era equivalente al 14% del de los Estados Unidos al momento de la independencia, y su ingreso per cápita de 16,000 dólares (medido en función de la paridad del poder adquisitivo) se aproximaba al 33% del de los Estados Unidos. Su economía dependía en gran medida de los ingresos del petróleo y el gas, y los bienes de alta tecnología representaban apenas el 7% de sus exportaciones de manufacturas (en comparación con el 28% en el caso de los Estados Unidos).

En términos de poder blando, a pesar de lo atractivo de la cultura tradicional rusa, el país tiene poca presencia a nivel global. Como dice el analista ruso Sergei Karaganov, Rusia tiene que utilizar “el poder duro, incluyendo la fuerza militar, porque vive en un mundo mucho más peligroso y no tiene a nadie que lo proteja y porque tiene poco poder blando –es decir, atractivo social, cultural, político y económico.”

Rusia ya no tiene los obstáculos de la ideología comunista y el engorroso sistema de planificación central, y si bien la posibilidad de una fragmentación étnica sigue siendo una amenaza, ésta ha disminuido. Mientras que las personas de etnia rusa representaban el 50% de la población de la Unión Soviética, ahora son el 81% de la Federación de Rusia.

Faltan muchas de las instituciones políticas necesarias para que haya una economía de mercado efectiva y la corrupción está muy extendida. El capitalismo sin escrúpulos del país carece de una regulación efectiva que cree confianza en las relaciones de mercado. El sistema de salud pública está totalmente desorganizado, las tasas de mortalidad han aumentado y las de natalidad están disminuyendo. El hombre ruso promedio muere a los 59 años –indicador que es extraordinariamente bajo para una economía avanzada. Los cálculos de los demógrafos de las Naciones Unidas indican que la populación de Rusia podría caer de 145 millones actualmente a 121 millones para mediados del siglo.

Rusia puede tener muchos futuros. En un extremo, algunos consideran que el país es una república bananera industrializada, cuyas instituciones corruptas y problemas demográficos y de salud insuperables hacen que la caída sea inevitable.

Otros argumentan que la reforma y la modernización permitirán que el país solucione sus problemas y que sus líderes van por ese camino. A finales de 2009, el presidente Dmitri Medvedev hizo un llamado abierto a modernizar la economía rusa, a eliminar su humillante dependencia de los recursos naturales y a deshacerse de las actitudes soviéticas que dijo que estaban obstaculizando los esfuerzos de Rusia para seguir siendo una potencia mundial.

No obstante, como sostiene Katinka Barysch del Centro para la Reforma Europea, el concepto de modernización de los líderes rusos se centra demasiado en el Estado, sobre todo tomando en cuenta que las instituciones públicas funcionan tan mal. Afirma que “una economía innovadora necesita mercados abiertos, capital de riesgo,  empresarios con ideas propias, tribunal de quiebras expeditos y una protección firme de la propiedad intelectual. En cambio, lo que hay son “monopolios generalizados, corrupción ubicua, interferencias asfixiantes del Estado, leyes débiles y contradictorias.”

Un gobierno disfuncional y la corrupción extendida dificultan la modernización. Peter Avenk, presidente de Alfa Bank dice que “económicamente Rusia se parece cada vez más a la Unión Soviética. Hay una enorme dependencia del petróleo, necesidades de capital y de reformas serias, mientras que la carga social es muy pesada. El principal riesgo es el estancamiento”. Un economista ruso afirma terminantemente que “no hay un consenso a favor de la modernización.”

Cualquiera que sea el resultado, debido a su fuerza nuclear residual, su gran capital humano, sus capacidades en cibertecnología y su ubicación tanto en Europa como en Asia, Rusia tendrá los recursos necesarios para crear problemas serios o para hacer contribuciones importantes en un mundo globalizado. A todos nos interesa que haya un proceso de reforma en Rusia.

 

Joseph Nye, ex secretario asistente de Defensa de los Estados Unidos, es profesor de la Universidad de Harvard y autor de The Future of Power, que se publicará próximamente.

Copyright: Project Syndicate, 2010.

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Traducción de Kena Nequiz