Hiroshima y el arte del ultraje

La Estación Aérea Futenma del Cuerpo de Marines en Okinawa, una de las bases militares más grandes de los Estados Unidos en Asia oriental, se encuentra en el centro de una populosa ciudad. Los gobiernos estadounidense y japonés admiten los peligros de esta situación y acordaron hace casi 15 años que la base debía trasladarse; sin embargo, hasta ahora no se hizo nada.

En 2009, un nuevo primer ministro, Yukio Hatoyama, tentó a los habitantes de Okinawa con la perspectiva de sacar la despreciada base de la isla, pero recientemente se vio obligado a renunciar, en parte, debido a su incapacidad de cumplir esa promesa. El sucesor de Hatoyama, Naoto Kan, ha dado a entender claramente que piensa respetar el acuerdo de seguridad Estados Unidos-Japón ­posición que, si bien no está directamente relacionada con el tema de reducir la presencia militar estadounidense en Japón, podría indicar que son ésos los vientos que soplan.

Hace poco, se informó que la comisión gubernamental está a punto de presentar un informe político al primer ministro Kan, donde se sugiere que, con respecto a los «tres principios no nucleares» de Japón ­que prohíben la producción, posesión e introducción de armas nucleares­ no sería prudente «limitar la mano generosa de Estados Unidos» y se recomienda que permitamos el transporte de armas nucleares a través de nuestro territorio para mejorar el llamado paraguas nuclear.

Cuando leí esto en el diario hace pocos días, tuve una sensación de ultraje. Me sentí de la misma forma que cuando otra información ultrajante salió a la luz este año: el acuerdo secreto de hace décadas relacionado con Okinawa firmado por Estados Unidos y Japón en contravención del tercero de los tres principios no nucleares, que prohíbe introducir armas nucleares en Japón.

En la Ceremonia de Paz anual en Hiroshima del viernes 6 de agosto, que este año marcó el 65° aniversario del lanzamiento de la bomba atómica, representantes de Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos planearon asistir por primera vez. Se trata de una manifestación pública en la que los líderes pronuncian discursos, pero también tiene un aspecto más profundo e íntimo, ya que los sobrevivientes de la bomba atómica ofrecen un consuelo ritual a los espíritus de sus familiares muertos. De las actividades oficiales que se han creado en los últimos 200 años de modernización, la ceremonia de la paz tiene el grado más alto de seriedad moral.

Uso la expresión «seriedad moral» deliberadamente, para retomar un pasaje del discurso del presidente Obama pronunciado en Praga en abril de 2009. «Siendo la única potencia nuclear que utilizó un arma atómica, los EE.UU. tienen la responsabilidad moral de actuar», dijo. La exhortación de Obama constituye un indicio más de que está germinando un sentimiento de crisis, alimentado por la conciencia creciente de que si no se toman medidas decisivas, la posesión de armas nucleares no se limitará a unos pocos países privilegiados.

En una reunión del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas antes de ser depuesto, el primer ministro Hatoyama respondió al discurso de Obama en Praga señalando que también Japón tenía una «responsabilidad moral» por ser «la única víctima de bombardeos nucleares».

Pero, ¿qué clase de acción derivará de esta retórica antinuclear? Si el primer ministro Kan también se toma el tiempo de reflexionar sobre la frase de Obama, ¿cómo podría interpretarla? ¿Y qué pasaría con las víctimas de las bombas?¿No se sentirían indignados si les dijeran que es su responsabilidad moral, como ciudadanos del único país víctima de la bomba atómica, optar por vivir bajo la protección de un paraguas nuclear, y que querer descartar ese paraguas a favor de la libertad es, a la inversa, una abdicación de su responsabilidad? Yo también estoy preocupado ­ahora que las promesas optimistas de reubicación del ex primer ministro no se materializaron y el plan original de trasladar la base Futenma a un lugar en la costa cerca de la aldea de Henoko en Okinawa ha vuelto a cobrar vida­ una muestra de cómo sería percibido semejante cambio de política lo dan los hombres y mujeres ancianos que organizaron una sentada que lleva más de 2.000 días en Henoko.

Hace sesenta años, habiéndose enterado de que una amiga que había sido dada por desaparecida luego del bombardeo de Hiroshima había aparecido allí en un hospital, mi madre armó un magro paquete de auxilio y partió desde nuestra casa en Shikoku para visitarla. A su regreso, nos contó la descripción que había hecho su amiga de esa mañana de agosto en 1945.

Momentos antes de que cayera la bomba, la amiga de mi madre había buscado refugio del sol brillante del verano a la sombra de una sólida pared de ladrillos y desde allí vio cómo dos niños que habían estado jugando al aire libre se evaporaron en un abrir y cerrar de ojos. «Me sentí ultrajada», le dijo a mi madre, llorando.

Si bien yo no capté totalmente su importancia en ese momento, siento que oír esa historia aterradora (junto con la palabra ultraje, caló muy hondo en mí, echando raíces en mi corazón) es lo que me impulsó a ser escritor. Pero me obsesiona la idea de que, en definitiva, nunca pude escribir una «gran novela» sobre las personas que vivieron los bombardeos y los siguientes más de 50 años de era nuclear que he vivido ­y pienso que ahora escribir esa novela es lo único que realmente quise hacer.

En el último libro de Edward W. Said Sobre el estilo tardío, él da muchos ejemplos de artistas (compositores, músicos, poetas, escritores) cuyas obras a medida que envejecían contenían una especie peculiar de tensión concentrada, al borde de la catástrofe y que, en sus últimos años, usaron esa tensión para expresar sus épocas, sus mundos, sus sociedades y a sí mismos.

Por mi parte, cuando me enteré del restablecimiento de la ideología del paraguas nuclear, me observé a mí mismo sentado solo en mi estudio en mitad de la noche… y lo que vi fue a un ser humano envejecido e impotente, inmóvil bajo el peso de su gran ultraje, sintiendo simplemente la tensión peculiarmente concentrada, como si hacerlo (no haciendo nada) fuera una forma de arte en sí.

Y para este japonés viejo, estar sentado solo allí en protesta silenciosa será quizá su «obra tardía».

 

* Publicado en THE NEW YORK TIMES y en CLARIN, agosto de 2010. Traducción de Cristina Sardoy

Tomado de: http://ddooss.org/articulos/otros/Kenzaburo_Oe.htm