Los partidos deben definir qué clase de país quieren, con compromisos sociales y cómo alcanzarlos
Domingo, 29 de agosto del 2010
Oriol Bohigas Arquitecto
Un nuevo curso político se inicia y ya se adivinan los temas que lo marcarán y que configurarán las campañas y precampañas electorales que en él van a coincidir. Me temo que, una vez más, dejaremos de lado los temas esenciales -los que de verdad determinan desde una base política las soluciones a los problemas más próximos a la cotidianidad ciudadana- y nos contentaremos con discutir lo referido a la gestión más que al sistema, a la práctica puntual más que al cambio estructural. Todos los partidos ofrecerán soluciones a la crisis con propuestas oportunistas, disimularán las corrupciones con argumentos a la contra, defenderán los intereses de gremios irresponsables pero electoralmente potentes, presentarán políticas ambientales sin instrumentos de actuación. Las respuestas electorales serán del mismo tono y puede que solo hallemos sentido en el previsible volumen de la abstención y el voto en blanco, que será necesario interpretar como una repulsa contra las distancias entre los políticos y los ciudadanos, contra la escasa eficacia de los actuales partidos y sus líderes. Será una bofetada sonora, pero habremos eludido la discusión y las decisiones sobre las teorías políticas que deben gobernarnos a medio y largo plazo.
Pero Catalunya puede ser una excepción. Hay un tema de alcance general con consecuencias estructurales que pretende modificar el sistema y que está vivo en las vibraciones ciudadanas y estará presente en el panorama electoral: el catalanismo, por decirlo con un término que comprende varias aproximaciones a la soberanía. ¿Podríamos decir que, quizá, este debe ser uno de los temas de más envergadura y de mayor profundidad en las próximas elecciones si lo sabemos situar al margen de las trifulcas partidistas? ¿Podríamos decir que alcanzar esta trascendencia es una de las misiones políticas del electorado catalán y de los pocos políticos que aun deberían sentirse responsables? Lo cierto es que los partidos y los líderes que ahora están a la greña no valoran adecuadamente esta responsabilidad, y, así, el catalanismo podría disolverse entre anécdotas puntuales y temas de gestión, en falsas explicaciones sectarias que no prioricen la trascendencia del cambio.
Para volver a la eficacia democrática es indispensable que los partidos catalanes que pueden aspirar a resultados mayoritarios -al Gobierno o a la oposición- reestructuren sus programas, y que cada cual plantee el contenido político de su catalanismo como punto de partida de un gran cambio que puede condicionarlo todo. ¿Autonomía, federalismo, independencia? ¿Situaciones extremas o aproximaciones tácticas? Sí, pero ¿para conseguir qué? ¿Para construir qué clase de país y con qué clase de compromisos sociales? Es más: ¿con qué medios y con qué instrumentos? ¿Con qué ideas políticas? En estos últimos meses hemos reclamado la unidad de los partidos catalanes en la defensa del Estatut. No sé si ahora una actitud eficaz, en lugar de la unidad, sería la específica definición del carácter político que cada partido atribuye a la respectiva posición catalanista. Después del Nosaltres decidim referido a unos derechos objetivos de soberanía es necesario reclamar un Nosaltres elegim referido a la necesidad de distinguir entre los diferentes contenidos políticos de este catalanismo.
Pero me temo que los partidos, tal y como funcionan ahora, no están dispuestos a hacer ofertas concretas. El PSC acaba de demostrar que a la hora de la verdad no puede desligarse del PSOE. Necesitaría cambios esenciales para poder llevar la batuta del complejo abanico de la izquierda catalanista. CiU encuentra dificultades para equilibrar en un solo programa las bases conservadoras de sus votantes con las bases más radicales del catalanismo. Los partidos pequeños pueden ser -deben ser- más explícitos y aprovechar las oportunidades electorales, pero siempre pendientes de las alianzas que van a condicionarlos, incluso en la definición de la clientela. La emergencia de nuevos partidos que modifiquen la situación actual siempre es esperanzadora, pero aún no parecen lo suficientemente maduros para ser algo más que una acción reguladora en los desequilibrios parlamentarios puntuales y un eficacísimo fomento del catalanismo como base de discusión política indispensable. De los partidos no catalanistas no hay que esperar nada nuevo.
Me temo, pues, que el nuevo curso político, con las correspondientes escenas electorales, no decidirá todavía la transformación de los grandes principios políticos. Ni siquiera los principios -como los derivados del catalanismo- que la ciudadanía reclama desde posiciones más globales y comprensibles, por encima de las anécdotas del oportunismo partidista. Cabe esperar que la corriente catalanista siga dominando por encima de los partidos, y que muy pronto obligue a grandes cambios de liderazgos. El camino marca ya un itinerario evidente y no demasiado lejano. Arquitecto.