El reciente viaje de Hillary Clinton a Asia podría llegar a considerarse algún día la visita más importante a la región de un diplomático de Estados Unidos desde la misión secreta de Henry Kissinger a Pekín en julio de 1971. La misión de Kissinger desencadenó una revolución diplomática. La reanudación de las relaciones Estados Unidos-China cambió el equilibrio mundial de poder en plena guerra fría y preparó el terreno para que China abriera su economía, decisión que, más que ninguna otra, ha dado forma al mundo actual. Lo que Clinton hizo y dijo durante su gira asiática marcará el final de la era que Kissinger inició hace cuatro decenios o el comienzo de una nueva fase claramente distinta al respecto.
En su gira, Clinton lanzó las señales más claras de que Estados Unidos no está dispuesto a aceptar la pretensión de China de ejercer la hegemonía regional. En la cumbre de la Asociación de Naciones del Sudeste de Asia celebrada en Hanói, Clinton, en un aparte, impugnó ante el ministro chino de Asuntos Exteriores, Yang Jiechi, la afirmación de Pekín de que su soberanía sobre las islas Spratly del mar de la China Meridional fuera ahora un “interés fundamental”. Con esa expresión, China considera las islas (cuya soberanía se disputan Vietnam y Filipinas) parte tan integrante de China continental como Tíbet y Taiwán, por lo que cualquier injerencia extranjera resulta tabú.
Al rechazarla, Clinton propuso que Estados Unidos ayudara al establecimiento de un mecanismo internacional para mediar entre las reivindicaciones de soberanía superpuestas de China, Taiwán, Filipinas, Vietnam, Indonesia y Malasia ahora existentes en el mar de la China Meridional. Para China, la intervención de Clinton fue una conmoción y, dada la calurosa reacción que recibió de sus anfitriones vietnamitas, pese a haber criticado su ejecutoria en materia de derechos humanos, podría ser que la secretaria de Estado de EE. UU. hubiera planteado esa cuestión – al menos en parte-a instancias de ellos y tal vez también de Malasia y Filipinas.
En Asia ha surgido un miedo generalizado a que China pretenda utilizar su fuerza marítima en aumento para dominar no sólo la explotación de las aguas, ricas en hidrocarburos, del mar de la China Meridional, sino también sus rutas de navegación, que son de las que tienen más tráfico marítimo del mundo. Por eso, se acogió con beneplácito la noticia de que Clinton había intensificado aún más el compromiso de Estados Unidos con la seguridad naval en los mares que circundan China al asistir personalmente a las maniobras navales y aéreas conjuntas con Corea del Sur frente a las costas orientales de la península de Corea. Asimismo, los vínculos militares entre EE. UU. y la unidad más selecta de las fuerzas armadas de Indonesia – suspendidas durante decenios-fueron reanudados durante la gira asiática de Clinton. Dichas maniobras fueron una primera advertencia inmediata a Corea del Norte sobre la firmeza del compromiso de Estados Unidos con Corea del Sur, después del hundimiento por Corea del Norte del buque de guerra Cheonan durante la pasada primavera. Tal vez sea aún más importante que confirmaran que el ejército de Estados Unidos no está demasiado distraído por sus compromisos iraquíes y afganos para defender los intereses nacionales decisivos de Washington en el continente asiático.
Una fase posterior de las maniobras ocurrió en el mar Amarillo, aguas internacionales muy próximas a China, como una meridiana demostración del compromiso de Estados Unidos con la libertad en los mares de Asia, a la que siguió la visita de un portaaviones americano a Vietnam, la primera desde que concluyó la guerra de Vietnam, hace 35 años.
Como era de esperar, Corea del Norte aulló bravuconadas contra las maniobras e incluso amenazó con una respuesta “física”, y China no sólo declaró que la intervención de Clinton sobre las islas del mar de la China Meridional era un “ataque”, sino que, además, realizó maniobras navales no programadas en el mar Amarillo antes de las de EE. UU. y Corea del Sur.
La visita de Clinton fue importante no sólo por su reafirmación del firme compromiso de Estados Unidos con la seguridad de Asia y del Pacífico oriental, sino también porque dejó en evidencia ante toda Asia una contradicción fundamental inherente a la política exterior china. En el 2005, los dirigentes chinos anunciaron una política encaminada a lograr un “mundo armonioso” y se fijaron como objetivo unas relaciones amistosas con otros países, en particular sus vecinos cercanos, pero en agosto del 2008 el Comité Central del Partido Comunista declaró que “la labor en materia de asuntos exteriores debe contribuir a la construcción económica fundamental”.
Al parecer, ahora se han puesto todas las relaciones exteriores al servicio de los intereses nacionales. Por ejemplo, el miedo a una extensión de la agitación a consecuencia de un desplome de Corea del Norte se debe la pasividad de la política china para con este país. Y la intransigencia china respecto del mar de la China Meridional es una consecuencia directa de la bonanza económica que, según sospecha, yace en el fondo del mar. A consecuencia de ello, China está haciendo que la tarea de desarrollar unas relaciones regionales amistosas resulte casi imposible.
En Asia se espera actualmente que la visita de Clinton permita a los gobernantes de China entender que donde se está poniendo a prueba y modelando el papel internacional global de su país es primordialmente en Asia. La retórica estridente y el desdén del hegemonismo por los intereses de los vecinos más pequeños sólo crean enemistad, no armonía. La calidad de los vínculos de China con sus vecinos asiáticos, en particular India, Indonesia, Japón, Rusia y Corea del Sur, será fundamental para forjar su reputación internacional, al indicar no sólo a la región, sino también al resto del mundo el tipo de gran potencia que China se propone llegar a ser.
Una política china de presiones y amenazas de gran potencia a Vietnam o Filipinas, o ambos, por la soberanía de las islas Spratly o la intimidación deliberada de sus vecinos más pequeños del Asia meridional seguirán provocando alarmas en todo el Pacífico y se considerarán una prueba de las ambiciones hegemónicas del régimen chino. Ano ser que China demuestre que puede llegar a acuerdos pacíficos en sus disputas con sus vecinos sobre la soberanía, sus afirmaciones sobre un “ascenso pacífico” no parecerán convincentes ni en Washington ni en las demás capitales de Asia.
Hace cuarenta años, la apertura de Estados Unidos a la China de Mao conmocionó a Japón y a toda Asia. La visita de Clinton ha hecho lo contrario: ha conmocionado a China… y es de esperar que de un modo que modere su conducta en la región. Y, si se puede decir que una conmoción puede ser tranquilizadora, esta ha aliviado sin lugar a dudas las preocupaciones asiáticas sobre la continuidad del compromiso de Estados Unidos con la seguridad regional.
YURICO KOIKE, ex ministra japonesa de Defensa y asesora de Seguridad Nacional, es diputada de la oposición en la Dieta de Japón
© Project Syndicate, 2010
Traducción: Carlos Manzano.