Estados Unidos está atrapado en el debate sobre la inmigración. El estado de Arizona recientemente implementó una ley que alienta a la policía a verificar la situación de inmigración de aquellas personas que fueron detenidas por otras razones –y que requiere que los inmigrantes ofrezcan pruebas de su condición legal cuando así se los solicite.
La administración Obama ha criticado esta ley, grupos de la iglesia han protestado calificándola de discriminatoria y un tribunal federal ha emitido una orden restrictiva temporaria que dictamina que la inmigración es una cuestión federal. Más allá de cuál sea el resultado del caso legal, la ley de Arizona ha demostrado ser popular en otros estados, y representa la creciente importancia de la inmigración como una cuestión política.
El hecho de que Estados Unidos se encierre hacia adentro y recorte considerablemente la inmigración tendría consecuencias graves para la posición de Estados Unidos en el mundo. Con sus niveles actuales de inmigración, Estados Unidos es uno de los pocos países desarrollados que pueden evitar la caída demográfica y mantener su porcentaje de la población mundial, pero esto podría cambiar si las reacciones a los atentados terroristas o la xenofobia pública hicieran cerrar las fronteras.
Los temores por el efecto de la inmigración en los valores nacionales y en una sensación coherente de identidad norteamericana han existido desde los primeros años de la nación. El Partido “Know Nothing” del siglo XIX se cimentó en base a la oposición a los inmigrantes, particularmente los irlandeses. A los asiáticos se los condenó a la exclusión desde 1882 en adelante y, con la Ley de Restricción a la Inmigración de 1924, el influjo de inmigrantes se desaceleró durante cuatro décadas.
Durante el siglo XX, la nación registró su mayor porcentaje de residentes nacidos en el exterior en 1910 -14,7% de la población-. Hoy, el 11,7% de los residentes estadounidenses nacieron en el extranjero.
A pesar de ser una nación de inmigrantes, son más los norteamericanos que se muestran escépticos frente a la inmigración que los que la aceptan.
Dependiendo de la encuesta, o bien una pluralidad o bien una mayoría quiere menos inmigrantes. La recesión exacerbó estas opiniones, y en 2009 la mitad de los norteamericanos estaba a favor de reducir la inmigración legal, con respecto al 39% en 2008.
Tanto la cantidad como el origen de los nuevos inmigrantes han sido motivo de preocupación sobre los efectos de la inmigración en la cultura norteamericana. Datos del censo del año 2000 revelan una creciente población hispana, debido en gran medida a olas de nuevos inmigrantes, legales e ilegales. De hecho, los demógrafos predicen que en 2050 los blancos no hispanos sólo conformarán una pequeña mayoría de los residentes estadounidenses. Los hispanos representarán el 25%, los afronorteamericanos el 14% y los asiáticos el 8%.
La mayor parte de la evidencia sugiere que los últimos inmigrantes se están asimilando por lo menos con la misma velocidad que sus antecesores. La necesidad de comunicarse de manera efectiva, sumada a las fuerzas de mercado, genera un poderoso incentivo para dominar el inglés y aceptar un grado de asimilación. Los medios modernos también ayudan a los nuevos inmigrantes a contar con más información de antemano sobre su nuevo país en comparación a los inmigrantes hace un siglo.
Si bien una tasa de inmigración demasiado rápida puede causar problemas sociales, quienes la defienden sostienen que, en el largo plazo, la inmigración fortalece el poder de Estados Unidos. Por cierto, 83 países y territorios, entre ellos la mayoría de los países desarrollados, actualmente tienen tasas de fertilidad por debajo del nivel necesario para mantener un nivel de población constante. Para sustentar su dimensión demográfica actual, Japón, por caso, tendría que aceptar 350.000 inmigrantes por año en los próximos 50 años, lo cual es difícil para una cultura que históricamente se ha mostrado hostil a la inmigración.
Por el contrario, a pesar de la ambivalencia de los norteamericanos, Estados Unidos sigue siendo un país de inmigración. La Oficina de Censo proyecta que la población estadounidense aumentará el 49% en las próximas cuatro décadas.
Hoy Estados Unidos es el tercer país más poblado del mundo; dentro de 50 años probablemente siga ocupando el tercer lugar (después de China e India). La inmigración no sólo es relevante para el poder económico, sino que, teniendo en cuenta que casi todos los países desarrollados están envejeciendo y enfrentan la carga de brindar atención a las generaciones más viejas, podría ayudar a reducir la agudeza del problema político.
Por otra parte, aunque los estudios sugieran que los beneficios económicos a corto plazo y directamente comprobables a nivel nacional son relativamente escasos, y que los trabajadores no calificados quizá se vean afectados por la competencia, los inmigrantes calificados pueden ser importantes para determinados sectores económicos. Un incremento del 1% en la cantidad de graduados universitarios inmigrantes deriva en un aumento del 6% en las patentes per capita. En 1998, ingenieros de origen chino e indio estaban al frente de una cuarta parte de las empresas de alta tecnología de Silicon Valley, con un total de 17.800 millones de dólares en ventas, mientras que en 2005 los inmigrantes de origen extranjero habían ayudado a fundar una de cada cuatro nuevas empresas tecnológicas en Estados Unidos en la década previa.
De igual importancia son los beneficios de la inmigración para el poder blando de Estados Unidos. El hecho de que la gente quiera venir a Estados Unidos, junto con la movilidad ascendente de los inmigrantes, mejora el poder de atracción del país. Estados Unidos es un imán, y mucha gente puede imaginarse siendo norteamericana, porque muchos norteamericanos exitosos tienen la apariencia exterior de la gente de otros países.
Es más, las conexiones entre los inmigrantes y sus familiares y amigos en su país natal ayudan a transmitir información precisa y positiva sobre Estados Unidos. Por otra parte, la presencia de múltiples culturas crea vías de conexión con otros países, y ayuda a que se expandan las actitudes norteamericanas en una era de globalización. En lugar de diluir el poder duro y blando, la inmigración favorece a ambos.
Un alto estadista asiático, un agudo observador de larga data tanto de Estados Unidos como de China, concluye que China no superará a Estados Unidos como la principal potencia del siglo XXI debido a la capacidad de Estados Unidos de atraer lo mejor y lo más brillante del resto del mundo y fusionarlo en una cultura diversa de creatividad. China tiene una población más grande de la cual nutrirse fronteras adentro, pero en su opinión, su cultura sino-céntrica hará que el país resulte menos creativo que Estados Unidos.
Si bien se puede entender la resistencia de los ciudadanos estadounidenses a la competencia de los inmigrantes extranjeros durante un período de alto desempleo, sería irónico que el actual debate condujera a políticas que aislaran a Estados Unidos de su fuente inigualable de fortaleza.
Joseph S. Nye, ex subsecretario de Defensa de Estados Unidos, es profesor en Harvard y autor de Soft Power: the Means to Success in World Politics.
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