Hemeroteca: Cataluña

AVUI

Moral o poder

Ferran Mascarell

 

UNO. acaba el curso político. Nota: suspenso general. El Constitucional ha estropeado el Estatut. La política catalana no ha sabido responder con suficiente contundencia. La unidad catalanista ha sido precaria en Cataluña y vergonzosa en Madrid. Entre unos y otros han dado a los partidos estatales la tregua que deseaban. Por si fuera poco el Ministerio de Fomento ha recortado inversiones capitales en las infraestructuras del país. En las materias troncales, pues, la política catalana tendrá que pasar repescas.

DOS. La repesca será dura. El pueblo catalán está harto de defender principios obvios, de políticas de escaparate, de los dirigentes, de promesas incumplidas, de incoherencias partidistas, de palmadas en la espalda, de perder tiempo, de dar treguas a los adversarios, de mirar de reojo los retos del futuro. La historia dice que las treguas con Madrid casi siempre acaban contrariando los intereses de Catalunya. La historia dice que la vía pedagógica estilo Campalans no es suficiente. La historia muestra que la política catalana no ha asumido aún el principio de Valentí Almirall : el Estado no respetará los intereses de los catalanes si Cataluña no tiene partidos independientes y fuertes. La historia lo dice : la única pedagogía posible hacia los partidos estatales es la convicción, la coherencia y la unidad.

TRES. El presidente Montilla se ha referido a los daños morales que Cataluña está recibiendo del Estado; ha reclamado gestos para recuperar la confianza. Pero con gestos sin contenido no nos contentamos. Queremos respeto, realidades y continuidades. Personalmente pienso que los daños morales son importantes, pero aún más lo son los patrimoniales. Somos una nación y queremos autogobernarnos. Lo haremos, digan lo que digan el Constitucional y la clase política española. Pero ahora no nos estamos gobernando en plenitud, cuando más lo necesitamos, no disponemos de un Estado bastante eficiente cuando más lo necesitamos, no estamos encarando los complejos retos de futuro que conocemos. No vale la pena dedicarse a la improductiva tarea de lamernos heridas morales. La derrota del Estatuto no es sólo un problema moral, es sobre todo un problema de futuro. Tenemos pocas herramientas para desarrollar el autogobierno, para intentar ser eficientes, creativos e inteligentes. Este es el problema real de Cataluña. La unidad de los partidos es una cuestión de necesidad, de supervivencia. La sustitución del Estatuto por un proceso de rescate sin agenda será una versión ingrata del viejo «peix al cove» (pez al cesto).

CUATRO. Es imprescindible que los partidos catalanistas entiendan que sin una unidad básica -catalanista- en torno a un proyecto político nacional, gradual y autónomo, no sólo no avanzaremos, sino que retrocederemos. España tiene el poder del Estado, de la caja de todos y del boletín oficial. Y, además, con las cosas catalanas son coherentes. Dijeron que pasarían el cepillo por el texto que salió de Cataluña y lo han pasado. Ahora darán pececillo y propondrán treguas hasta que crean haber desconcertado, aburrido y vencido del todo la sociedad catalana.

CINCO. Se acaba la legislatura y en Cataluña hay que abrir necesariamente un tiempo nuevo. La sociedad catalana tendrá que aprender a trabajar de una manera diferente. Deberá aprender a aprovechar los espacios de soberanía económica y cultural que tiene, tendrá que luchar en todas las grietas que sea capaz de encontrar en el Estado y sobre todo tendrá que aprender a desarrollar un proyecto propio ampliamente apoyado que vaya más allá de la lógica partidista y estrecha de los actuales partidos políticos. La sociedad catalana ha de renovar su propio proyecto y debe ser infinitamente más exigente con el Estado, y también consigo misma.

 

AVUI – EL PUNT

CUANDO EL PUEBLO SE MANIFIESTA CON FUERZA HAY QUE ENTENDER QUE LEGISLA

Joan Ramon Resina

 

De vez en cuando en la historia de los pueblos se encuentran momentos de justicia estética. En Cataluña el pasado 10 de julio se convirtió en una de estas metas cuando miles de personas desbordaron la cabecera de la manifestación, donde los políticos pretendían dar una imagen de unidad al precio de no reivindicar nada. Los gritos de » Montilla, atrás » no eran ninguna falta de respeto, eran, simplemente, una evidencia de lo ocurrido en el país y a la vez la exigencia de que el presidente se pusiera en el lugar que le correspondía : detrás del pueblo que le ha sobrepasado ampliamente. A lo largo de la legislatura se ha ido viendo que Montilla es un fósil, pero el 10 – J ha llevado al PSC a tomar una decisión improrrogable : o se agarra a la fantasía de un encaje nacional híbrido y se hunde en la nada, o se reafirma en el españolismo estratégico del PSOE y hunde al país en una espiral identitaria, o bien -la opción más sensata y de más recorrido- se deshace del corsé español y une su suerte a la de Cataluña en un proceso de emancipación democrática que ya ha comenzado y, para decirlo en un lenguaje que sus militantes más antiguos entenderían, que va en el sentido de la historia. Porque, francamente, no es que el soberanismo les venga ancho, es que ni el autonomismo les llega al puño cuando pretenden estirar un poco más el brazo que la manga, como se ha visto con un Montilla incapaz de refrendar su propio discurso en la pretendida respuesta al ataque del Tribunal Constitucional.

 

¿Qué pasó el 10 – J? Sencillamente, que la Cataluña oficial fue batida en toda la línea. En la cabecera estaban todos los presidentes, pero la imagen de liderazgo que pretendían dar era engañosa, porque ni la manifestación era de los partidos ni éstos concurrían en sintonía con el millón y creces de personas que dijeron alto y claro que se ha cerrado una etapa que los Honorables han hecho y hacen todo lo posible por alargar más de lo razonable. Y si alguien no tenía derecho a encabezar una manifestación que era precisamente contra las instituciones, éste era el presidente que, siendo ministro del Estado, fue el primero en recortar el Estatut y en desgajar la unidad de acción en Madrid, el presidente que ahora quisiera convertir el 10- J en una maniobra electoral en clave española y desahogar la energía del 10- J mendigando un gesto y una limosna en forma de leyes revocables, los mismos derechos que el gobierno ha aplastado ensañándose en su liquidación.

 

Cataluña, ahora lo sabemos a ciencia cierta, no cabe en la Constitución española. Ante la brutalidad de esta evidencia, o se está a favor de una legalidad desenmascarada, o se está por la legitimidad que emana de la calle. ¿Qué hacía, pues, Montilla en la manifestación ? En una democracia funcional, el gobierno no sale a la calle por un fracaso de gestión que a la postre le es atribuible, al menos desde una óptica española. Hay en todo caso que superar esta óptica y condenar al Estado. La manifestación, en cambio, es un recurso de la sociedad para superar el escollo de instituciones insensibles. Y el 10- J la gente se manifestó contra las instituciones: el Tribunal Constitucional, una Constitución diseñada para ahogar Cataluña y convertida en la última ratio de la intolerancia española. Pero también se manifestó contra unos partidos que han perdido el sentido de la realidad y cargan su retórica con evasivas.

 

Ahora toca abrir un proceso constituyente, no porque la sentencia del TC mutile más o menos un texto refrendado por el pueblo, sino por que Catalunya se otorga el derecho a regirse a sí misma. Este fue sin duda el sentido mayoritario de la manifestación, mientras que la rigidez de los políticos aferrándose a fórmulas atrabiliàrias da una idea bastante clara de las opciones de futuro de cada uno. Porque, al margen de los intereses y vergüenzas de cada partido, una cosa es indiscutible : cuando un pueblo se manifiesta con la fuerza con que lo hizo el catalán el pasado día 10, hay que entender que legisla. Quien tenga oídos, que oiga.