Tesis coloniales

Argumentos coloniales

Vicent Sanchis

Uno de los argumentos más recurridos a lo largo de la historia contemporánea para justificar una agresión colonial ha sido la defensa de la población de la metrópoli residente en ese territorio subalterno o, aún más directamente, los intereses económicos o estratégicos del agresor. Un esquema que se empieza a insinuar aquí también. Es obvio que el hecho de que Cataluña no sea exactamente una colonia de España no excluye el recurso a una argumentación de esta naturaleza estricta e, incluso, si llegara el caso, al uso de la fuerza tal como ha determinado la estrategia de dominación que, por ejemplo, se ha repetido en el caso de la invasión del Tíbet por parte de China.

Quien más se puede sorprender por esta afirmación teórica es exactamente el que más lógica consideraría su aplicación práctica. Es decir, formularla ofende además a los que más usan criterios de dominación colonial en la relación de Catalunya con España. Como los medios de comunicación que se pretenden «nacionales» y que utilizan esta denominación con el mismo fervor exclusivo con el que desautorizan que lo hagan otros, por ejemplo catalanes, con un criterio discrepante. Para constatar una dominación nacional de lógica colonial hace falta haber visto estos días los programas de televisión que las cadenas privadas españolas han ido emitiendo después de la manifestación de Barcelona.

Como máximo ejemplo de esta manera de mirar la realidad se pueden elegir las tertulias del programa La noria de Tele 5, un espacio que presenta a un catalán, Jordi González, que debe ser consciente de la ideología que segregan. Allí la mayoría de presuntos contertulios proclaman que no hay «problema catalán», sólo «una casta de políticos que lo fabrican con el odio que segregan». Siguiendo esta lógica se puede deducir que los catalanes no son mayores de edad ni están preparados para vivir en un sistema democrático porque eligen, de manera persistente, unos representantes democráticos que ni los representan, ni son democráticos, ni se preocupan por sus problemas reales. Esta lógica ¿es o no colonialista? Aunque es más el pretendido reportaje de investigación que emitió el sábado la misma cadena en la línea de los que antes habían ido produciendo los servicios televisivos del diario El Mundo o Antena 3. El reportaje en cuestión se llama Cataluña y la roja. Los especialistas en relaciones de dominio nacional o en manipulación periodística lo pueden consultar en la página web del canal. En síntesis obligada, Cataluña y la roja presenta un nacionalismo catalán radical y agresivo, que tuvo su máxima expresión en la manifestación del día 10 de Barcelona, y una voluntad mayoritaria, reprimida hasta ahora y recluida en la intimidad, en la que el hecho español se vive y se reivindica con la misma naturalidad con que los peces espigan el oxígeno del agua. Esta voluntad finalmente se ha desinhibido y saltó a los balcones en forma de bandera y a las calles al modo de sana alegría popular al día siguiente de la manifestación, coincidiendo con la final del Mundial que ganó España. La primera de estas expresiones es artificial, violenta y ha sido atizada por unos políticos irresponsables. La segunda es normal, pacífica y feliz, y no se ha podido expresar hasta ahora por las amenazas particulares y la represión de estos mismos dirigentes que han secuestrado a las principales instituciones del país. Como consecuencia del enfrentamiento entre las dos sensibilidades, Cataluña vive «en estado de shock».

Las consecuencias son obvias y siempre corren a cargo de los políticos auténticamente responsables y democráticos -es decir, los españoles- o de contertulios más responsables aún, aunque no se podría decir nunca por el tono que utilizan, es decir, los de los canales de radio y televisión españoles. Acabar con el problema catalán, que niegan con la misma contumacia con que proclaman, según les interese y sin contradicción aparente, debe conllevar necesariamente sustituir a los políticos mayoritarios en Cataluña con la misma eficacia con que el Tribunal Constitucional ha sustituido el Estatut, borrar el odio, eliminar la discrepancia nacional y recuperar el estado natural en que el hecho catalán se subordina al español sin conflicto posible. Y eso se puede hacer en nombre de los intereses generales españoles o para defender el sector de la población, catalanas y españoles, que se sienten agredidos en Cataluña, hasta el punto de que sus hijos no pueden ni estudiar en la propia lengua. Así la felicidad natural volvería a una «región» en la que se ha extendido malévolamente el conflicto falso. Y si todo esto no son recursos y argumentaciones coloniales, que baje la reina de Inglaterra y que se lo revise.

La hoja de ruta española

Vicenç Villatoro

Estoy convencido de que el nacionalismo español tiene hoy una hoja de ruta muy definido y pensada, implícita o explícita, para enfrentarse al problema catalán. Al problema de la incómoda persistencia del hecho nacional catalán o al problema, si las cosas van por ahí, del planteamiento de una hipotética secesión. El nacionalismo español no es un partido ni un gobierno. Es una matriz transversal, articulada y eficaz que está muy presente en los resortes básicos de poder del Estado, políticos, jurídicos, económicos, fácticos. Este nacionalismo español, incrustado en los órganos del Estado, creyó en los años setenta que la autonomía era inevitable para hacer la transición, creyó en los años ochenta y noventa que la autonomía había ido demasiado lejos y que se debía reconducir y reinterpretar a la baja y cree ahora que está en condiciones a base de tensar la cuerda de resolver la cuestión. Y han decidido tensar la cuerda en tres frentes.

1.- Negación de Cataluña como sujeto político. Se trata de sacralizar la Constitución, convirtiéndola en sinónimo de democracia -y por lo tanto diciendo que todo lo que contradiga la Constitución va contra la democracia-, y de decir que el único que tiene derecho a decidir es el pueblo español en el su conjunto y que por tanto cualquier decisión que tomen los catalanes sobre su futuro, sea pedir más competencias o sea proclamar la independencia, es ilegítima. No hay otra nación jurídica que la española y por tanto no hay otro sujeto capaz de decidir que el conjunto de los españoles. Catalunya sólo puede ser más autónoma o independiente si votan a favor en Cáceres. Y por mayoría cualificada.

2.- Desprestigio de la autonomía, de las instituciones catalanas y del catalanismo. Se trata de generar una corriente de opinión que vea las autonomías como una estructura cara, ineficiente y corrupta, mientras que ya se sabe que el estado español central es eficacísimo, limpio como una patena y nos sale muy bien de precio. Las autonomías serían el origen de la crisis económica. La catalana, por encima de todo. Y los dirigentes autonómicos, especialmente los catalanes y aún más especialmente los catalanistas, serían un grupo de despilfarradores que se gastan en tonterías -por ejemplo, ¡en proteger su lengua!- el dinero de todos.

3.- Protección de los españoles de Cataluña. Este es en mi opinión el punto esencial de la hoja de ruta. Los otros dos serían la cobertura, pero este es el frente principal. En parte de inspiración balcánica. Pero en parte de tradición local: cuando nace el catalanismo moderno, el nacionalismo español envía hacia dentro a Lerroux. Los poderes del Estado central estarían legitimados para cortar las aspiraciones de Cataluña con la contundencia que haga falta por todas las razones que decíamos antes, pero sobre todo para proteger los derechos de los catalanes que se sienten y se quieren sentir españoles. Esta es el cabeza de puente. Esta es la excusa. Trabajados ya los dos primeros frentes -Catalunya no es un sujeto político y las autonomías son caras y corruptas-, ahora están construyendo este. Siguiendo una hoja de ruta que quizá no está escrita, pero que inspira muchas palabras, muchos discursos, muchos artículos, muchas sentencias y muchas actuaciones.

 

Hacia la segunda transición: el soberanismo

Agustí Colomines

Más allá de los resultados sobre la intención de voto en las próximas elecciones autonómicas, por otra parte bastante reveladores de la voluntad de cambio que hay hoy en Cataluña y el descenso de los partidos que apoyan a la actual coalición gobernante, ayer la encuesta de La Vanguardia revelaba otro fenómeno de gran alcance. Por primera vez en esta clase de sondeos, los partidarios de independencia de Catalunya son mayoría. Ciertamente, la encuesta, realizada entre el 12 y el 14 de julio con un universo de 1.000 entrevistas y un margen de confianza del 95,5%, refleja que el 47% de los entrevistados es partidario de la independencia y el 36% se manifiesta en contra. En una encuesta realizada el pasado mes de mayo, los porcentajes eran al revés: un 41% era contrario a la independencia y un 37% estaba a favor. Si esto es así, si esta modificación de los porcentajes no es meramente coyuntural sino que refleja un cambio de tendencia más profundo (lo que otras encuestas ya hace tiempo que anunciaban), ¿qué es lo que está pasando?

De entrada hay que reconocer, como de hecho ya hace el director de la encuesta, Julián Santamans, que si bien es posible que el deterioro del clima político estimule la magnitud del malestar catalán y, por tanto, que la posibilidad de ir hacia a la independencia sea real, con esto no basta para entender qué pasa. El mar de fondo es mucho más fuerte de lo que parece. La combinación de los efectos de la crisis económica, que han puesto de manifiesto la debilidad de la administración autonómica para hacerle frente, con la crisis política abierta con la sentencia del TC contra el Estatut puede ayudar a explicar el porqué del aumento de los partidarios de la independencia. Poco a poco, la gente va tomando posiciones para resolver de una vez las turbias y complicadas relaciones entre Catalunya y España. La encuesta apuntaba que el 68% de los entrevistados rechazan la sentencia del TC, pero un 76% cree que la manifestación del 10-J no logrará modificar las relaciones entre el gobierno español y Cataluña. Este fatalismo de la gente con relación a las posibilidades de modificar las cosas con España, este agotamiento de la vía del diálogo y la pedagogía, es lo que ha hecho crecer el soberanismo. El autogobierno no es sólo una aspiración identitaria, es, también, un reclamo de eficiencia, sobre todo cuando se ha comprobado que los políticos españoles han llevado la economía española al borde de la quiebra. La deriva española nos arrastra hacia el abismo y en Cataluña cada vez hay más personas que se dan cuenta de los riesgos de estar unidos a España. Es que si no cuesta entender por qué tres de cada diez ciudadanos que se sienten tan españoles como catalanes apoyarían la secesión en caso de que se planteara.

En La Vanguardia de ayer también había un interesantísimo artículo de Manel Pérez, «Empresarios divididos», que explicaba las discusiones entre los miembros del Círculo de Economía sobre si la entidad debía adherirse o no a la manifestación del 10-J. Salvador Alemany, presidente de Abertis y del Círculo, se planteó con el apoyo de un vicepresidente, Artur Carulla, presidente de Agroali, y Josep Ramoneda, el eterno director del CCCB. Se opusieron otro vicepresidente, el catedrático de ecoconomia Antón Costas, el presidente de Agbar, Àngel Simon, y Teresa García-Milà, catedrática de la UPF. Finalmente, no llegaron a un acuerdo, a pesar de que el Círculo de Economía nació, hace ya más de cincuenta años, con una clara voluntad política. Pero Alemán fue a la manifestación, donde también se pudo ver una multitud de empresarios, digamos clásicos, como Joan Rosell, de Fomento del Trabajo; Miquel Valls, de la Cámara de Barcelona, Antoni Abad, de Cecot, Josep González, de Pimec o Eusebi Cima, de Fepyme. Pero en el paseo de Gràcia también se dieron cita otros empresarios, como los integrantes de FemCat o del Círculo Catalán de Negocios, claramente comprometidos con el soberanismo, o bien la multitud de nuevos capitanes de industria agrupados en la activa Federación Asociaciones de Jóvenes Empresarios y Emprendedores de Cataluña (FAJEEC). Los tiempos están cambiando, ¿verdad ?, porque en otras épocas no pasaba. Si Francesc-Marc Álvaro ha escrito, con razón, que la ruptura del PSC sería un síntoma evidente de que la independencia está cerca, me parece que también es muy significativo que el soberanismo avanza cuando hay muestras aquí y allá de un cambio de actitud entre la gente que antes se mostraba indiferente. Por temor o por indiferencia. La encuesta de La Vanguardia refleja lo que se pudo ver en la calle el 10 -J. Ahora habrá que esperar a ver si se consolida. De momento, lo que sería una buena noticia es que la política catalana dejara de jugar al póquer del tacticismo. ¿Estamos en las puertas de la segunda transición? Creo que sí.

 

¿Y ahora qué?

Miquel Sellarès

Hay un consenso generalizado en el mundo intelectual, económico y político catalán que afirma que la etapa autonomista se ha agotado y no tiene más recorrido, más allá de lo que marca la Constitución y certifica el Tribunal Constitucional. Un consenso que llega a tal punto que la práctica totalidad de los intelectuales y juristas más relevantes, que durante 30 años han defendido un futuro marco federal, hoy dan cuenta de que su intento sólo lleva a la frustración.

Ante esta situación los sectores dinámicos y sensibles de nuestra sociedad han dado una respuesta clara : la manifestación del día 10 de julio. Una reivindicación que acaba con todos los humores negros y complejos de varias generaciones que, o bien no se atrevían o tenían una actitud cobarde, a optar por la plena soberanía nacional de nuestro país: la independencia.

Las banderas estrelladas y el grito de independencia, el más coreado este sábado histórico, eran inimaginables no sólo en las manifestaciones de 1976 y 1977, sino que también en las grandes movilizaciones de hace unos pocos años. España se ha equivocado y mucho. No entender el mensaje de Ibarretxe en Madrid, y después el de los tres tenores – Josep Lluís Carod -Rovira, Manuela de Madre y Artur Mas-, ha provocado que las mayorías activas dijeran basta. España tendrá ahora un problema muy serio en Cataluña, y tardará poco en explotarle el invento antinatura de Euskadi. Catalunya y Euskadi no aceptan la España universal y unida, con sus toros y su roja.

Pero aunque es evidente todo lo que he expuesto, es necesario que los catalanes sean conscientes de que llevar una bandera estelada y gritar independencia es fácil en la actual situación de libertades democráticas e individuales. Pero, por otro lado, el concepto de independencia es una definición mucho más seria, que requiere e implica romper con treinta años de autonomismo, subordinación al estado, imaginario colectivo español, mercado únicamente español, marco cultural y social español y, primordialmente, significará renunciar a unas estructuras de estado, las españolas, que aunque, en nuestra contra, han sido las que hemos tenido hasta ahora.

Durante años se ha dicho que nuestros políticos tenían sentido de Estado, que eran fundamentales para su estabilidad, y todo ello era para España. Y han llegado a fortalecer tanto este estado, que ahora se lo han creído y nos desprecian, piensan que somos incapaces de crear algo que se parezca a un estado, y llegan a joder, incluso, los mínimos de estructura internacional, seguridad y proyección internacional de nuestra lengua y cultura que nosotros hemos creado. Mientras tanto, la mayoría de nuestra clase política, mirándose el ombligo, les da la razón o aceptan el dictado y la estrategia de desprestigio y desmotivación que inteligentemente ejercen las estructuras, los aparatos y las alcantarillas del estado.

Si realmente queremos construir un estado tendremos que sustituir, en muy buena parte, nuestra clase dirigente y elegir los hombres y las mujeres que en el campo de la política, la economía, la cultura, la seguridad y la proyección exterior sean capaces de construir aparatos propios de un estado adaptado a la realidad. Y eso no quiere decir repetir miméticamente el aparato español, sino que significa ser suficientemente creativos para pensar nuevas fórmulas que nos permitan hacer lo mismo, siempre pensando que nuestra nación será libre e independiente en el marco de un ente superior que es la Unión Europea.

Acabemos, pues, con frivolidades, con planteamientos simplistas e irresponsables. Construir un estado, construir la independencia será muy difícil. Habrá conflicto, y dentro de nuestra comunidad nacional surgirán minorías unionistas, bien untadas y pagadas, que trabajarán para impedir la emancipación nacional de la mayoría. Habrá, por tanto, enfrentarse a él con sensatez y responsabilidad, y también a los aparatos del estado, que lógicamente actuarán en nuestra contra. Lo que no sea consciente de la batalla que habrá que afrontar, que no se implique en la nueva dinámica de liberación nacional.

Hay que decir también que nadie debe tener miedo del artículo octavo de la Constitución española, ni de las FAE ( fuerzas armadas españolas), ni de la Unión Europea, ni de ninguna de las trampas que intentará el nacionalismo español. Ni Europa ni Estados Unidos ni el mundo no lo aceptarán.

Lo que hace falta es ser firmes, decididos, serios, y a cara descubierta plantear nuestra voluntad de ser una nación, vecina de España con voluntad de caminar hacia la Unión Europea.

Queda, pues, un camino en el que hay que encontrar sinergias, coincidencias, complicidades y estrategias entre todos los soberanistas de derechas, de centro, de izquierdas del país que permitan un proyecto nacional claro y posible.