El tribunal constitucional

EL PUNT-AVUI

Una propuesta

Sebastià Alzamora

No sé si encontraríamos ningún precedente en ninguna democracia del mundo de un tribunal constitucional que haya llevado a cabo nada parecido a lo que ha perpetrado el TC español con el Estatut, pero no sé qué me hace pensar que no sería fácil. Que un tribunal de esta naturaleza, en una situación de precariedad interna alarmante, tras cuatro años de demora y comedia, acabe declarando inconstitucionales una serie de artículos de una ley orgánica aprobada por las Cortes y por la ciudadanía en referéndum no sólo es insólito sino también grotesco. Y altamente dudoso en cuanto a los mínimos de calidad exigibles a un sistema pretendidamente democrático. Por otra parte aún no conocemos con detalle el alcance y la profundidad del recorte del Estatut, pero de momento ya sabemos que afecta gravemente a cuestiones fundamentales como la lengua, la financiación o el poder judicial. Se ha llegado, pues, a una situación insoportable e intolerable, por decirlo con suavidad.

«¿Y ahora qué hacemos?» se preguntaba ayer el presidente del Parlament, Ernest Benach, en un artículo en el periódico AVUI. Benach pedía, de entrada, la unidad de las fuerzas políticas del catalanismo y la expresión por parte de los ciudadanos de su rechazo del veredicto, es decir, la asistencia masiva a la manifestación del día 10. Sin embargo, con el debido respeto, la unidad de los partidos catalanes no sólo tiene una tendencia empeñada en ir por el pedregal, sino que en este momento, con las elecciones ahí delante y con el ventilador de la mierda en marcha a toda potencia, se presenta más complicada que nunca. En cuanto a la mani del día 10, de acuerdo, iremos, y tanto y qué remedio, pero tampoco nos hagamos ningún tipo de ilusión sobre la capacidad de incidencia que pueda tener. No sé ustedes, pero yo aún me acuerdo de la de las infraestructuras, el 1 de diciembre de 2007: un éxito tan clamoroso como la indiferencia que le dispensaron el gobierno y los medios españoles. Hacer oídos sordos es especialidad de la casa.

Sería necesaria, pues, una respuesta más contundente, a la altura del agravio infligido a los ciudadanos y las instituciones de Cataluña. Les propongo modestamente una, en dos movimientos. Primer movimiento: renuncia de los representantes políticos catalanes a participar en las instituciones de gobierno del Estado español. Sería necesario que los diputados, senadores y altos cargos del gobierno pertenecientes al PSC, CiU, Esquerra e ICV (del PP no digo nada, por razones obvias) salieran de sus lugares institucionales aduciendo una cuestión de dignidad nacional. Segundo movimiento, ahora que estamos en época de rendir cuentas a la Hacienda Pública española: cierre de cajas e insumisión fiscal.

Ya sé que todo esto es pedir peras al olmo, pero me parece que, dada la gravedad del momento, sería una respuesta proporcionada y pertinente, antes de sentarnos a hablar. Si es que aún queda nada que hablar, quiero decir.

Dios es español

Jordi Coca

El estatuto pide una reacción nacional por encima de tacticismos políticos perdedores

«Lo que ahora toca es salir a la calle, hacer frente a ese Dios español y decirle que nosotros somos ateos, que no tenemos fe ni esperanza, que no cuenten más con nuestra caridad … »

Escribo estas líneas cuando se acaba de conocer la sentencia del tribunal constitucional (con minúsculas, por favor). Ahora hay que comprobar si han decidido que los catalanes somos una mierda o sólo somos medio mierda. Pero a mí, personalmente, tanto me. Que digan lo que quieran. Una prueba del nivel de tontería al que se puede llegar si se actúa desde la ceguera y con mala baba, es el repugnante conde-duque de Olivares cuando afirmó enfáticamente que «Dios se español y combate con nuestra nación estos días». Pues sí señor, en sus días, más adelante durante la gloriosa cruzada franquista -con muchos cómplices catalanes, no lo olvidemos-, y ahora mismo en torno a la diabólica operación contra el Estatut.

En realidad, digan lo que digan los señores del TC, yo creo que podemos irnos de vacaciones tranquilos. Tranquilos porque, en definitiva, ahora es meridianamente claro que sólo tenemos dos alternativas: bajarnos del todo los pantalones y continuar jugando en la tacticidad perdedora de siempre (todos juntos, los Convergentes, los de IC, pasando por PSC y ERC), o bien reaccionar y llenar las calles con una reivindicación nacional que vaya más allá de los partidos políticos y que sea nítida, pacífica y unitaria. Al margen de manifestaciones inmediatas, la huelga general de septiembre será un momento óptimo para movilizar a los ciudadanos tanto por las cuestiones económicas como por las de dignidad nacional que, por otra parte, no están tan alejadas unas de otras. Los sindicatos deben tenerlo en cuenta y, además, recuérdese que el propio presidente Montilla ha dicho claramente que el concierto económico en Catalunya haría inviable al Estado español. Y tiene razón. Así pues, si resulta que somos una mierda, o sólo media, ha llegado la hora de poner en marcha los ventiladores. Que Europa sepa qué mal hacemos.

En Cataluña, y en el País Vasco también, se están viviendo momentos cruciales. El Dios español lo ha intentado todo en el País Vasco, desde el gobierno PSOE-PP para dejar las cosas definitivamente claras, en pensar maquiavélicamente qué estrategia conviene para impedir el voto abertzale. Por fortuna, y finalmente, los abertzales vascos se dan cuenta de que el tiempo de la violencia ya ha pasado y que ahora hay que unir esfuerzos e imaginaciones para ensanchar la vía pacífica hacia la independencia. Europa debe oír nuestra voz, debe quedar claro que el pacto político que había detrás de la Constitución española se ha incumplido y que millones de personas estamos sometidas a una limitación intolerable de derechos esenciales en el marco de la UE. En plena crisis económica, con un presidente del gobierno que ha arruinado el Estado, que ha cambiado de opinión hasta el absurdo, tal como le ha recordado su compañero de partido Felipe González, con el PSOE dividido, en vísperas de Un cambio de gobierno, con una oposición al Estado que parece presidida por el conde-duque (tal vez lo esté realmente, aunque sea de forma honorífica), en vísperas de elecciones en Cataluña, con todo esto en la mesa, amigos, podemos coger unas vacaciones con el corazón tranquilo.

Sin embargo, es verdad que me inquietan algunos miedos que también quisiera dejar anotados. El primero, y el más inquietante, es qué pasará si Cataluña finalmente es incapaz de hacer frente a la situación de manera unitaria y prefiere esconder la cabeza bajo el ala con los pantalones en los tobillos. El Dios español cuenta con nuestra cobardía, no lo olvidemos; en este sentido, nos tienen bien medidos. Si CiU prefiere tener influencia en Madrid antes que decir basta, y si el PSC sigue haciendo juegos de manos para hacernos creer algo que todos sabemos que es falso en lugar de decir la verdad de una vez, pues estamos al cabo de la calle y habrá que admitir la verdad: habremos perdido otra guerra y el País Vasco hará como los ciclistas intrépidos que empiezan a tomar distancia justo cuando se inicia la subida más difícil. No digo que si callamos haya acabado todo, pero al menos para la generación que sufrimos la dictadura y que de una manera u otra luchamos contra el franquismo y propiciamos la recuperación de la democracia, el momento será muy duro. Será un fracaso sin paliativos y una vergüenza. Si esto ocurre, si bajamos la cabeza otra vez, al menos a mí que nadie me pida nada diferente de la independencia.

El otro miedo es la tibieza, el color gris, los aplazamientos sine die, el «hablemos» que en la práctica no significa nada. La tibieza que también se podría manifestar aceptando que se compense la decisión del TC por la vía de las concesiones del gobierno dicho central según el artículo no sé qué de la constitución (siempre con minúsculas, por favor). No podemos admitir nada de eso, y en ningún caso nos conviene que nos tapen la boca groseramente. La política del «peix al cove» (pez al cesto) ha terminado, no hay nada que pactar, nada que negociar, nada que decir. Pero somos catalanes, recordemos, y los Dioses españoles lo saben y cuentan con nuestras debilidades. De todos modos, a las puertas de unas vacaciones con menos sueldo y más IVA, con millones de parados, en un mundo global que hace aguas y nos desconcierta, y contando con que las próximas elecciones catalanas excitarán a los partidos hasta hacerles prometer lo que no creen, resultaríamos ser muy burros si nos dejáramos embaucar. Lo que ahora toca es salir a la calle, hacer frente a ese Dios español y decirle que nosotros somos ateos, que no tenemos fe ni esperanza, que no cuenten más con nuestra caridad y que ya pueden ir cantando misa tanto como quieran, que no queremos seguir jugando con los tramposos y que no nos gustan. Y hasta el mes de septiembre, tanto si ese Dios que decíamos lo quiere como si no lo quiere.